Gabriel García Márquez (1927-2014) describió de manera exuberante la América del Caribe. Esa América, crisol de razas, costumbres y tragedias. La América que más pareciera un teatro por todo lo curioso, extraño y absurdo que allí ocurre. La América que inmortalizó en Cien años de soledad bajo el nombre de Macondo, el cual bien pudiese estar localizado en cualquier lugar de la América del Caribe extenso allende Los Andes, ese lugar donde todo sucede y nada pasa.
Macondo fue consecuencia de un crimen. Fundado por el asesino, José Arcadio Buendía, para huir de los tormentos del fantasma de Prudencio Aguilar. A José Arcadio le siguió una prole de Aurelianos y Arcadios, cual semillas contaminadas, se esparcen durante varias generaciones con un sino trágico de muerte, sufrimiento, lascivia, violencia y locura, que se enmarcan en lo que los críticos llamaron realismo mágico que, en el fondo no es más que, la tragedia del Caribe extenso.
El primer Aureliano Buendía fue un taciturno revolucionario, escaso en el verbo, con capacidad para la clarividencia e incapacidad para amar, que se entretenía como orfebre fabricando pescaditos de oro, sin ideología alguna militó en el partido liberal simplemente por no pertenecer al partido conservador pues no tenía más para escoger. Aureliano fue también pedófilo, contrajo nupcias con Remedios Moscote, cuya mano pidió cuando la niña tenía nueve años de edad. También participó en 32 guerras civiles y todas las perdió. Luego de suscribir un tratado de Paz, regresó a Macondo como un badulaque que esparció su simiente en diecisiete mujeres, diecisiete hijos que fallecieron sistemáticamente de forma violenta.
Aureliano jamás presidió Macondo, no obstante haber sido el primer natal de este lugar. Macondo es reflejo de miseria, ruina, hambre, pobreza, pedofilia, decadencia e insania, donde se itera: Todo sucede y nada pasa. Macondo desaparece en un torbellino de polvo, pero el Macondo geográfico existe. Aparecería el último Aureliano Presidente de Macondo. Este nuevo Aureliano autodeclarado heredero de la simiente del primer Aureliano, se parece demasiado a la prole Buendía. Hasta el momento lo único que no ha demostrado es su capacidad para la orfebrería, pero se le debe conceder el beneficio de la duda, probablemente aplique la fórmula alquímica inversa y, el oro lo convierta en plomo.
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Aureliano Presidente, sabido es, padece de “gastristis” y pese a ello se toma sus whiskeys. No se conocen los periplos del primer Aureliano; a Aureliano Presidente no le gusta mucho viajar al Norte porque le resulta aburrido pese a que le gustan Whitman, Simon, Chomsky, Miller y otros anarquistas. El orden y la seguridad no son lo suyo, prefiere viajar a Haití, no hay que olvidar que Haití también es Macondo. Según Aureliano Presidente, Macondo es el corazón del mundo, razón tiene, si la tierra es redonda donde se pose estará el centro.
Macondo es tan etéreo como el viento. Lo que germinó en Macondo poco trascendió para bien. Aureliano Presidente ratifica que, pertenece a la estirpe de los Buendía, con cierta vanidad, “(…) quizás el último” pero no de los románticos como su coterráneo Nicola Di Bari. Ojalá Aureliano Presidente sea el último gobernante de la estirpe de los Buendía, ya tuvieron dictador, Arcadio, el hijo del segundo José Arcadio y Pilar Ternera. Aureliano Presidente tiene mucho de Arcadio, y también del primer José Arcadio, orate de barrabasadas por doquier, que terminaría amarrado a un castaño, en Macondo no hubo frenocomio.
Por el bien de Macondo, no más Buendías en el poder. Al gobernante no deberían elegirlo las mayorías macondianas, la historia ha demostrado que suelen ser populacheras, inescrupulosas, carentes de sentido común y emocionales, generalmente terminan por elegir al menos indicado. Macondo trascendió a Aracataca, razón tenía el novelista cuando sentenció su cimera obra: “Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad en la tierra”. Ya pasaron cien años.
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