En tiempos de desesperación no conviene ser ave de mal agüero. Justamente lo que esperan hoy los ciudadanos de Bogotá tiene que ver más con la esperanza, la certeza y la certidumbre.
Dejamos atrás un segundo pico de la pandemia que elevó hasta 13.000 la cifra de habitantes de la capital que han muerto desde el inicio de esta pesadilla. Por fin los comercios pueden abrir sin cuarentenas reactivas y hasta los niños y niñas, tras largos meses de encierro, empiezan a retornar presencialmente a las aulas. En este contexto, solo un aguafiestas hablaría de un tercer pico de la pandemia.
Sin embargo, no se trata de ser el mensajero malo por serlo. Quienes advertimos de un tercer pico lo hacemos guiados por un profundo sentimiento de responsabilidad basado en la evidencia y los datos.
En ese caso, no hablamos de “agüeros”, sino de amenazas reales.
Por ejemplo, sabemos que lo que ocurre en el virus a nivel mundial, al ser una pandemia, ofrece la experiencia de Europa como un espejo de lo que puede ocurrir en América. En el viejo continente se experimentó un tercer pico de este drama, y con toda seguridad también lo experimentaremos en Bogotá y en Colombia.
Respecto a esto, debemos recordar que siempre cada pico ha sido más agresivo y más letal que el anterior, ya que la población en riesgo de contagiarse sigue siendo muy grande, mientras que las medidas de autocuidado se van relajando con el tiempo. Cada vez necesitaremos más camas UCI para Covid-19, más pruebas y más medidas de autocuidado. Por desgracia, y dependiendo la estrategia y la velocidad de contagio, también más cuarentenas.
Volviendo a la experiencia europea, hay otra cosa preocupante: en promedio, entre el primer y el segundo pico transcurrieron seis meses; mientras que entre el segundo y el tercer pico solo transcurrieron dos meses. En muchos casos, la pandemia descubrió a varias naciones sin estar preparadas y obligó a cierres muy estrictos, incluido el del espacio aéreo y los viajes terrestres, como ocurrió en Inglaterra a raíz de la nueva cepa.
¿A qué se debe esta aceleración? Precisamente a algo que podríamos tachar como “indisciplina social”, pero que en realidad es más el agotamiento de la población frente a cuarentenas, cierres y medidas estrictas de autocuidado.
Por otro lado, la desaceleración de la economía hace que cada vez sean más las personas que desobedezcan las restricciones, no por un afán de ilegalidad, sino porque se trata de básica supervivencia: salir a trabajar es preferible que estar encerrado y morir de hambre.
Bogotá debería estar pensando desde ya en este tercer pico, bajo aspectos como expandir su capacidad hospitalaria, reforzar el autocuidado y adoptar un modelo de cuarentenas cíclicas y cortas, como las que hemos planteado en este este espacio.
La pregunta, trágica si se quiere, es: ¿realmente nos estamos preparando para más muertos, más contagiados y más picos? Da la impresión que no.
Desde el Concejo de Bogotá, hemos venido insistiendo en que debatamos seriamente sobre este escenario. Debemos evitar a toda costa una nueva alerta roja en la capital, que se traduzca en sobreocupación hospitalaria y cuarentenas que terminen de matar al comercio. Implementar el modelo de cuarentenas cíclicas y cortas que ya tuvimos oportunidad de presentar en estas columnas resulta vital.
Digámoslo con claridad: en este punto, antes que evitar el vuelo de mal agüero, nuestro deber es evitar que esas aves aterricen, materializando un tercer pico de la pandemia.