Todos creímos que se trataba de una travesura electoral parecida a la de algunos de sus antecesores, que una vez sentados en el despacho del Fiscal se ilusionaban con ser presidentes de la república. Reprochábamos que la campaña presidencial que debe ocurrir en el 2026 la anticipara abruptamente Francisco Barbosa, el Fiscal General saliente. Y hasta nos sorprendíamos que se atreviera a designar en la práctica a la Vicefiscal Mancera como gerente de campaña y a la Procuradora Margarita Cabello como jefa de debate. Mancera, para que tras su salida el próximo 12 de febrero, siga en cuerpo ajeno administrando el inmenso poder, la abultada chequera y la robusta burocracia del ente investigador, mientras en equipo con Cabello sacaban de circulación y debilitaban a sus posibles competidores y adversarios.
Lo que nunca imaginábamos era que la tripleta Barbosa/Cabello/Mancera, no sabemos si por temeridad o torpeza, se embarcaran en una aventura golpista para interrumpir la estabilidad institucional derrocando por la vía judicial al Presidente Gustavo Petro. Lo que empezó siendo una inocultable obsesión por enlodarlo, aprovechando indebida e ilegalmente los procesos penales y disciplinarios contra miembros de su familia, en particular los de su hijo Nicolás, ha terminado en una implacable persecución con acusaciones y sanciones promulgadas o en curso de la Fiscalía y la Procuraduría contra dirigentes de su fuerza política, organizaciones sindicales como Fecode y altos funcionarios de su gobierno. Buscan configurar un juicio político, como le ocurrió a otros gobiernos progresistas del continente en el pasado, fabricando una supuesta ilegalidad en la financiación de la campaña petrista a propósito del aporte que recibiera el partido Colombia Humana de Fecode, y precipitar por esta vía la caída del Presidente.
La temeridad de esta aventura de Barbosa y sus compinches consiste en pretender interrumpir la estabilidad institucional, un valor de nuestra accidentada tradición democrática. Seguramente, entre la cantidad de estudios realizados que Barbosa exhibe con orgullo, no tuvo la ocasión de conocer que a lo largo de todo nuestro convulso siglo XIX solo ocurrieron tres golpes de Estado – el de Melo, el de Mosquera contra Ospina y el de los radicales contra Mosquera-, realmente pocos en comparación con el resto del continente. Y que, en el Siglo XX, la única dictadura militar correspondió al corto periodo de Rojas Pinilla entre 1954-1957, cuando toda América Latina se inundaba de cuartelazos y regímenes castrenses. No ha entendido que la defensa de la estabilidad democrática como valor colectivo es una condición para la paz y la convivencia, y un prerrequisito para la estabilidad de los mercados y las inversiones, que la sociedad colombiana y la comunidad internacional no pondrán en riesgo por satisfacer una mezquina ambición personal.
Barbosa en su torpeza no entiende que tumbar a Petro no le será fácil, por no decir imposible. No se ha dado cuenta que el denominado “gobierno del cambio” se soporta en una coalición de fuerzas políticas progresistas que acceden al poder por vez primera en los últimos noventa años de nuestra historia, que es el resultado de un acumulado de luchas sociales y populares y de las más importantes movilizaciones ciudadanas del último tiempo en Colombia y el mundo que se expresaron en los estallidos sociales del 2019 y 2021. Y que todo ese mundo alternativo sabe que la llegada de Petro al poder presidencial significa la llegada de verdad de la alternancia política y el inicio irreversible de nuestro pos conflicto del que depende la superación definitiva de todas nuestras violencias.
Acierta el presidente Petro cuando advierte que proteger su mandato para que cumpla el periodo constitucional no es otra cosa que la defensa de la estabilidad democrática. Que no es tremendismo prender las alarmas para ello, cuando estamos llenos de malos ejemplos en el vecindario latinoamericano. Y que debemos espantar las ínfulas de personajes que como Barbosa han mutado de precandidato presidencial a conspireta aprendiz.