La guerra al nuevo presidente ha sido la más inclemente que político alguno haya recibido desde los asesinatos de Gaitán, Galán, Lara Bonilla, Pizarro y otros. Se puede decir que en todo el establecimiento tiene enemigos: en los organismos de control, en los grandes medios, en los gremios económicos y grandes empresarios, en los políticos de la ultraderecha uribista, en el tibio centro de las ambigüedades y traiciones, en los demás partidos del clientelismo y la corrupción, en el paramilitarismo agenciado por el estado, en las bandas de corrupción expertas en asaltar los recursos públicos, en ciertas iglesias, y en las sectas del mercado que mal dirigen a Colombia desde 1991.
Con la protesta de 2021, la gente entendió que perdería en una confrontación con las fuerzas del Estado que protegen al 0.2% de privilegiados, mientras los demás ciudadanos están expuestos a todas las formas de criminalidad. Es la degradada democracia representativa que creó la mentirosa, solapada, rezagada, avara y tenebrosa clase dirigente en más doscientos años.
Petro, Francia, la izquierda, los partidos y movimientos independientes, estudiantes y profesores, medios independientes, intelectuales e investigadores, profesionales, campesinos, trabajadores y artistas, pobres y vulnerables, víctimas de la guerra, de la corrupción, defensores de la paz y de la naturaleza, y muchos más, triunfaron para alcanzar la victoria para un cambio necesario y urgente.
Victoria que en términos clásicos de las revoluciones no es una revolución. Tal vez es del tipo de revoluciones de la sociedad global y de las redes digitales en la tercera década del siglo XXI. Son los nuevos espacios públicos que no alcanzan a borrar los espacios políticos de calles y plazas, porque la gente necesita verse, tocarse, escucharse y sentir que son olas gigantescas de seres humanos y no un invento de los gigantes de las tecnologías digitales, ni un número y un nombre en las Bigdata y una imagen de la Inteligencia Artificial.
No hay nada más bello que la gente llenando calles y plazas, como protesta o como expresión de júbilo, porque las ciudades son espacio de libertad política y de vida. Al final no debe preocuparnos si es o no una revolución. Basta con que sea una esperanza democrática y progresista que Colombia pedía a gritos ahogados por tanta maldad y tanta injusticia.
Cuando la protesta social de 2021 fue reprimida a sangre y fuego, la gente se dio cuenta de que ese no era el camino, pues aún no estaba preparada para ganar en las calles, en las plazas y en los campos. Además, luego del susto el establecimiento creyó que todo estaba nuevamente bajo control: se equivocaron, porque se acumuló la insatisfacción de siglos, y la ciudadanía escogió las urnas, un contundente recurso democrático para triunfar.
Por esto, la posesión del presidente Petro será un acto excepcional. Una ceremonia donde la ciudadanía será el actor principal. La gente no se limitará a ver por televisión las frías ceremonias del siete de agosto de cada cuatro años, escuchar los discursos de las promesas que luego no se cumplen porque las verdades se esconden y de las cuales poco se habla porque representan las deudas con la mayoría de la población y con la nación, más las trampas de corrupción construidas entre el poder ejecutivo y el legislativo que las cortes aprueban y las iglesias bendicen.
El nuevo gobierno tendrá el monitoreo permanente e implacable de los grandes medios de derecha y ultraderecha. No tendrá descanso porque todo será criticado y puesto en duda. Así ha sido desde la victoria del 19 de junio. Con inteligencia reaccionó el presidente nombrando a un primer grupo de ocho ministros para calmar las inquietudes, dudas e incertidumbres del mercado, ese mercado que hizo de Colombia una economía extractivista, ilegal, informal, especulativa, atrasada y pobre, cuya preocupación radica en que podría perder los beneficios que lograron en los últimos treinta años con distintos gobiernos y el Congreso de la República.
Un poder que nada quiere que cambie. No le importa el país, importan quienes lo ostentan pues dicen que si a ellos les va bien, al país también, lo cual es falso. Ha sido la gran mentira por eso una guerra de setenta y siete años con cientos de miles de muertos y desaparecidos, y millones de víctimas.
El modelo productivo colombiano es atrasado y perverso. Los indicadores lo dicen: baja productividad, baja innovación, poca investigación, mala educación y salud para la inmensa mayoría, precariedad laboral, demasiada pobreza e injusticia social, violencia por necesidad que se ha convertido también en violencia por la violencia que arrastra la ilegalidad, corrupción convertida en práctica cultural, y una obsesión por proteger un crecimiento insostenible del cual el mundo cada vez quiere saber menos.
Los informes de empalme presentados por el gobierno que al fin se va, muestran una pobre ejecución en términos de una agenda para alcanzar el desarrollo. Por eso es impecable la manera como trabajaron el empalme los equipos del nuevo presidente. No se contentaron con informes ligeros, como tradicionalmente se ha hecho porque al fin y al cabo los anteriores gobiernos han tenido una línea de silencio puesto que todos han sido la misma vaina.
Hizo bien el presidente de reservar hasta último momento el nombramiento de los demás ministros. A los ya nombrados, los medios no afectos al gobierno los agobiaron con las mismas preguntas con las cuales asecharon a Petro desde los inicios de la campaña por la presidencia. Entonces no había porque exponer a todo el gabinete a un destructivo acoso mediático, salvo que haya reservado hasta último momento el nombramiento del resto del equipo ministerial acosado por los partidos tradicionales que a cambio de apoyo quieren ministerios para seguir alimentado de burocracia improductiva las oficinas públicas y asaltando al Estado a través de la corrupción. El mayor reto político de Petro es manejar las maquinarias de la decadencia.
El presidente hizo bien en no ir donde los alcaldes que en la campaña apoyaron al tal Fico, y que recibieron miles de millones de la ley de garantías y que también hacen parte del asalto a los recursos de la paz. En Nariño, donde barrió Petro, solo dos alcaldes no asistieron a la reunión que tuvieron en Cartagena para apoyar al elegido por el uribismo y por demás espantos de la política. Esa es la perversa clase política que ha gobernado Colombia.
Petro recibe un estado medio desmantelado. Con logros de dudosa verificación, que la nueva Contralora ocultará porque viene de una saga familiar corrupta asociada al negocio de las basuras en Bogotá, y es brazo derecho del actual Contralor, el más ambicioso, descarado e inescrupuloso funcionario que haya visto Colombia en su decadencia ética.
El modelo económico y social debe sufrir profundas transformaciones, el estado necesita de grandes reformas, y la ciudadanía que votó por Petro y por Francia está en la obligación de apoyarlos, así como aquellos que deben sacudirse de la comprensible indiferencia. Colombia necesita sacudirse. Sus políticas son malas, y cuando no lo son, esconden problemas de transparencia que las daña.
Bienvenidos presidente Gustavo Petro y vicepresidenta Francia Márquez, llegan cuando Colombia se deslizaba por el borde de un precipicio hacia un hueco sin fondo abierto por el uribismo y afines.