La pandemia me alejó de la ciudad que me alojó durante casi medio siglo. Inicio mi recorrido con dos preguntas. ¿Por qué el Transmilenio no llega hasta el aeropuerto salvo una ruta que viene del norte por la carrera séptima? ¿por qué cuando se aborda la ruta desde el aeropuerto a la ciudad se debe hacer transbordo un kilómetro más adelante? La nación le debe una respuesta a la ciudad y culminar el proyecto.
Además, por la operación del aeropuerto, dada en concesión por Uribe a las empresas del GEA (grupo empresarial antioqueño), terminó en una pequeña terminal llena de tiendas. Es decir, hicieron cálculos chambones sobre el flujo de pasajeros esperados. Adicionalmente, la ciudad no recibe un peso por el uso de ese inmenso terreno propiedad de la nación, pero si sale de su operación la plata para arreglar los demás aeropuertos del país. El 15% que debería recibir Bogotá de la tasa aeroportuaria, según la reforma tributaria de 2019, quedó congelado para cubrir necesidades del covid.
Ya en la ciudad, se vive una sensación maravillosa: únicamente el 50% de vehículos en las calles por el pico y placa de todo el día. Un acierto de la alcaldesa. Ahora es posible caminarla, apreciar su buena arquitectura y disfrutar de un generoso urbanismo. Da la sensación de una urbe avanzada, como creo que deben ser las ciudades a partir del covid y por las innovaciones debido al cambio climático.
Esa ciudad más fluida por el pico y placa y más trabajo en casa, tiene un aspecto a veces triste a veces esperanzador: la enorme cantidad de locales comerciales cerrados, de apartamentos y oficinas para venta o arriendo, y al mismo tiempo el surgimiento de nuevos negocios y de nuevas construcciones.
El cementerio de negocios muestra el fracaso de los gremios, sobre todo de Fenalco, la revisión que deben hacer las Cámaras de Comercio de sus afiliados y la atención que deben recibir desde su inscripción, y las estrategias de productividad y de competitividad del territorio y de la nación deben ser otras.
Miles de pequeños negocios con múltiples carencias en su operación y creados para la sobrevivencia de sus dueños, eran informales, entonces no pudieron acceder a las ayudas del gobierno. Otros negocios, más grandes, con diferentes problemas de los anteriores, también apagaron las luces. Para ellos ni el gobierno ni los bancos ni los inversionistas.
En medio de esa imagen interminable de locales vacíos, me dio gran pesar ver que ya no está Arteletra la pequeña librería mas linda que había en Bogotá.
El sepelio de negocios difícilmente se podía evitar de ello solo son culpables los gobiernos nacionales de los últimos treinta años, cuyas políticas derivaron en una creciente economía informal y en empresas con baja productividad y competitividad.
Asimismo, se observan nuevos negocios y nuevas edificaciones en marcha donde antes había viejas construcciones. De esta manera prima un panorama de destrucción, pero también se constata un proceso de creación. Es claro que la vieja economía no volverá, en aspecto y contenidos. Sin embargo, a más lento sea el cambio estructural, más lenta será la recuperación.
Es la oportunidad para reeducar la fuerza de trabajo, para una nueva educación, y un nuevo rol de la ciencia y la tecnología con el fin de impulsar el surgimiento de una nueva generación de sectores, actividades, áreas del conocimiento y empresas. Ello necesita de una nuevas políticas, de reingeniería gremial, y las universidades salir de su zona de confort.
En Bogotá siempre hay buen arte. La extraordinaria exposición Huellas Desaparecidos, muestra los casos de la masacre sucedida en el Palacio de Justicia, el despojo de tierras en Urabá a indefensos campesinos, así como al territorio Nukak, es conmovedor y registra la barbarie a que han llegado las fuerzas militares, el paramilitarismo latifundista, y ahora con las OPAS del GEA también quedó en evidencia que existe un latifundismo empresarial urbano. Unos les robaron a campesinos e indígenas, otros afectaron a pequeños accionistas, y los militares respondieron con mayor violencia a la estupidez del M19, pues había que destruir los expedientes que acusaban a los generales por sus desbordes durante el Estatuto de Seguridad de Turbay.
A propósito de esta exposición, Carmenza Saldías, la mejor Secretaria de Planeación y de Hacienda que ha tenido Bogotá en los últimos 25 años, me dijo que esa calle donde está la biblioteca Luis Ángel Arango, el Museo Botero, la Casa de la Moneda, la sala de exposiciones del Banco de la República, más abajo el Fondo de Cultura Económico, al frente los nuevos desarrollos del Teatro Colón, y llegando a la plaza de Bolívar la casa del Florero, que debería convertirse en la Casa de la Memoria del Palacio de Justicia, es la principal calle del arte y la cultura de Colombia. Tiene razón, por eso en cada visita a la ciudad hay que ir allá, comenzando el recorrido en el centro internacional donde está el Museo Nacional y en desarrollo el proyecto Atrio. Y terminar en Fragmentos, obra de Doris Salcedo sobre el fin de la guerra con las FARC .
En el restaurante del complejo de arte y cultura del Banco de la República, me encontré con el urbanista Fernando Viviescas, con quien tuve el honor de trabajar en varios proyectos dirigidos a pensar territorios de la ciencia, la tecnología y la innovación: Ciudad Salud Región, el Anillo de la Innovación, el parque de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional. Y otro a mi cargo, la región de la Innovación (RINN) de la sabana norte de Bogotá.
Con ellos la economía de la ciudad y de la región sería más avanzada y menos vulnerable a choques externos e internos. El primero era un clúster de salud de servicios de alta complejidad, de investigación, y de pymes de una industria de salud. El segundo, daría asiento a las nuevas industrias y servicios de alta tecnología integradas a las capacidades de investigación de la Universidad Nacional con su parque científico y tecnológico, y al plan de renovación del CAN. Con la RINN, cohesionar sosteniblemente las empresas ubicadas en el norte de la primera corona de municipios alrededor de Bogotá, atraer empresas de investigación y exportaciones, aumentar las capacidades de investigación de las universidades y empresas ahí ubicadas, y elevar la calidad de vida de sus habitantes. Sin embargo, estas mega iniciativas no se han llevado a la realidad, salvo algunos proyectos muy puntuales, mostrando que existen barreras que se me antojan culturales porque la transformación de una economía es ante todo una toma de conciencia de que otro desarrollo es posible y necesario, y que para ello se deben cambiar las mentalidades.
Desarrollar nuevos sectores para quebrar la dependencia de productos en declive y superar la dependencia tecnológica, son cambios inherentes a cada cultura. Las criticas a la mentalidad de los actores es parte de lograr profundas transformaciones. Así, todo cambio estructural que no considere la idiosincrasia del espacio nacional y territorial es una lectura incompleta, en esas condiciones el cambio estructural difícilmente deviene. Por eso en la literatura especializada los factores idiosincráticos son clave en todo proceso de desarrollo endógeno bien sucedido. Lo dicen varios premio Nobel.
Aquellas iniciativas fueron enormes visiones y aterrizadas elaboraciones que querían darle una nueva orientación a la reindustrialización de Bogotá, abrirle nuevos espacios al arte y la cultura, estimular más y mejor educación e investigación científica y tecnológica, dar un salto en servicios de alta complejidad, y un desarrollo urbanístico que recuperara zonas en declive y reconvirtiera espacios de renovación urbana para convertirlos en nuevos lugares de vida, encuentro, conocimiento y producción sostenible. Todos esos proyectos estaban integrados en concepto y especialización.
Esas utopías enfrentó un modelo económico que destruyó la industrialización y con ello la autonomía en servicios avanzados, incluido el conocimiento y la investigación. Las importaciones sustituyeron producción nacional en el campo y en las ciudades, pocos nuevos cultivos se estimularon y el potencial para una industrialización avanzada que derivara en servicios más complejos, quedó neutralizada. De ahí la baja inversión en I+D+i. Así, la equidad vía mejores oportunidades y una producción de alta productividad, más inteligente y sostenible, fueron abandonadas.
No obstante, no hay otra ciudad de Colombia con un mayor potencial para generar oportunidades y capacidades de cambio estructural, de cambio tecnológico y de aprendizaje, que la capital de Colombia y del centro del continente. Sin embargo, el centralismo es una fuerza opresiva que limita las posibilidades de un mayor cambio cultural, económico y social.
Las próximas elecciones debería ser un espacio para soñar, proponer y poner en marcha un nuevo país. La inflexión estructural por la pandemia y el crecimiento insostenible del planeta, es una oportunidad para reinventarse. Por eso las propuestas de los partidos independientes deben zafarse de los lugares comunes. El uribismo y afines no son opción, porque crearon una economía y unas instituciones fallidas. La corrupción, la mentira y la violencia son sus armas, la inteligencia, la innovación y el desarrollo no son sus argumentos.