Por: Jaime Polanco
Seguimos atónitos semana tras semana las noticias sobre los efectos letales del Covid-19. También nos despertamos cada día con la ingente información cocinada por los gobernantes de turno, tratando con medias verdades y mucho desatino, calmar a una población cada día mas preocupada por su futuro inmediato.
¿Qué podemos hacer ante la irresponsabilidad política de bromear con los remedios, minimizar las consecuencias, sobredimensionar los genes nacionalistas locales o, simplemente, obviar lo que es una realidad? una pandemia que ya ha dejado cientos de miles de muertos en estos meses.
¿Cómo va a cambiar nuestro entorno social y laboral? ¿Qué haremos con los más de 200 millones de desempleados que dejará la crisis? ¿Quién velará por el sistema neoliberal, que desde 1980 conduce nuestros planteamientos fundamentales en materia económica? ¿Qué será de la globalización?
¿Será el viejo sistema capitalista la respuesta a nuestros problemas o tendremos que inventar otras soluciones, para atender las demandas internas de los bienes y servicios, fundamentales para el desarrollo de nuestras economías? ¿Volverá ‘Papá Estado’ a intervenir en nuestras vidas como ya lo hizo en otros momentos de la historia?, especialmente entre guerras, tutelando sectores tan esenciales como los alimentos, los bienes de interés públicos, la banca, la educación o la salud.
Muchas preguntas sin respuestas claras. Muchos analistas tratando de resolver este sudoku futurista, sobre cómo la crisis del virus afectará el modelo de desarrollo económico, que sustenta nuestras inquietudes sobre nuestra forma de vivir.
El capitalismo no creo que cambie, pero nada será igual que antes. El modelo que lo implementa, podría variar radicalmente. El concepto de oferta y demanda no cambiará a corto plazo, pero sí las reglas que lo sostienen. La era de la globalización como la entendemos en la actualidad, estará muerta antes de que encontremos una solución para el virus.
¿Qué lecciones hemos aprendido en estos meses de crisis de confianza, sobre nuestro sistema político e industrial? Que el modelo ha fracasado. Las necesidades básicas para atender una pandemia de estas características no las teníamos cubiertas. Los insumos más necesarios no se producían en nuestras fabricas, se obtenían a la demanda de los consumidores, en otros mercados con mano de obra más barata.
Era más rentable producir bienes de primera necesidad en el exterior que hacerlos por unos centavos más en nuestras obsoletas fábricas. Resultaba más provechoso en los años de bonanza volver a convivir con los motores clásicos de la economía que invertir en mejorar los sistemas productivos, los cuales, además, son los mayores impulsores en la creación de empleo.
Algunas respuestas son claras. Nada de lo que había que hacer se hizo. Los países de nuestro entorno volvieron a convivir con la fácil economía del petróleo y las materias primas. Los Estados sumidos en procesos de corrupción, abandonaron a su suerte, sectores tan importantes como la educación y la salud, pero también la industria y la innovación. El empleo se volvió precario y ese orgullo nacionalista que hoy tienen otros países, se evaporó en beneficio de inversiones exteriores, que en nada primaban, el desarrollo del comercio nacional.
¿Quién va a salir al rescate de las empresas, casi en quiebra, que forman parte del sistema crítico de los países? ¿Qué va a pasar, por ejemplo, con las líneas aéreas? Compañías que, con el consentimiento de los gobiernos de turno, han consolidado cuotas de mercado cercanas al 80%. ¿Quién va a transportar domésticamente en Colombia, Perú o Argentina a los millones de personas que podrían reactivar sus negocios, si las compañías aéreas de estos países, están al borde de la quiebra? ¿El Estado?
De momento parece que va a ser imprescindible para salir de la crisis. El Estado está dando las instrucciones sobre el sistema de salud, los bancos, los impuestos y lo más peligroso, lo que las empresas privadas pueden y deben de hacer. Está regulando por decreto sobre nuestras libertades y nuestra forma de vida.
¿Pero que perfil de Estado puede arrogarse en semejante papel en los países occidentales? El Estado ineficaz, arrogante, obsoleto, corrupto y subsidiador de ayudas económicas a cambio de votos; o el Estado moderno, tecnológicamente preparado, con mayor presencia en los territorios y con planes de distribución de los bienes y servicios para los más necesitados.
Nada se arregla con caridad, eso ya lo hemos aprendido con el paso de los años, pero la presencia del Estado será cada vez más importante en nuestras vidas. Las normativas y las intervenciones en la industria y el comercio, serán claves para el desarrollo de los países. La mejor distribución de los recursos, definirán el nivel de libertad y compromiso con nuestro avanzado sistema de bienestar social.
El viejo axioma de que el Estado es totalitario, intervencionista y sinónimo de falta de libertades, tendrá que cambiar. Incluso los países que lo instauraron para quedarse, han ido cambiando a un mundo más abierto e igualitario. El Estado sí, pero en su justa medida.
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