La inseguridad en las ciudades de Colombia no apareció de la noche a la mañana. Ha surgido porque han aumentado las debilidades de los gobiernos, de la política, de la economía, de las instituciones, y por el deterioro del tejido social producto de tantas anomalía crónicas, derivando en múltiples violencias que han formado un infinito sistema de maldades cruzadas.

Hace rato que la seguridad y la justicia fallan en Colombia. Cuando no es la impunidad y la lentitud de la justicia, es la descomposición creciente y mortal de la policía, al final, ambas operan como estructuras en descomposición. La última vez que la gente miró con afecto, respeto y solidaridad a la policía, fue cuando Pablo Escobar, con los carro bomba, destrozaba policías, o cuando morían a manos de un sicario porque le habían puesto precio a su vida. Entonces, surgió el Bloque de Búsqueda, dieron de baja a Escobar y a muchos más. Para la gente esos policías fueron héroes. Eso ocurrió hace treinta años. Luego, poco a poco ese cariño se volvió indiferencia, rechazo y temor.

El ciudadano y el campesino poco denuncian porque puede ser peor. La policía y la fiscalía hacen mal la tarea al momento de las capturas y de construir las investigaciones, o son cómplices de ladrones y criminales, entonces, los jueces sueltan al delincuente o al asesino, los cuales en seguida van en búsqueda del denunciante. Cuando la policía y la fiscalía hacen bien los procedimientos, es el juez el que libera al ladrón o al asesino. Por un lado o por otro el ciudadano está en riesgo y desamparado, mientras los delincuentes y criminales operan con total libertad.
Al final, la policía, la justicia y el crimen organizado o desorganizado, en contra del ciudadano y del campesino. La violencia de estos días en las ciudades viene de la violencia del campo que empezó a desatarse en 1944. Actualizada y modernizada en armamento, en los medios móviles en los cuales se desplazan ladrones y asesinos, y mejor comunicados por la tecnología digital. Por eso también aparecen nuevas violencias, sin que las anteriores desaparezcan. Colombia suma violencias, entre ellas, la más reciente, la de los inmigrantes venezolanos, gracias a la desordenada y ligera generosidad “humanitaria” de Duque.
Los ataques a la ciudadanía tiene nuevas expresiones, y algunas que existían se han incrementado porque la economía y la pandemia han sido mal manejadas por el gobierno y los gremios económicos. El error de fondo, creer que todo debe volver a ser como antes, por eso hablan de reactivación y no de reestructuración. Estado, gobierno y empresarios sin visión, compromiso y capacidad para darle un nuevo rumbo a la nación.

La “normalización” o “reactivación” a pesar de algunos subsidios al empleo, han resultado insuficientes, porque los empresarios no están generando empleo. Les interesa recuperar la actividad sin afectar el margen de utilidad. Sin embargo, han aprendido a darle más valor a las tecnologías digitales, eliminando empleos. Con la economía formal que hoy tiene Colombia no habrá una nueva y sostenida dinámica de generación de oportunidades legales, porque no hay gobierno ni empresarios que conduzcan a construir una economía más inteligente, diversificada, sofisticada y exportadora. Será la misma economía primaria, llena de vitrinas con artículos importados y pocos productos nacionales.

De esta manera, la informalidad también se incrementa. Como no puede absorber a todos los desempleados, muchos se van al atraco y al crimen, porque el mundo informal se alimenta de mucha acción ilegal. Así, las “escuelas del crimen” están creadas y fácilmente actualizan el currículo. Rápidamente gradúan para que esos jóvenes salgan a “trabajar” en arriesgados y mortales “negocios”. En este capitalismo del crimen los inmigrantes venezolanos han encontrado mercado de trabajo y oportunidades de torcidas transacciones, siendo una de sus características la violencia extrema, porque primero matan luego roban.
El aumento de asaltantes en las ciudades no solo es por falta de oportunidades. Puede ser también por una escalada organizada de una nueva práctica paramilitar con el fin de conducir a un proceso de militarización y así justificar un nuevo gobierno de “seguridad democrática”, “cohesión social” y “confianza inversionista”. Esta ola de violencia urbana comenzó con el asesinato de jóvenes en la protesta social. La ultraderecha para mantenerse en el poder, recurre a un discurso fascista y en profundizar un atroz neoliberalismo culpable de todas las formas de violencia, inequidad y atraso de los últimos treinta años. Duque, corto de cabeza, es el inepto y el perfecto cínico para operar un capitalismo equivocado como errado le parece a Nancy Pilosi para los Estados Unidos.
Militarizar las ciudades para “proteger” a la ciudadanía, es una forma solapada de amedrentar a la gente y transmitir una imagen poco cierta de seguridad. Colombia juega a una nueva versión de estado fascista, atrasado y antidemocrático. Tendría un ejército que la mayoría no van a querer, porque incrementarían las prácticas ilegales ligadas a los aberrantes abusos de la inteligencia militar, cuando aún permanecen vivas y no dejan de sangrar las heridas de los falsos positivos, y tampoco se han olvidado la manera como ejército y paramilitares han sido una sola máquina de muerte y horror. Si la policía está fuera de control, el ejército puede ser peor, porque tiene más fuerza, por tanto, no hay veedor ni defensor del pueblo que atiendan.
De esta manera, la muerte en el campo, de un pinchazo o de varios – es lo que siente una persona antes de morir a manos de un asesino armado de un fusil o de una pistola – se ha expandido a las ciudades. En el campo, la persona va caminando, siente una o varias detonaciones que penetran en su cuerpo mientras cae sin vida sobre el camino de tierra que no volverá a pisar ni a ver. Esta imagen de todos los días en el campo, ha llegado a las ciudades. En ellas, el ciudadano intenta defenderse, pero no logra evitar que su cuerpo termine sin vida sobre el andén de cemento. A veces no se da cuenta que se acabó su paso por este mundo, porque lo matan antes de quitarle el celular y la plata. Hasta hace veinte años el enemigo estaba en la periferia de las ciudades, ahora también está en sus calles.