No cesa la horrible noche de una violencia que algún día del siglo pasado se desató en esta tierra del olvido. Son décadas que parecen siglos porque son tantos los miles de muertos que si estuvieran vivos poblarían una ciudad de setecientos mil habitantes, y son tantas los millones de víctimas que alcanzarían para ocupar una ciudad más grande que Bogotá.
A pesar del fin de la guerra con las FARC el conflicto se ha prolongado y ahora la maldad se ensaña con los líderes sociales, hombres y mujeres, y con niños y niñas de los campos, que por defender un derecho, o andar por el camino de sus veredas, son asesinados, mientras la justicia, el ejército, el gobierno y el congreso de la inmundicia política con el uribismo a la cabeza, dirigen la mirada a otro lado, o diciendo barbaridades para justificar el asesinato de tanto inocente, por eso con cinismo dicen que los líderes sociales mueren por líos de faldas, o por ajuste de cuentas con guerrilla, paramilitares y narcotraficantes, cuando no es cierto. Las mentiras de la demencia no caben en el imaginario de ningún ciudadano equilibrado y sano de este país y del mundo.
Colombia es una sociedad enferma, llena de sicópatas y de insensibles fanáticos que fustigan la violencia y a los asesinos que la practican, hacen de este pedazo del planeta un lugar de sociópatas, con narcotraficantes, fanáticos fascistas o de extrema izquierda, asesinos encantados matando de manera insaciable, y tantos terratenientes e ilegales que matan por un pedazo de tierra o por pedazos de minas. La vida no les vale nada, mientras una sociedad anestesiada vive distraída saciando su voracidad de consumo en centros comerciales, cafés, restaurantes, casinos, bares y discotecas, y esperando los triunfos que no aun no llegan de la selección de futbol.
La bandera de Colombia no la quieren sus ciudadanos, basta mirar las escasas que aparecen cada 20 de julio, y solo se ven cuando los futbolistas saltan a la cancha, o cuando otros deportistas triunfan en el mundo. Solo ahí hay espíritu patrio. Es un país lleno de gente que vive aquí pero que no lo aman porque el estado poco sirve o aun no llega.
La guerra interminable de Colombia, con una sociedad manipulada y mal informada, ha sido un monstruo imposible de destruir. Los líderes sociales son gente buena que luchan por reclamaciones históricas que la constitución y la ley amparan. Sin embargo, no hay tales instituciones fuertes, no hay tales poderes del estado al servicio de ciudadanos y campesinos, solo existe un estado débil prisionero de unos cuantos carteles poderosos, algunos perversos.
Los sicópatas de Colombia trabajan las veinte y cuatro horas del día pues mandan a matar a cualquier hora, y los asesinos están las veinte y cuatro horas esperando ejecutar la orden.
Colombia se moviliza por causas justas de manera intermitente. Las movilizaciones no se sostienen porque los organizadores carecen de capacidad de permanencia pues son líderes a medias o porque sienten temor de que la indignación y la protesta se conviertan en una fuerza incontenible de transformación y de cambios profundos hacia una sociedad moderna y reconciliada que podría hacer realidad los sueños de construir una potente nación.
Hace meses llenamos la plaza de Bolívar de Bogotá para protestar por la ola de líderes sociales acribillados. Sin embargo, nunca volvimos a la calle y a la plaza, mientras tanto, los asesinos se replegaron unos días y luego volvieron con más furia a llevarse para siempre otros cientos de líderes sociales. La comunidad internacional no ha cesado de hacer evidente este genocidio, pero le falta capacidad de acción para neutralizar un estado incapaz y a veces cómplice.
Esta jornada del 26 es para que no maten más líderes sociales, y el principio de una movilización permanente pidiendo parar la violencia por el derecho a vivir que todos tenemos, que se cumplan los acuerdos de paz, y el estado salga de la madriguera para defender a ciudadanos y campesinos.
Esta jornada también es para rendirle homenaje y nunca olvidar a los que murieron en la confrontación, y el odio no destruya sentimientos, la memoria y reclame venganza. Puede no haber perdón ni olvido, aunque esto no deberá justificar más y más violencia. La guerra con las FARC y otras guerrillas empezó con combates entre los alzados en armas y el ejército, y en la medida que se fue prolongando nuevos actores aparecieron, entonces, con paramilitares y narcotraficantes la sevicia aumentó hasta grados de perversidad inimaginable que se convirtieron en genocidios de lesa humanidad, solo por el gusto de matar.
Por supuesto, que en la confrontación no todos los que se enfrentan cometen barbaridades, pero si muchos y en todos los armados. Así, en este día debemos rendir tributo a las madres, hermanos, hijos y demás que perdieron a un ser querido, entendiendo que el dolor nunca se irá y en muchos la rabia tampoco. Una guerra que cobijó varias generaciones es una guerra que deja secuelas en otras. La mirada volverá a brillar, la risa regresará, el amor vendrá, pero las lágrimas no dejarán de aparecer cuando algo haga recordar a los que no volverán a entrar por la puerta de la casa.
Este 26 de julio marcharé por los caídos en la guerra, por la memoria de los líderes que en un segundo se les fue la vida, por los niños abusados y luego asesinados, para que la maldita violencia se acabe pronto, el uribismo deje en paz a Colombia con su fanatismo delirante y vacío, y su líder se dirija a los que ejercen tanta violencia para decirles que es hora de parar.