El mundo mira a China como el gran mercado del siglo XXI, y Colombia no puede darse el lujo de ser espectadora, menos en un momento donde Estados Unidos amenaza con imponer tarifas insostenibles a todos los productos que entren a su país. Con una demanda creciente de alimentos —desde proteínas hasta frutas exóticas—, el país asiático representa una oportunidad histórica para transformar el agro colombiano. Sin embargo, aprovecharla exige superar viejos rezagos y actuar con la urgencia que impone la competencia global.
El primer factor habilitante es el avance en certificaciones sanitarias, un requisito que durante años limitó las exportaciones. Hoy, Colombia ha logrado hitos clave: en 2024, doce plantas procesadoras de carne bovina recibieron luz verde para exportar a China, un mercado que solo el año pasado importó 10.7 millones de toneladas de este producto. Este logro, impulsado por el estatus de país libre de fiebre aftosa con vacunación, permitiría enviar hasta 100,000 toneladas anuales, según proyecciones del Ministerio de Agricultura. A esto se suma el aguacate Hass, certificado desde 2022, que gracias al clima colombiano puede producirse todo el año, a diferencia de la oferta estacional de Perú o México. Estos casos demuestran que, cuando hay coordinación entre sector público y privado, se abren mercados impensables hace una década.
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Pero los protocolos son solo el primer paso. China no compra potencial: compra volúmenes, calidad constante y logística eficiente. Aquí surge el segundo factor: la infraestructura. Colombia sigue pagando un “costo país” que encarece sus productos. Transportar un contenedor de Bogotá a Shanghai cuesta un 30% más que desde Brasil, según la Cámara Colombo-China. Mientras Chile aprovecha sus puertos en el Pacífico para enviar cerezas en 22 días, Colombia enfrenta cuellos de botella en Buenaventura y una red vial fragmentada. Proyectos como el ferrocarril del Pacífico —donde empresas chinas han mostrado interés— podrían cambiar la ecuación, pero requieren decisión política y velocidad.
El tercer elemento es la innovación en productos con valor agregado. China ya no es solo el mercado de las materias primas: su clase media busca café especializado, snacks saludables y frutas únicas. Colombia exporta café a través de intermediarios como Starbucks, pero no existe una marca país que compita con los arándanos peruanos o los vinos chilenos. La uchuva, el lulo o la gulupa —frutas autóctonas con alto valor nutricional— ni siquiera figuran en las estadísticas, a pesar de su potencial en nichos gourmet. Tampoco se ha explotado la denominación de origen: un café de Nariño o una pitaya del Huila podrían ser tan distintivos como un Malbec argentino, pero falta estrategia de posicionamiento.
Aquí entra el cuarto factor: la diplomacia comercial. Mientras Chile y Perú negocian con China desde la Alianza del Pacífico, en Colombia no se ha avanzado en el proceso de pensar un TLC con China. La vía rápida por lo pronto son las misiones inversas: traer compradores chinos a ver fincas y plantas de procesamiento, como se hizo exitosamente con el limón Tahití en 2023. Además, se necesita un sello de sostenibilidad que diferencie los productos —carne carbono neutro, café bajo en huella hídrica—, algo que el Gobierno podría desarrollar con apoyo de gremios como Fedegán.
El riesgo de la inacción es claro. Brasil ya domina el 75% del mercado chino de soja; Argentina y Uruguay se reparten la carne premium. Colombia llega tarde, pero tiene ventajas únicas: biodiversidad, tierras subutilizadas y proximidad geográfica al canal de Panamá. La inclusión de Buenaventura en la ruta de la naviera china más importante que hay, Cosco Shipping, demuestra que Colombia tiene una posición privilegiada de cara al mercado chino.
El momento es ahora: cada día sin avances consolida a otros países en la mente de los importadores chinos. El agro colombiano puede ser más que un sector tradicional: puede ser una potencia alimentaria. Pero para ello, necesita dejar de mirar hacia el norte y volcar sus ojos —y sus cultivos— hacia el oriente.
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