Si hay algo que históricamente ha quedado demostrado en los últimos siglos de historia en Colombia, es que tendemos a repetir los errores del pasado, especialmente cuando se trata de encontrar proyectos políticos que sean capaces de priorizar lo colectivo y no los intereses de las élites y los clanes regionales ‘atornillados’ al poder.
El año 2023 es un año electoral que pondrá a prueba una vez más las lecciones aprendidas de la última contienda política en Colombia. Sobre las elecciones presidenciales del año 2022 quedaron varios sin sabores, sin contar ya, algunas decepciones que lleva el Gobierno Petro en ya casi seis meses de gestión.
El nivel de intensidad y ataque que se dio entre distintos sectores de la sociedad fue descomunal. La conversación en la opinión pública dividió partidos, medios de comunicación, grupos empresariales y hasta familias que llevaron la diferencia a un nivel de apasionamiento que aleja la sensatez para abordar la complejidad de los problemas que tenemos.
Otro aspecto que queda no podemos olvidar, fue la pobreza en las propuestas de los candidatos. Fue tan limitado el tema que los candidatos rechazaron establecer debates para conocer el qué, el porqué y el cómo ejecutar planes de gobierno. Mientras que otros hacían propuestas sin piso, tal cuál como el arquitecto que plasma un proyecto del cual sabe que hay poca probabilidad de su ejecución.
También, el pasado año electoral tanto en legislativas como presidenciales las listas estuvieron plagadas de nombres cuyos méritos y competencias en administración pública era realmente ‘insípidos’. Es cierto que se requieren nuevos liderazgos, pero que esta no sea la excusa para que veamos oportunistas queriendo ser gobernadores, diputados, alcaldes y concejales solo con ciertas habilidades para generar ‘bochinche’. Hay una frase contundente: hablar es gratis, todos lo pueden hacer; no obstante, hay que aprender a escuchar las intervenciones de las personas donde se evidencia niveles aceptables de conocimiento para gobernar.
Con estos antecedentes, se abre la carrera política para las elecciones regionales cuyo meta será en octubre próximo. La lista de primeros candidatos para las alcaldías de las principales ciudades del país es amplia. Se evidencias caras muy conocidas, otras extrañas en esta ‘jungla’ de leones con ganas de presupuestos millonarios para mantener el séquito de aliados y el ego por las nubes.
Es claro que la ciudadanía cada vez se siente más decepcionada de lo tradicional y de las denominadas opciones de cambio. Si bien es cierto que este cuatrienio de los gobiernos locales se vio afectado por la pandemia del COVID19, en ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla la gestión de los gobernantes ha recibido fuertes críticas por la percepción de seguridad, avances de infraestructura y uno que otro escándalo de corrupción. Esto destacando que varios de los gobernantes de capitales mencionadas fueron elegidos por corrientes de centro e independencia.
Ahora más que nunca, la ciudadanía debe aumentar esfuerzos por filtrar las candidaturas de personas no competentes, analizar propuestas sensatas que no conlleven a la decepción colectiva y quienes aseguren darle continuidad a los proyectos que han avanzado en los territorios sin menospreciar a sus antecesores. Palabras de voz Populli: construir sobre lo construido y desde la sensatez.
Por ahora tenemos casi 10 meses para intentar darle respuesta a la pregunta de cómo elegir bien sin morir en el intento, aprovechando el momento en donde se empiezan a evidenciar las decepciones de los ganadores de la pasada contienda electoral: continuismo, improvisación, incoherencia y desconfianza. Es tiempo de no olvidar el pasado para saber en manos de quien pondremos la administración del futuro. No es fácil, pero de que se puede, se puede.
Luis Carlos Martínez