Enfrentamos una realidad climática cruda y desigual. Mientras gigantes como China, EE. UU y Japón emiten millones de toneladas de CO2 para lograr ventajas comparativas en sus economías, naciones más pequeñas económicamente como Colombia contribuyen con una fracción minúscula tanto en la emisión de gases de efecto invernadero como en la mitigación de los mismos. Este desbalance entre las oportunidades del mercado versus el cuidado del planeta plantea un debate de injusticia pero nos señala una verdad incómoda: la acción individual de cada país es insuficiente sin una estrategia global coordinada en la que existan incentivos y reglas justas para abordar el mayúsculo problema del cambio climático.
Este 2023, el año más cálido registrado, nos coloca ante un reloj que avanza implacablemente. El aumento de los gases de efecto invernadero y el deshielo del Ártico nos urgen a actuar. La COP28 y los países en general deben centrarse en compromisos concretos: una transición energética global, la eliminación de subsidios a los combustibles fósiles y la creación de un fondo de innovación climática financiado por multas severas a los incumplidores. Este fondo no solo garantizaría el cumplimiento, sino que impulsaría la investigación y el desarrollo de tecnologías sostenibles.
En este momento crítico, cada nación, grande o pequeña, debe contribuir significativamente. La COP28 y futuras cumbres deben ser escenarios de acuerdos firmes y colaboración global. Cada acción, cada grado de calentamiento evitado, puede marcar la diferencia en nuestro futuro compartido. Ahora más que nunca, la unidad y la acción decisiva son esenciales para enfrentar el mayor desafío de nuestro tiempo.