Los “coronatiempos” han dejado claro una de las contradicciones más evidentes de nuestros tiempos: ¿por qué no luchamos contra el cambio climático, con la misma intensidad que lo estamos haciendo contra el Covid – 19?
Esta pandemia no creó la crisis ni los problemas que estamos viendo, pues la inequidad, el cambio climático, la ausencia de liderazgos, el racismo sistémico y/o la corrupción (y faltan por nombrar muchos más), se venían presentando mucho antes del Covid – 19, pero este hizo evidente las debilidades de los sistemas construidos con papel, esos mismos que hoy se hacen agua. Sin embargo, una de las preguntas clave de la humanidad hoy es: ¿por qué la actual pandemia sí, y el cambio climático no tanto?
A pesar de la disminución en las emisiones de gases CO2 durante las cuarentenas decretadas alrededor del mundo, el cambio climático ha seguido su crecimiento, presentando temperaturas constantes de 35 grados en el círculo polar Ártico (algo nunca visto), durante el verano septentrional de 2020. Según Pascal Peduzzi, director de PNUMA/GRID-Ginebra y director de programa de la Sala de Situación del Medio Ambiente Mundial, “Esto es una gran preocupación con respecto a nuestro clima y demuestra, una vez más, que se necesitan medidas urgentes para reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Para mantener el calentamiento global promedio a 1,5 °C, necesitamos alcanzar cero emisiones netas para 2040 (2055 a más tardar)”.
Por otro lado, todas las investigaciones científicas sitúan a los mercados húmedos de China como el origen del Covid – 19. En esos mercados de Asia (no son solo en China), ciervos, gatos, mapaches, murciélagos, cocodrilos, perros y muchas otras especies conviven entre la sangre, las vísceras, las escamas y los restos de otros animales muertos que empapan el suelo de los puestos, y son manipulados por quienes atienden ahí. Estos lugares insalubres se ven en regiones como Wuhan, donde se presentó por primera vez este virus.
Aunque todavía hay mucho debate científico sobre el asunto, según WWF está comprobado que la alteración del equilibrio de los sistemas naturales por la destrucción directa de hábitats, la pérdida de biodiversidad, el tráfico de especies, la intensificación agrícola y ganadera y los efectos amplificadores del cambio climático “aumentan notablemente el riesgo de aparición de enfermedades infecciosas transmisibles al ser humano”. Así, el cambio climático y la crisis ambiental se han convertido en un problema de salud publica mundial.
Entonces, ¿por qué no actuamos de la misma manera ante el cambio climático como lo hacemos ante la pandemia? En el caso del Covid -19, el distanciamiento social y las cuarentenas tienen un alto costo representado en la caída del PIB y los demás efectos económicos. En cuanto a los beneficios, son las vidas salvadas gracias a ese distanciamiento. La operación es: el número estimado de vidas salvadas se multiplica por lo que se llama el valor estadístico de la vida (es el precio de la vida y se calcula en términos monetarios).
La noción de valor estadístico de la vida es cínica. Se considera que la vida humana no tiene precio. Pero, estamos dispuestos a correr riesgos a cambio de tiempo, placer o dinero. Fumamos, conducimos a gran velocidad, bebemos alcohol, aceptamos trabajos que conllevan a riesgos para la vida a cambio de un sueldo más alto. El valor estadístico de la vida se calcula a partir de la cantidad de dinero que necesitamos para correr riesgos (o el que estamos dispuestos a pagar para reducir un riesgo), hacemos una compensación: a más riesgo, mayor sueldo, emoción, placer, adrenalina, etc.
Los beneficios de las medidas de distanciamiento y las cuarentenas son inmediatos, pero los costos se pagarán más tarde. Para poder comparar costos y beneficios que no suceden al mismo tiempo, se aplica una tasa de descuento a lo que suceda luego. Esto quiere decir el costo de capital que se aplica en el presente para determinar su pago en el futuro, ejemplo: la deuda actual es 90, pero al final del año es 100, la tasa de descuento será del 10%. En el caso actual, esa tasa le resta valor al monto futuro cuando se traslada al presente, al menos que sea negativa. Es decir, en el futuro ese monto va a tener un valor de 100, pero cuando se traslada al presente, pierde valor: 100, 90, 80, 70, etc. Cuarentenas = soluciones inmediatas + futuros costos.
Economistas de la universidad de Wyoming (EE. UU.) concluyeron que los beneficios del distanciamiento social y las cuarentenas son superiores a los costos, pero reconocen que el resultado depende de todas las variables y escenarios. Un análisis de sensibilidad muestra que cambios en unos parámetros (como el valor estadístico de la vida o la tasa de actualización) podrían invalidar la conclusión anterior. Subrayan que el análisis no toma en cuenta aspectos sociales y generacionales.
En el caso del cambio climático el dilema es parecido: se trata de aceptar una reducción del PIB, a cambio de salvar vidas en el futuro. Hay estudios que llegan a la misma conclusión: los beneficios son superiores a los costos. Sin embargo, las medidas tomadas no son las mismas. Aquí proponemos una clave para entender esta diferencia.
Una está en la tasa de actualización. En las sociedades más impacientes, los beneficios de las medidas de distanciamiento social y los costos asociados a mitigar el cambio climático serán más importantes que en sociedades más pacientes. Entonces un factor es: la paciencia (medida como tasa de descuento del dinero futuro), que trabaja a favor de reducir el calentamiento global, pero en contra de reducir los efectos de la COVID-19. Una política como la de Suecia, de no tomar medidas de distanciamiento social, pero favorable a medidas de protección del medio ambiente, indica una sociedad paciente.
En conclusión, para enfrentar la pandemia y el cambio climático con la misma tenacidad, se requiere no solo de un sistema económico, sino de valores (incluyendo la paciencia), en el cual pasemos de esa relación utilitaria de la naturaleza, en la cual ella nos da los insumos para calmar nuestros deseos, caprichos y antojos, por una donde la tierra sea entendida como parte del ser humano, y dentro de ese marco, cuidemos de ella como si nos estuviéramos cuidando a nosotros mismos. La tasa de descuento debe cambiar de bien, no el consumo ni el PIB (o cambiar su medición), sino que nuestro objeto de medición sea nuestra propia vida. Los indígenas alrededor del mundo pueden enseñarnos muy bien esas prácticas.