Creer

Creer en ese niño que, de manera reiterada, interrumpe la clase con sus comentarios fuera de lugar y se levanta constantemente de su asiento. Creer en ese niño que lleva el uniforme desarreglado. Creer, incluso si ese niño, en vez de prestar atención a las explicaciones del profesor de matemáticas, se dedica a realizar un dibujo en su cuaderno de notas. Creer, a pesar de que la mayoría de los profesores manifiestan que el niño Joshua debe repetir el año si continúa con sus malas calificaciones y su disciplina por debajo de tres. Para él, los castigos de sus padres, los regaños de sus profesores y las amenazas del coordinador académico ya no tenían efecto.

Por otro lado, los padres de Joshua también se encontraban con el corazón en la mano porque, muy posiblemente, debido a la cantidad de anotaciones en el observador del grado, le cancelarían la matrícula y tendrían que emprender, otra vez, la travesía de encontrar un colegio que lo recibiera. María Montessori tenía razón al decir: “El instinto más grande de los niños es precisamente liberarse del adulto”.

Joshua no quería permanecer más tiempo sentado en su pupitre, mirando un tablero que para él no significaba nada, escuchando a un profesor que probablemente repetía lo mismo desde hace quince años. Para él, no tenía sentido hacer tareas o presentar exposiciones: pensaba que era una pérdida de tiempo porque restaba el tiempo para su imaginación.

El niño Joshua solo necesitaba una mano amiga, una voz alentadora, una mirada positiva. “La alegría, sentir la propia valía, ser apreciado y amado por otros, sentirse útil y capaz de producir, son factores de gran valor para el alma humana”, decía María Montessori. Es en esa alegría y en ese sentimiento de valía donde se encuentra la clave para entender a Joshua. La educación no puede ser una cárcel de reglas y disciplinas que asfixian la creatividad y la individualidad. Joshua, con su uniforme desordenado y su cabeza llena de sueños, representa una rebelión silenciosa contra un sistema educativo que a menudo olvida que cada niño es un universo en sí mismo. Joshua no es un problema a resolver, sino una oportunidad para reflexionar sobre cómo estamos educando a nuestras futuras generaciones.

Creer en Joshua es creer en la capacidad innata de cada niño para encontrar su propio sendero, siempre que se le brinden las herramientas adecuadas y diversas, donde se le permita explorar sus intereses y habilidades. Es un clamor a los educadores, a los padres y a la sociedad en general a replantear nuestra visión de la educación. No se trata solo de transmitir conocimientos, sino de nutrir almas, de encender pasiones y de acompañar a cada niño en su viaje único hacia la realización personal. Es la posibilidad de un futuro donde cada niño pueda ser quien realmente es, sin miedo al juicio o a la incomprensión. Creer en Joshua es creer en la promesa de un mañana mejor, donde la educación sea sinónimo de libertad.

Edwin Arcos Salas
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