La estructura social y económica, así como la cultura patriarcal, han impuesto sobre las mujeres el papel de cuidadoras no remuneradas, profundizando su inequidad en la vida social, económica y política. Sin embargo, el cuidado es un derecho de todos los ciudadanos del mundo, entendido la economía del cuidado como los servicios que están relacionados con la supervivencia individual y social, es la forma en que se reproduce la vida en su dimensión material y simbólica, ésta es indispensable para mantener el tejido social y propiciar el desarrollo de las comunidades, por lo cual es necesario que exista equidad en la provisión de estos servicios entre el Estado, las familias, las comunidades, el sector privado y entre mujeres y hombres.
Con la llegada de la pandemia y el confinamiento de todas las actividades cotidianas, se volvió evidente que el cuidado es el pilar sobre el cual se sostiene la sociedad, sin embargo, fueron las mujeres para quienes en mayor medida aumentó la carga de trabajo doméstico no remunerado. En el sondeo que realizamos en abril de 2020, apenas iniciaba la pandemia, 51% de mujeres afirmaron que el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado había aumentado más de 3 horas, resultado que se mantuvo en el sondeo que realizamos en marzo de 2021. Un año de pandemia no ha traído consigo una mejoría en esta situación, al contrario las brechas aumentan y la situación de las mujeres empeora.
Lo anterior da cuenta de la necesidad que existe de redistribuir, reconocer y reducir el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que tienen las mujeres. Esta carga es posible constatarla a través de datos cuantitativos de diferentes fuentes. El DANE en los resultados de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) afirma que, según información recolectada de septiembre a diciembre del 2020, a nivel nacional, las mujeres dedican al día en promedio 8 horas al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, mientras que los hombres dedican 3 horas y 7 minutos, es decir las mujeres tienen una doble jornada de trabajo y casi que triplican la dedicación de hombres al trabajo doméstico y de cuidado, proporción que con urgencia debe cambiar. Sin contar lo que pasa en la ruralidad.
Por su parte, entre los resultados más relevantes del sondeo que realizamos entre el 21 de febrero y 14 de marzo de este año, constatamos que el 84% de las mujeres que respondieron la encuesta, afirmaron que perdieron su trabajo durante la pandemia, adicionalmente, de las mujeres que consideran que su rol principal es cuidar de su hogar y familia y que también perdieron su empleo durante la pandemia, el 55% afirma que este rol es el más importante por ser madres.
Las imposiciones sociales y las prácticas patriarcales siguen siendo parte de la cultura colombiana, estas creencias tan arraigadas en la sociedad se convierten en actitudes y acciones que conllevan a la naturalización del rol de las mujeres como cuidadoras. En la medida en que el índice de desempleo femenino siga aumentando y no transformemos estas creencias, la equidad entre hombres y mujeres desde el hogar será difícil de lograr, obstaculizando la reducción de la brecha en la distribución equitativa del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que sobrecarga a las mujeres.
Con el fin de avanzar en la autonomía de las mujeres y potenciar la democracia y la justicia para ellas, es necesario transformar la forma en la que se toman decisiones desde el Estado, por lo cual se debe implementar una gobernanza con perspectiva feminista. En este sentido, lo que necesitamos es un giro en la manera de habitar lo público, de liderar, de tomar decisiones políticas y de construir un proyecto de sociedad. Para esto, tanto los hombres como el Estado y el sector privado deben reconocer su responsabilidad en el cuidado de la vida individual y colectiva.
Es momento de crear herramientas de política pública que ofrezcan empleo digno a las mujeres, que les permitan liberar tiempo para habitar otros espacios de la sociedad, aumentar su autonomía y que contribuyan a transformar la percepción de los roles de mujeres y hombres. Es urgente que construyamos un modelo de desarrollo político, económico y social fundamentado en el cuidado, que genere confianza en la ciudadanía, valor que necesitamos hoy más que nunca en Bogotá y Colombia.
Tenemos el gran reto de abolir y enfrentar la cultura patriarcal. Por un trabajo doméstico no remunerado absolutamente equitativo, la justicia empieza en casa.