Por: Sergio Fajardo Valderrama
Aprendí a hacer política caminando las calles, repartiendo volantes, dando la mano y mirando a los ojos. Persona por persona. Escuchando con atención las voces de personas anónimas, en cualquier esquina. Sin distancias ni prevenciones. 20 años. Al comienzo en Medellín, largas jornadas caminando por rincones donde nadie se atrevía a pasar. Épocas cuando hablar con 3 personas era estar frente a una multitud. El año pasado un día de octubre repartí el último volante en Cúcuta a las 12 del mediodía, con un calor asfixiante, a un taxista en un semáforo en rojo; también le di la mano.
En la calle, al dar la mano, al estrechar la mano, aprendí el sentido del respeto, el reconocimiento, la empatía y la solidaridad. Descubrí la forma más profunda de transmitir y compartir con otra persona nuestros ideales.
Y llegó la pandemia del coronavirus y ahora no se puede dar la mano. No sé si algún día volveremos a estrecharla en una calle cualquiera, sin el miedo de ser contagiados. Preciso cuando esta pandemia nos muestra la fragilidad en la que vivimos, cuando más necesitamos la empatía y la solidaridad para reconstruir o mejor, construir un nuevo tejido social, cuando tendríamos que estar más cerca, reconocernos, respetarnos y cuidarnos, nos tenemos que alejar. La paradoja: cuando más nos tenemos que dar la mano, ya no se puede dar la mano.
El otro día alguien me decía que para qué gastaba el tiempo caminando por las calles, sudando, repartiendo volantes, escuchando a personas desconocidas, dando la mano sin saber a quién tenía en frente. Obsoleto, me dijo. Para eso están las redes sociales, un video de un minuto se hace viral y lo ven millones de personas.
Pero no. No hay red social que reemplace el valor de estrechar la mano con una persona en una calle cualquiera. Dar la mano es la expresión más noble del compromiso político, del respeto y del reconocimiento. De la confianza y la dignidad en la política.