Esta semana tocamos la triste cifra de más de 100.000 muertos por Covid en el país. Llevamos ya casi dos meses bordeando los 600 fallecidos por día y la curva que esperábamos empezara a bajar, sigue manteniéndose en una aterradora recta que conlleva a que más personas perdemos seres queridos cada 24 horas. Toda esta permanente conversación sobre fallecidos y recuperados, debería enseñarnos a que es necesario dialogar más sobre la muerte, pensando no en la tristeza que dejaremos sino en lo que nos gustaría que se hiciera cuando llegue este momento.
Está claro que no podemos pedirle a los que se quedan que no nos extrañen o no hagan el duelo con el que se sientan más cómodos, pero sí que podemos mantener nuestros asuntos organizados y algunas decisiones discutidas con nuestros cinco sentidos en sano funcionamiento. Hablar de la muerte debe dejar de ser un tabú y si algo nos ha enseñado este largo año de pandemia es que cualquiera de nosotros puede partir sin previo aviso. Duro pero cierto.
Esta cruda realidad al menos nos debe permitir abrir un diálogo sincero con los que nos quieren y con quienes hoy compartimos el proyecto de vida. Estar en este camino implica que alguno llegará a final primero que el otro y es importante establecer las cosas que nos gustaría se hicieran con nosotros, así como con las cosas que dejamos. Sí, porque hay que entender que muchas personas tienen creencias frente a cómo debe ser su final y eso es respetable. De igual forma, existen situaciones que pueden presentarse y que hoy parecen un absurdo, pero que están en el incomprensible mundo del ¿qué pasaría sí?, obviarlas ya no debería ser una opción.
¿Queremos ser donadores de órganos? ¿Estamos dispuestos a ser enterrados o incinerados? ¿Deseamos una velación y un ritual específico por alguna creencia religiosa? ¿Queremos que nuestra vida se trate de mantener a cualquier costo o estamos dispuestos a desprendernos de este mundo cuando las condiciones naturalmente se den?
No, no es una conversación fácil y tampoco creo que se tenga que convertir en una discusión del día a día, pero el tema hay que tocarlo y hay que dejar esos acuerdos hechos en vida. Tenemos que comprender que existen opciones y que los que se quedan harán lo que nosotros deseamos que fuera nuestra voluntad de partida. Respetarán esas decisiones a sabiendas de que estábamos con nuestras capacidades completas cuando las establecimos.
De hecho, esta conversación tiene un interesante primer diálogo de introspección. Porque también estoy seguro de que muchos de nosotros no nos hemos tomado el tiempo para pensar en esos detalles, que claro, no queremos que lleguen, pero que nadie nos garantiza que se aparecerán en cualquier momento. Esto es normal en una cultura en la que hablar de la muerte pareciera inapropiado, es altamente triste y solo se hace cuando realmente es necesario, lo que es una gran contradicción porque es justamente el momento más inoportuno porque la situación ya se ha presentado y no estamos ahí para expresar lo que nos hubiera gustado.
Los cabos sueltos no se atan solos, alguien tiene que tomar las puntas y hacer los nudos. Esto es justamente lo que creo se hace cuando se trae una de las conversaciones más difíciles a la mesa. No estoy seguro sobre cómo se debe hacer, ni por dónde se debería empezar, pero sí tengo claro que permite organización en un momento que es caótico, confuso, triste y desolador. Adicionalmente si se logra elaborar un diálogo constructivo, también se podrán establecer otras pautas que de seguro permitirán, a quienes se quedan, tener claro el camino que deben recorrer en medio de la neblina enceguecedora de la tristeza y la soledad.
Hablar de la muerte no es entrar a ella en vida, tampoco es atraerla y mucho menos es subvalorar el dichoso valor de poder respirar cada día. Conversar sobre el final no es el fin en sí mismo y no nos convertirá en ingratos seres humanos. Hablar de la muerte por más triste que parezca es una gran lección que nos queda como sociedad, luego de ver cómo muchos de los nuestros se han ido y se quedaron varias conversaciones que nunca empezaron.
Alfonso Castro Cid
Managing Partner
KREAB Colombia