De mujeres y trans, la opinión de Almudena González Barreda

Llegó el día en que el pensamiento woke, ese que pretende cambiar el mundo modificando el significado de las palabras y moldear la realidad a base de sentimientos, se introdujo en la (para mí respetada hasta ahora) ONG Médicos Sin Fronteras.

Les pongo al tanto,  la cuenta de Médicos sin Fronteras España en una de sus publicaciones de Instagram sobre los estigmas de la menstruación y la violencia menstrual que sufren las mujeres en África, en lugar de nombrar a las mujeres como tales las citan como personas que menstrúan, literalmente:“500 millones de personas que menstrúan no tienen acceso a productos de higiene menstrual, a instalaciones adecuadas y a información sobre higiene menstrual son retos importantes en contextos humanitarios, directamente relacionados con la salud y la dignidad.

Tengamos en cuenta la voz de las personas que menstrúan”.  Con esto se pueden deducir rápidamente dos cosas, que el que ha redactado la publicación no tiene mucha destreza lingûística y que considera en su fuero interno que no sólo menstrúan las mujeres, pues al no nombrarlas, da por hecho que los hombres también menstrúan. Y yo, que veo mucho apostólito woke en este occidente loco, siento que también quieren ellos empezar a vender la moto del “eres lo que sientes”. Si fuera François Dumont, el director de Comunicación, soltaría un ¡qué le corten la cabeza! Y me desharía del Community Manager por escribir mal lo primero. Luego, ya si eso, vería si socialmente compensa asumir cierto vocabulario que lejos de incluir puede hacer que los socios salgan corriendo.

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Siento que me repito más que el ajo, pero creo que debe quedar claro que las personas que menstrúan son mujeres. Para ser concretos, mujeres en edad fértil. No menstrúan las niñas, ni las adultas en la menopausia, ni las ancianas, ni los hombres. Todo lo demás son deseos, sueños, quimeras que nos llevan a pensar que por parecer lo que no se es, se es lo que no se es. ¿Lo entienden?

¿Qué es una mujer?

Les invito a que vean el documental homónimo de Matt Walsh. No les diré que es una proeza periodística de investigación incansable. No. Creo que debe verse porque hay ciertas verdades que deben conocerse y que por alguna razón se habla poco de ellas. Matt Walsh es un joven crítico estadounidense que se recorre su país entrevistando a estudiosos de la Universidad, a pediatras, psiquiatras, cirujanos especializados en cambio de sexo, a jóvenes, y personas trans, a padres con hijos trans…  en busca de una respuesta a su pregunta.

No les voy a revelar mucho, pero les diré que el pensamiento mayoritario que se refleja en el documental es que la verdad y la realidad son construcciones personales y subjetivas basadas en la experiencia, las sensaciones y los sentimientos del sujeto. Esto es, cada uno construye la verdad. A la vez, esta verdad o realidad puede cambiar porque nos podemos equivocar. ¡Toma ya! Y eso es lo que piensan en Estados Unidos, y poco a poco se propaga a través del cine, la cultura, las redes sociales a otras partes del mundo.

Tan solo los científicos, en un primer momento, son capaces de responder a la pregunta de Walsh basándose en los hechos y en la ciencia. Nadie niega la disforia de género, (1/10.000 y 2/110.000 según el sexo), pero todos apuntan a un desorden mental que primero hay que tratar con un psiquiatra y su valoración hará que se proceda a la medicación. La realidad es muy distinta, bloquear la pubertad es prioritario y es esto lo que me da más miedo. 

Un camino rentable

Walsh deja claro que la medicación con bloqueadores de la pubertad administrada a niños no es reversible, provoca enfermedades como cáncer u osteoporosis en edades muy tempranas, no alivia en todos los casos el malestar que tienen (presentan tasas de depresión muy altas), las terapias con psiquiatras son después de las cirugías igual de importantes que antes y además hay una hormonación posterior.

Es ahora, casi 30 años después del primer tratamiento con bloqueadores de la pubertad en Países Bajos, que se empiezan a ver consecuencias ya que no hay estudios a largo plazo que avalen la conveniencia de todo este proceso, y los que hay son muy flojos. Son varias las voces que consideran que los niños y adolescentes que caminan hacia el cambio de sexo son conejos de indias.

Industria y negocio

Las cirugías pueden llegar a costar unos 70.000 dólares y por cada niño u adolescente medicado la industria farmacéutica se embolsa 1,3 millones de dólares, el fármaco más usado es Lupron, que curiosamente en 2003 fue condenado en Estados Unidos a pagar la multa más alta de la historia de la industria allí, 874.000 millones de dólares.  Hay cinco clínicas pediátricas dedicadas al cambio de género- y van en aumento- y el chantaje emocional de los que se lucran es elevado. A cualquier padre que le digan que es el cambio o la muerte, elige el cambio. Lo que sea por no perder a su hijo o hija.

Los lobbys están jugando un gran papel y las redes sociales se revelan como un mundo paralelo donde el que no encaja, puede encontrar su lugar e iniciar su nuevo camino, hasta Hollywood se sube al carro woke y también tiene pérdidas millonarias.

 Sin consenso científico

Antes de haber aprobado la Ley Trans en España podían haber visto este documental y hacer la consiguiente investigación de si conviene o no bloquear y hormonar a los niños y adolescentes que tienen disforia de género. Habrían concluido que faltan estudios, la comunidad científica no tiene claro los tratamientos, ni el proceso, ni que haya éxito asegurado pues los suicidios siguen sucediendo después de recorrer el camino. Se aprobó muy rápido una ley controvertida y vendrán los siguientes y no la modificarán.

En Estados Unidos, los republicanos en más de una decena de estados están trabajando para limitar los tratamientos, y algunos miembros de ese partido también buscan restringir el acceso a deportes y baños, prohibir el discurso sobre género en las escuelas públicas. Mientras tanto, la administración de Biden describe la medicina transgénero como un derecho civil. Y, algunos defensores critican a cualquiera que cuestione la seguridad de los tratamientos. Queda claro que, si alguien me lee allí en norte América, quedaré cuestionada.

Yo sé qué es una mujer y qué no, pero ¿por qué la mayoría de las personas tiene que comulgar con los deseos de una minoría y aceptar como verdad y bueno lo que no es? ¿Y usted, sabe qué es una mujer?