La invasión de Rusia a Ucrania es un duro golpe de realidad para nuestra sociedad infantiloide. Al menos para tres generaciones que habían vivido siempre en paz, y especialmente para los millenials y Generación Y y Z. Creímos que mirando para otro lado los problemas desagradables se resolverían por arte de magia. También creímos que negando la evidente decadencia económica y moral de Europa, nuestros problemas se iban a solucionar trasladando nuestras vidas a Instagram. Pensamos que afrontando el mundo desde la idiota perspectiva de lo políticamente correcto (lenguajes inclusivos, políticas buenistas, discriminaciones positivas irracionales…) nuestro mundo sería ideal, los malos se volverían buenos y no nos iban a intentar derribar. También creímos que intentando acercamientos mediante acuerdos comerciales, sobornos o asignación de grandes eventos deportivos “nos perdonarían la vida”. Y no, parece que no.
Nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. Y nuestra decadencia como sociedad fruto del exceso de éxito. ‘Morir de éxito’ se suele decir. Y Vladimir Putin lo sabe y se aprovecha de nuestra estupidez. Europa sufre por traicionar sus propias tradiciones. Las que hicieron grande a ese continente. Sufre por mirar hacia otro lado en los temas trascendentes de identidad y moral; por despreciar su historia, sus costumbres… La UE es una gran idea, pero mal ejecutada. Bruselas se llenó de líderes tecnócratas y burócratas, que prefieren engañar a sus ciudadanos con bonitas palabras, distraerles con bobadas a alertarles del mundo en el que viven. Que el ser humano es depredador y conquistador por naturaleza, aunque no lo veamos en TikTok (por cierto, red social china).
Alarma nuclear
Y mientras la temerosa Europa no tiene muy claro cómo enfrentar el mayor órdago militar en 7 décadas, en América la cosa no está mucho mejor. Estados Unidos aún no se ha repuesto del varapalo por su espantada precipitada de Afganistán cuando le llega el reto de su histórico enemigo: Rusia. Teme entrar en acción por el riesgo al famoso botón rojo nuclear. Botón nuclear con el que juega y amenaza Rusia, que ayer mismo atacó las inmediaciones de la mayor central nuclear del mundo. ¿Se imaginan si se equivocan por unos metros?
Falta de liderazgo en el siempre despistado Joe Biden, y por supuesto en los burócratas europeos, que han malgastado décadas en políticas inocuas, ajenos a la realidad de los problemas reales de la gente, la gente del común, que ahora les mira con asombro y aun cierta incredulidad por todo lo que está pasando.
Putin conoce las debilidades de todos sus adversarios. Es el más astuto, el más valiente, el más loco y el más tirano. Eso no quiere que decir que vaya a salirse con la suya, no lo creo. Pero en el entretanto tensa la cuerda del tablero internacional y pone en jaque al mundo, que no quiso pararlo antes y no sabe cómo hacerlo ahora.
Europa, sobre todo, está en shock. Porque a día de hoy depende del gas ruso para funcionar y de la producción industrial de china para consumir. Malos socios estratégicos en estos tiempos. Pésima planificación de las políticas energéticas de estado, drásticas reducciones de los presupuestos para la Defensa Nacional, o simplemente, que muchos oligarcas rusos ‘compraron’ las instituciones comunitarias, entre otros factores, provocan esta situación: dudas y miedo a perder lo que se tiene, que es mucho: el trabajado estado del bienestar europeo, que sí es único, pero reitero, murió de éxito.
Estado de bienestar cuestionado
Y ahí radica la otra gran mentira de los burócratas europeos. Un estilo de vida, un estado de bienestar que es un ‘castillo de naipes’. Una sociedad del derroche público y donde cada vez se exige menos esfuerzo y se regala más. Todo a cuenta de emitir deuda y más deuda, ocultando al ciudadano que esa deuda habrá que pagarla algún día. Sí, es fantástica la sanidad europea, y las infraestructuras o el transporte público, y los sistemas de seguridad social… el pequeño detalle es que es impagable. Y esa falta de liquidez también los hace más débiles ante China, la gran compradora de deuda en el mundo.
Y luego está la cara más cruel de todo conflicto. Cientos de jóvenes inocentes caen muertos o heridos todos los días. Civiles, niños inocentes, al igual que jóvenes combatientes que no entienden que hace allí pegando tiro. De ambos bandos, da igual, muchos tienen solo 18 años. No es justo. El Kremlin los llevó al matadero para luchar por causas que pocos quieren y aún muchos menos aprueban. Pero ahí están matándose dos pueblos antes hermanos.
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Entender este conflicto sociopolítico entre Rusia y Ucrania no es fácil, y tiene sus aristas subjetivas que hacen que no todo sea blanco o negro. Ahora bien, masacrar a la población civil de otro país es inadmisible, y la historia, y ojalá unos jueces, sentencien a Putin.
En las guerras tarde o temprano hay que decantarse. Son bandos y no se puede poner de medio lado. En este caso, una abrumadora mayoría de 141 países respaldan a Ucrania y lo evidenciaron en la última Asamblea de las Naciones Unidas, condenando el ataque militar putinesco. Tan sólo Bielorrusia, Korea del Norte, Eritrea y Siria se negaron a sancionar la guerra iniciada por Rusia, y otras pocas naciones se abstuvieron. El 90% de las democracias más estables se mantienen firmes en condenar a Rusia. Por algo será. No sé si porque creen que los ucranianos tienen la razón realmente en los orígentes históricos o simplemente porque no se fían del tirano ruso. Hoy es Ucrania, mañana quien sabe donde quiera expandirse.
La historia que no se repita
Hace 80 años, otros locos como Putin invadieron Polonia porque sí, por ansias de poder, por ampliar territorio, por creerse el rey de Europa, también eran rusos (y alemanes) Pero la gente no tiene memoria. De hecho, cuando pase la guerra de Ucrania, la olvidarán en pocos días a pesar del destrozo y las miles de víctimas mortales que se presume dejará. Vivimos en un mundo de usar y tirar, y todo dura hasta que la siguiente noticia aplasta la anterior, es decir, en cuestión de horas.
Por cierto, nada como una guerra para terminar con una pandemia. Algunos sospechábamos que esto podía pasar. Ya casi nadie habla de variantes víricas, ni de empresas farmacéuticas con vacunas imprescindibles, ni de hospitales colapsados o mascarillas al aire libre. Pregúntense por qué… quizás sea porque estamos en la segunda parte del combate de la misma guerra que empezó en marzo del 2020.