Imaginemos un mundo perfecto, idealizado, el paradisiaco escenario que nos muestra la Biblia en el Génesis y que, por la inconsciencia de Adán y Eva, nos perdimos el resto de mortales. Siga imaginando el paraíso, pero en versión 3.0 del siglo XXI. En ese lugar, todas las mañanas, nos saludaríamos felices y luciríamos los 32 dientes blancos impolutos al sonreír al vecino. No existen los problemas ni las cosas negativas. Algo parecido al mundo feliz que escribió Huxley. Comeríamos saludable, sólo lo que nos dicen que es saludable, claro está, y no lo que por la experiencia nos sienta bien a nuestro organismo.
En este paraíso posmoderno, montaríamos solamente en bici o como mucho en patineta eléctrica, y no podríamos decir palabras malsonantes porque, ‘Ave María Purísima’, que pensarían los otros ciudadanos si se alza un poco la voz, se hace un chiste ácido sobre cualquier colectivo o, simplemente, alguien da una opinión discordante con la mayoría. ¡¡¡Alerta roja, alerta roja!!!
Pues este mundo es el que nos están cocinando a fuego lento, sin sal, que dicen que es mala también. A mí, personalmente, me parece una pesadilla vivir en un sitio así. Un aburrimiento de postiza perfección, de insoportable corrección política. El mundo del que Truman Burbank escapó lo antes que pudo en su película. La supuesta perfección no se la aguanta nadie y, sobre todo, es una mentira irrealizable. El ser humano es demasiado imperfecto. La homogeneidad social se ha intentando en muchas sociedades con fracasos estrepitosos, incluso los intentos que se impusieron con el filo de un machete o un fusil, no funcionaron. Eso no lo entienden los totalitarios que insisten en sus ensoñaciones de jugar a ser dioses en la Tierra.
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Respeto a las ideas
Como liberal, entiendo y asumo las diferencias entre individuos como algo normal e incluso divertido. Respeto gustos, tendencias y creencias de todo tipo, aunque esté en desacuerdo: veganos, fascista o comunistas, reguetoneros, medioambientalistas extremos, jugadores de Blackjack. wokistas… cada uno que piense, haga o construya su mundo perfecto. Las opiniones son libres, los actos no. Los actos son los que pueden ser un delito. Y esa es la barrera que debemos levantar. No se puede tolerar que traten de imponernos a la fuerza, o por aplastamiento cultural, credos, cuanto menos discutibles por su naturaleza radical. La libertad se respeta, la de todos.
Al hilo de esto, se está levantando polémica en no pocos países acerca del límite que debe tener la intervención de los estados bajo la alarma del cambio climático. ¿Hasta dónde el apocalipsis anunciado les da a los políticos carta blanca para aprobar medidas extremas que nos cambian la vida? Medidas que, además, nadie ha sometido a votación de los ciudadanos, y que por supuesto el 99% de los partidos políticos esconden, no llevan en sus promesas de gobierno.
Arbitrarias imposiciones en la movilidad con experimentos como ciudades ’15 minutos’; arbitrarias imposiciones alimenticias que trascienden a una moda, o incluso, delirantes decisiones en contra del consumo personal como cuantas prendas de ropa se podrán comprar en el año 2040, hablan de 8 por persona como máximo por año. ¿Cuál es el límite de huella de carbono que podemos dejar? ¿Y quien determina ese límite? ¿Sirve de algo que algunos países (los que menos contaminan de hecho) hagan esfuerzos mientras China, India y EE.UU ignoren los acuerdos de París? ¿Vale de algo arruinar industrias y países para ver si jugamos a salvar el planeta? ¿Valen de algo los acuerdos de París?
De momento todo está en la mesa de juego, en estudio, con pruebas piloto más o menos estrambóticas para ver como reacciona la gente. Si como la rana en la olla caliente, dejando cocinarse como si nada hasta la muerte; o si contestamos en las calles y confrontamos el debate de las ideas con más o menos determinación.
Muchas incógnitas sin respuestas claras. Porque además nos manipulan demasiado con la información. Lo que sí le digo a los que quieren imponernos comer harina de insectos en lugar de harina de trigo, es que yo les obligaría a comerla primeramente, e igualmente les sancionaría si alguna vez cometen el ‘pecado’ de comerse una buena hamburguesa de carne tradicional. A los que quieren que no usemos coches de combustión, les impediría viajar en coches de combustión, y por supuesto en aviones privados, como acostumbran. Coherencia y dignidad política. De eso faltan toneladas, y no de CO2, precisamente.
Casi todos estos mantras impuestos de manera arbitraria tienen el gran paraguas del Medioambiente y la salvación del planeta. ¿Quién no quiere salvar el mundo? El tema no es ir en contra del Planeta sino en buscar un equilibrio en el que quepamos todos, huyendo de sectarismos, desenmascarando los negocios inconfesables de la casta gobernante y la corrupción que lleva a la toma de esas medidas. Y en eso la Unión Europea lleva años luz de ventaja sobre el resto del mundo.
Y sobre todo y más importante, que la gente del común no sufra un retroceso en su calidad de vida y en las economías familiares de la clase media y los que menos tienen. Como es evidente que ya está pasando con la escandalosa subida de precios.
Política dogmática
A lo largo de la historia (esa historia que se empeñan en que los jóvenes no estudien en colegios o universidades) los mayores genocidios se llevaron a cabo amparados por dogmas que no se podían cuestionar: religión o raza, principalmente. ¿Qué hace a este nuevo dogma diferente si no permiten ni siquiera opinar, porque ellos ya decidieron que era incuestionable?
Soy consciente de que mi mundo no es perfecto. Lo que pasa es que el mundo que nos quieren vender como ‘el paraíso’ tampoco lo es, de hecho, me gusta bastante menos. Sólamente es perfecto para los que lo planean y ejecutan. El pueblo del común siempre pierde, aunque le hagan creer lo contrario.