Me vienen a la cabeza innumerables delincuentes que tardaron años en vérselas con la justicia, pero al final, la diosa de la balanza, aunque lenta y ciega, suele ser certera.
Waterloo, símbolo de la derrota de Napoleón, también lo fue para el expresidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont, que llevaba meses huído aunque bajo control de la policía en este tiempo.
Y le bastó cometer un error infantil para caer en manos de las autoridades. Su fuga a Bélgica, curiosamente un país monárquico, no fue casual. El país centro europeo no contempla o lo hace de una manera mucho más laxa los delitos que se le atribuyen en España. De ahí sus continuos pavoneos flamencos del que se sabía casi intocable y se burlaba de las autoridades.
Pero he aquí que los servicios de inteligencia hoy en día saben más de uno de lo que nos imaginamos y al señor Puigdemont le venían siguiendo todos los pasos no menos de 30 agentes de los servicios secretos. Cuando dio un paso en falso y pisó suelo alemán… a prisión. Y no fue casual, pues el ordenamiento jurídico alemán es similar al español respecto a los delitos que se le atribuyen. Es decir, que estaban esperando a que cometiera un paso en falso para caerle con todo el peso de la ley. Un error de bulto que le puede costar muy caro.
El lector colombiano, desde la lejanía de 8.000 kms, se preguntará si es para tanto este revuelo por defender sus ideas políticas. Lo cierto es que va mucho más allá de esto. Se trata de una fractura social y económica de la que era una de las cinco regiones más prósperas del antiguo continente. Fractura en lo social porque el multimillonario proceso de inmersión cultural ha costado cientos de millones de euros y lo que ha traído es división entre las propias familias.
En el ámbito económico, las consecuencias aún están por evaluarse y pasarán años para comprobar el alcance real. De momento, en pocos meses Catalunya ha perdido el 30% del turismo, es la única región de España que aumenta el desempleo, las inversiones extranjeras están prácticamente congeladas, 3.000 empresas sacaron su sede social de allí y, sobre todo, se instaló un clima de incertidumbre del que no ven la luz del túnel. La independencia unilateral que quería Puigdemont significaría la inmediata salida de la UE y la pérdida de derechos, subvenciones y amparos del Banco Central Europeo hacen a día de hoy inviable el manejo de una economía.
Por si fueran pocas ese conjunto de medidas del todo equivocadas, hay que evaluar la malversación de fondos públicos. Se está sabiendo que decenas de millones se han destinado a este fin con justificaciones políticas ajenas a las partidas presupuestarias aprobadas. Pagos a gente cercana al gobierno regional y una red de clientelismo y propaganda. ¿Quién y cómo se gastó ese dinero? Esa será una de las claves de este juicio que se presume muy mediático.
Prevaricato, malversación de fondos públicos, rebelión, sedición… el líder catalán se enfrenta por estos delitos a entre 10 años y cadena perpetua por la gravedad de los hechos. Delinquir no sale gratis, aunque tarde, la justicia llega. Ojalá en Colombia se tome buena nota y sirva para que los corruptos se lo piensen dos veces.