Buscar la definición de democracia es bastante fácil, pero hay cientos de interpretaciones y definiciones. La más simple dice, “Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de éste a elegir y controlar a sus gobernantes”. Así de sencillo. Entonces, ¿qué pasa? Quien está echando leña para que este sistema político, “el menos malo”, según todos los expertos, se esté consumiéndose a fuego lento.
Atónitos nos quedamos cuando vimos en televisión la toma de poder de las turbas ultra conservadoras aquel 6 de enero de 2021 amenazando la muy consolidada democracia estadounidense. No menos preocupados cuando los seguidores de ex presidente Bolsonaro tomaron las tres instituciones del Estado brasileño, retando al nuevo gobierno a adoptar medidas excepcionales para mantener el orden publico y la independencia de las mismas.
Pero la lista es interminable, el autogolpe en el Perú con la caída del ya ex presidente Pedro Castillo; el bloqueo por casi seis meses de Andrés Manuel López Obrador, cuando perdió las elecciones frente a Felipe Calderón en julio de 2006, entre otras, ayudan a comprender muchas de las consecuencias de una tendencia en el mundo occidental sobre la llegada del populismo al poder.
Al final del día todos estos movimientos solo expresan una intención, “La democracia y sus reglas son buenas cuando nos favorecen”. Mucho se ha escrito sobre el divorcio entre la sociedad y sus políticos. A comienzos de la década pasada esa era una realidad en casi todas las democracias consolidadas en el mundo. La crisis económica ayudaba para que la ciudadanía pusiera en tela de juicio el sistema y los políticos que las lideraban que de manera frívola ante la ausencia de controles, se enriquecían a costa de ella.
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Crisis del sistema
Casi una década más tarde, la pandemia ha venido a echar candela a esos sentimientos encontrados. Las medidas tomadas por los gobiernos, incluidas la restricción total de libertades civiles, ha ayudado a la población a mantener un cierto alejamiento de las instituciones y ser descreídos sobre la capacidad de estas para mejor sus niveles de convivencia y libertades.
Casi el 50% de los países en el mundo viven en democracia, pero la ausencia de legitimidad de muchas de ellas está seriamente amenazando el sistema. La falta de gestión de los políticos, la creencia cada vez más preocupante que sin ellos el sistema no funciona, llevan a muchos que se consideran demócratas a cambiar las reglas de juego constitucionales para mantenerse en el poder. Todo ello ayudado por unos medios de comunicación que ya nunca hacen el papel de supervisores de la salud democrática y con la inestimable ayuda de las redes sociales, siempre dispuestas a animar la desinformación y las noticias falsas tendentes a enfurecer a las masas.
La falta de separación clara de poderes, el empecinamiento de los líderes en ver a sus oponentes como enemigos, la ambigüedad de las instituciones para administrar unas reglas claras de convivencia, están provocando la desafección total de la ciudadanía sobre la ética de los políticos que administran sus votos y sus ilusiones.
¿Hay que volver a lo básico?
Quizás sea una tarea para los centros de pensamiento estudiar si las reglas básicas de las democracias consolidadas deben formar parte del ADN de las que están en vías de consolidación.
Ganar las elecciones bajo un sistema democrático no basta. Hay que respetar las instituciones, dar transparencia a las decisiones tomadas o por tomar y acercar a la ciudadanía al Estado, para que participe y comprenda la eficacia de los controles políticos, ya sean de las instituciones o de la supervisión ciudadana de los mismos.
Algunas de las instituciones transnacionales tendrán que reflexionar sobre si su objeto fundacional hoy tiene sentido. Muchas de ellas son foros inservibles, donde nada o nadie tiene el más mínimo interés de lo que allí se diga o condene.
Al final, lo básico es lo más sencillo. La ciudadanía estará más tranquila sabiendo que sus gobernantes van a “hacer política” y no demagogia. Qué las promesas tienen fecha de caducidad en los periodos electorales y, sobre todo, que la soberanía popular es la madre de todos los sistemas democráticos, se interponga quien se interponga.