Lo bueno de desconectar unos días del vaivén político es la cantidad de sensibilidades nuevas que desarrollas en el obligado descanso. Para ver cambios, casi siempre para peor, que pretenden introducir en nuestras ordenadas vidas aquellos que nos gobiernan.
Llevamos meses con la excusa de “salvar nuestras vidas” con la democracia secuestrada. Da lo mismo el país, da lo mismo el tamaño de nuestra población o el continente donde está ubicada, casi todos los gobernantes padecen los mismos tics dictatoriales.
Piensan en su miope creencia que, ahogando nuestra propia respiración, esa que provoca nuestras ilusiones, estaremos más seguros. Piensan en su cortoplacismo que cambiando las reglas del juego democrático estaremos mejor. Piensan, en su descaro, que usar parlamentos, (la gran mayoría desmadejados por la nula presencia de sus señorías) para aprobar leyes fast track que vayan imponiendo, cercenando o simplemente regulando nuestras libertades, que tantos años han costado conseguirlas, es la mejor manera de llevar las cosas en estos momentos de pandemia.
Todas estas estrategias políticas, muchas de ellas diseñadas por asesores de encuestas a los que no les cabe el Estado en la cabeza, no ayudan a que la ciudadanía confíe en los políticos que nos representan.
Para que toda esta trama se perfeccione se necesitan dos actores principales: los medios de comunicación y el sistema judicial. Ambos, cómplices necesarios para cambiar la vida de las personas, sin vocación de ejercer el mal a nadie, acusados a sabiendas, con la complicidad de los primeros, para que nunca jamás puedan “lavar” su imagen de tan pueril trama criminal, casi siempre inventada por ellos mismos.
‘Lava jato’ en Brasil, ‘Gürtel’ en España, ‘Odebrecht’ en casi todos los países; espionaje de Estado en Colombia, sobornos en México, corrupción a raudales en Argentina o la grosera manipulación electoral en EE.UU, han sido algunos de los casos más sonados de complicidad entre el poder, los medios y los sistemas judiciales de los países.
También han servido para manchar el buen nombre de políticos, profesionales o simplemente ciudadanos, que por la necesidad lógica de la trama, eran necesarios para dar verosimilitud, a un sinfín de pruebas, testigos o declaraciones falsas.
Los medios tampoco han ayudado mucho. Ensimismados en sus problemas de subsistencia y ante la definición de sus modelos económicos, están olvidando lo más elemental de su ADN. Ser el contra-poder de los que manipulan y utilizan las herramientas de la democracia, para beneficio propio y en detrimento de muchos otros.
Los medios, en su afán de ser cómplices con el gobierno de turno, voltean la cabeza a un lado, permitiendo la cantidad de atropellos que diariamente se provocan en México, Colombia o Argentina, por poner solo algunos ejemplos, ante ciudadanos, empresas u organizaciones que simplemente son condenadas al ostracismo por protestar.
La falta de democracia interna de los partidos es la crema necesaria para el postre. Ante un abandono histórico de la militancia de los partidos políticos, sus dirigentes por primera vez en décadas, están desorientados en como convencer a los más cercanos para que vuelvan. Pero… ¿vuelvan adonde? ¿Con quién? ¿Para hacer qué?
La falta de democracia y participación interna de los partidos llega a momentos de desespero. Nadie de las bases puede llegar a nada, salvo que esté en complicidad con tal o cual facción del partido. Ningún ciudadano común, tiene la más mínima posibilidad de participar en política porque la propia estructura de los partidos lo impide. Ninguna voz discordante puede servir de ejemplo para que la dirigencia del partido reflexione.
Estas y otras muchas razones están llevando a la militancia a participar en la política de las redes sociales. A sumar likes a propuestas a favor o en contra de leyes, nombramientos o simplemente adhesiones a determinadas causas sociales. Nunca más serán convocados por los partidos, nunca más votarán con los ojos cerrados, nunca más harán proselitismo de las propuestas partiditas de sus anteriores jefes políticos.
La democracia tradicional se asfixia. Tanta manipulación en su nombre. Tanta utilización fraudulenta de sus atributos. Tantas mentiras públicas y privadas están dejando las hemerotecas llenas de propuestas vacías, sin sentido político o histórico.
La democracia pide auxilio, porque en su nombre se está matando, engañando, corrompiendo, extorsionando y, sobre todo, cercenando algo sagrado que tantos sufrimientos ha costado a la humanidad: la libertad.
Las nuevas generaciones tendrán que ser más activas en la defensa de sus intereses y del bien común en general. El diseño del futuro del mundo habrá que compartirlo con ellos puesto que serán los que lo van a vivir y disfrutar. Además, aportando su compromiso, podrán apreciar el grado de salud del sistema político, que les asista en sus vidas futuras.
Esperemos que las variables correctoras de la sociedad civil acaben con la continuidad de esta clase dirigente mediocre y oportunista. Que sean capaces de encontrar herramientas, que den algo de luz y claridad a esta democracia moribunda.