Libertad en retroceso después de un año de pandemia

Y sin casi darnos cuenta ya llevamos más de un año de pandemia. Con todos sus días. Y con todas sus noches. Y ya nada será como antes. Nunca. Jamás. O al menos esa es la sensación que queda.

Echen la vista atrás y recuerden como era su día a día hace un año… y como es ahora. Lo más evidente es la pérdida de la libertad de uno de los principios básicos: el movimiento. Ya no podemos ir con normalidad y en el horario que queramos a nuestro bar favorito, ni coger un avión para viajar a otro país o, sin ir más lejos, ir al supermercado con la familia el día o a la hora que queramos.

Pero esto es lo evidente. O lo que quieren que veamos en un nivel básico. Sin embargo, creo que existen otros movimientos más sibilinos y mucho más oscuros y preocupantes. Cualquier usuario cotidiano de Redes Sociales se habrá dado cuenta que de un tiempo a esta parte otro de los principios fundamentales de la democracia, la libertad de expresión, también está en la UCI. Cientos de miles de cuentas de Twitter censuradas sin razones objetivas probadas. Millones de cuentas baneadas (invisibilizadas en sus publicaciones).

La sensación es que las grandes empresas tecnológicas (Google, Apple, Amazon, Facebook, Microsoft, TikTok, Twitter…) hacen lo que quieren con nosotros. Tienen más poder que muchos gobiernos. La razón: manejan a modo de monopolio el tráfico de la información y la data. Saben de nosotros mucho más de lo que imaginamos, eso ya lo intuíamos. ¿Para qué? ¿Por que tienen esta obsesión por conocer todo de nosotros? pues no hay que ser muy inteligente para concluir que cuanto más sepan de nuestros gustos, pensamientos, ideologías o nuestras vidas, más facilidad tendrán para manipularnos, para vendernos lo que quieran, o peor aún, para hacernos ver que en teoría somos libres, mientras nos volvemos siervos de sus productos tecnológicos o de sus intereses.

Y esto me lleva a mi principal temor, la pérdida de la libertad de pensamiento. El hecho de que entremos en un monopolio de las ideas. Que varias empresas manejen de manera arbitraria lo que leemos, lo que vemos, es cuanto menos preocupante. No seamos idiotas al pensar que no tienen intereses por detrás. El riesgo es caer en una sociedad monocolor, donde la discrepancia, o la simple apertura al debate de las ideas muera lentamente porque nos orienten con la información. O porque simplemente decidan que ideas son buenas y qué ideas son malas. A día de hoy, lo transgresor, lo valiente, diría que hasta lo honesto, es confrontar el pensamiento único. Lo políticamente correcto. Lo mayoritario. Huir de la corriente dominante. Procurar apartarse del rebaño.

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En tiempos de crisis, como son las guerras o las pandemias, las emociones negativas tienden a exacerbarse. Y así ha ocurrido con el Covid-19. Predomina una sociedad de personas asustadas, angustiadas y furiosas frente a lo incontrolable, lo desconocido o lo impredecible. Cada vez renegamos más de la proporcionalidad y la ponderación en materia de derechos y libertades. Lo catastrófico es que el miedo que tenemos a ser libres es directamente proporcional al nuevo gusto por la prohibición. Ya aceptamos como normal, y hasta lo demandamos, que los gobernantes nos prohíban cosas básicas. Eso nos hace sentir más ‘seguros’, (sí, entre comillas, más seguros). ERROR.

El exceso desde el poder se va imponiendo gradualmente porque entendemos que las libertades son algo exógeno al individuo. Sin duda acabará mal. Acabará mal porque es tentador para que los políticos acumulen poder ante la inacción de una sociedad adormecida, asustada, encerrada en sus casas. El gobernante se crece como un gigante, se siente un mesías capaz de buscar soluciones mágicas para salvar a su pueblo. Nada más lejos de la realidad. Mesías solo hubo uno, el resto imitadores populistas que solo quieren tu dinero para el beneficio propio y el de sus amigotes.

Ya lo dijo el economista estadounidense Milton Friedman: “una sociedad que pone la igualdad por encima de la libertad acabará sin igualdad y sin libertad”. Ejemplos ya nos ha dado, y muchos, la historia.

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Marcial Muñoz es director de Confidencial Colombia

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