En general, en el mundo se ha vuelto difícil hablar de política, debido a la polarización fuerte que va creciendo. Colombia no se escapa de este problema, y en qué forma se ha vuelto complicado. La polarización tiene complejas raíces históricas, demográficas, sociales, de acceso a la educación y a la información, y curiosamente, a la nueva economía. Las nuevas posibilidades de comunicación a través de internet, la ha exacerbado. La llamada post-verdad, o mentiras calculadas para lograr un fin, que aplican bien la técnica de Goebbels (una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad) para manipular a la masa, mal educada, mal informada o sin interés de estar ni educada ni informada (la peor de las ignorancias), se ha apoderado de la no discusión y de la adopción de dogmas. Los dogmas políticos instalados en los cerebros de los seguidores y reforzados permanentemente haciendo uso de todos los medios posibles (como promulgaba el mismo Goebbels con su guerra total), hacen fuertes a los grupos políticos que los promulgan.
En la medida que no haya discusión, no hay alternativas, y si no hay alternativas la tendencia será al no progreso en ningún campo. La historia de la humanidad está repleta de ejemplos, generalmente salpicados con gran violencia. En la medida en que el dogmatismo político no produce mejores instituciones políticas y económicas, cierra también las puertas a un mejor futuro colectivo; produce algo así como estupidez colectiva que lleva a que no se tengan los mejores resultados como país. Atenta contra las mejoras requeridas a través de políticas no adecuadas a las realidades, no debidamente concertadas, mal ambiente de progreso, favorecimiento a la corrupción, aprovechamiento de muy pocos, mayor pobreza y profundización de la inequidad.
Dogma significa según el diccionario “actitud inflexible del que pretende que sus afirmaciones sean tomadas como verdades irrefutables” (Larousse, 2016).
El dogmatismo pretende negar otras formas de pensamiento basado en el propio y aparente “gran conocimiento”, que se da cómo la única verdad y que por lo tanto es irrefutable. El mayor problema, sin embargo, es que ese conocimiento no es propio, sino que, en la mayoría de los casos, proviene de una inteligencia externa.
En nuestro caso colombiano, conscientemente no es posible seguir en forma dogmática a ningún partido político, o a un político, cuando se conoce que son muy pocos los que no tienen investigaciones pendientes, o como mínimo, sospechas de haber actuado en forma contraria a los intereses de los todos los conciudadanos. Pero contrario a la lógica, la polarización sí muestra que lo que hace fuerte a los actuales grupos con posiciones más extremas, es que la gente les cree dogmáticamente. Todo esto enmarcado en una gran apatía que resulta en una enorme abstención en las urnas, lo cual termina cimentando el statu quo.
La forma de salir en defensa del caudillo es con matoneo, que, de paso, es un elemento propio de la cultura colombiana (antes que se le subiera de estatus con su significado en inglés). Cualquiera que no está de acuerdo es tildado de mamerto para mandarlo a la extrema izquierda, o de uribestia para enviarlo a la extrema derecha, dependiendo de lo que se quiera lograr en contrario.
Y el efecto gravísimo de las redes sociales es la configuración de lo que se ha denominado en la nueva economía, las “tribus“, en las cuales grupos de personas dogmáticas se reafirman y reafirman en sus creencias permanentemente sin análisis de ninguna nueva información, verificación de hechos o debates, al publicar y compartir entre los mismos creyentes falsedades, memes difamatorios y todo tipo de exabruptos en contra de lo que podría atacar o afectar el dogma que defienden. Es un proceso de embrutecimiento continuo, porque al ver las mismas mentiras una y otra vez, el cerebro termina creyendo que son una verdad. Parte del trabajo de la tribu es no aceptar, expulsar o aburrir a personas que piensen diferente, incluso antiguos amigos (que ya no lo serán más) y antiguos familiares (quienes ya no serán cercanos). Gravísimo problema sociocultural de esta modernidad. Así, quienes son dogmáticos se hacen fuertes porque no hay que exponer argumentos ni validar ideas, solo hay que ser ofensivo y violento para desvalidar a quienes no opinen igual.
Adoptar un dogmatismo político es infinitamente más fácil que debatir, tener que estudiar y pensar, y que tener que revalidar y cambiar de opinión cediendo ante argumentos importantes de otro. Los dogmáticos son presa fácil de los populistas, debido a su debilidad de carácter. Para suplir eso, precisamente deben ser dogmáticos, así pueden refugiar esa debilidad en algo que es fácil de adoptar, que requiere poco esfuerzo, que no hay que debatir, que solo implica asirse a las pocas ideas del populista caudillo, hablar solo con otros que compartan el mismo dogma, y de ahí en adelante vociferar formas violentas en su defensa.
Aquellos que están dispuestos a escuchar, estudiar, debatir, formar criterio todos los días, resultan más débiles ante andanadas de noticias falsas, memes desobligantes y frases groseras. Por obvias razones, necesariamente una mente abierta es más educada, inquieta por la verdad y no por ganar una discusión, con ausencia de agresividad en su mente por un estado bastante más evolucionado que el de quienes aún piensan que los músculos priman sobre el intelecto, que obliga a esculcar verdades ante cualquier afirmación para poderlas desechar o tener en cuenta. Nadie que busque permanentemente la verdad, y tenga una mente curiosa que evalúa y discierne, podría ser dogmático. Esa diferencia la hace la lectura, el estudio, la mentalidad que busca respuestas, el debate.
Nuestra cultura, que sigue predominantemente un modelo machista aun, con el privilegio de la fuerza bruta sobre el intelecto, apunta a que la gente sea preferentemente dogmática. Así, violenta, fuerte, que se reafirma todos los días con los otros que comparten el dogma similar, y ahora, en forma ampliada con sus tribus en las redes llenas de trolls (“matoneadores virtuales”, que es también un nuevo significado con el advenimiento de las redes sociales sobre internet).
Cuando dogmáticos y no dogmáticos conviven en un país como Colombia, se configura un enorme problema de futuro. Los no dogmáticos estarían dispuestos a buscar el mejor futuro para todos. Pero los dogmáticos no. Solo les interesa que su caudillo de turno venza, ya que representa lo que les queda de inteligencia al habérsela hipotecado para no tener que usarla. Pero son más fuertes por su simpleza y violencia. Si ganan, pierde el país, y pierde, curiosamente, la inmensa mayoría de ellos mismos.
El caudillo, obviamente populista para poder reclutar dogmáticos, no busca el bien común, sino sus intereses y los de una pequeña fracción de la población, su camarilla. Pero usa muy bien mensajes simples basados generalmente en imposibles, miedos y mentiras que quiere escuchar el pueblo maltratado. Ejemplos de izquierda hay bastantes en nuestra América Latina, en los que este tipo de líderes nefastos han llegado a ser dictadores y acumular un gran poder de facto, apalancados en las precarias instituciones de su país. Pero no solo son Maduro, Chávez y Castro, no. Igual o más incluso en la derecha: Trujillo, Stroessner, Videla, Somoza, Pinochet, Fujimori. En el mundo abundan los ejemplos, incluyendo al mismo Hitler. Así como los caudillos de izquierda terminan en estados totalitarios dentro de una dictadura de hecho, los de derecha terminan tumbando las libertades reales, dentro de una cáscara que aparenta democracia.
Si usted, amable lector, no es dogmático, tal vez estas líneas le sirvan para invitar a las personas más cercanas para que se vean reflejadas y puedan reflexionar. Como no se trata de convencerlos de uno u otro grupo, sino para que averigüen, acepten discutir, disientan y discutan y no acepten dogmatismos, a lo mejor pueda rescatar a unos pocos de ese estado mental que niega su propia inteligencia, y pueda invitarlos a mejorar. Con solo unos pocos redimidos en su círculo personal, estaría haciendo una labor enorme al país, contando con que cada “no dogmático” logre algo similar.
El resultado, lento pero seguro, será que tendremos mejores instituciones políticas a la larga, que actuarán pensando en el beneficio para todos, producto de una mejor inteligencia colectiva. Estaremos haciendo nuestro aporte personal para lograr un mejor país en donde se pueda convivir, y por qué no, recuperar la esperanza.
* Consultor en competitividad