Llega el día de sentarse con las personas interesadas en aprender a formular un proyecto productivo orientado a conservar o recuperar el bosque, el cual posteriormente debe ser implementado por cada familia.
Tras varias semanas entrando y saliendo del bajo río Caguán, es el turno de desarrollar ese ejercicio con las familias asentadas en la verada Peñas Rojas, la más austral de la cuenca, solo a pocos minutos de la desembocadura en el río Caquetá.
Este ejercicio ya nos es familiar, pues venimos de una dinámica similar en la zona rural de San José del Guaviare, pero también en otras veredas del bajo Caguán, aunque no en ésta, la más alejada de todas.
Desde Florencia hay que viajar poco más de 2 horas hasta Cartagena del Chairá, por una carretera casi totalmente pavimentada, pero que durante años fue una pesada trocha, como cualquiera otra del Caquetá.
Una vez en Cartagena del Chairá se inicia una jornada que toma 9 horas de viaje aguas abajo en un “deslizador” o lancha rápida con motor fuera de borda de 200 caballos de fuerza, para empezar un recorrido de 450 kilómetros, siempre paralelos al Parque Nacional Serranía de Chiribiquete. Unos kilómetros antes de llegar a Peñas Rojas se cruza la línea ecuatorial y estamos ahora en el hemisferio sur colombiano. Peñas Rojas ya está en el área rural de Solano, Caquetá.
El lugar definido por la Junta de Acción Comunal es una balsa: una caseta flotante que la noche anterior debió cumplir el papel de bar local, pues gran cantidad de latas de cerveza vacías adornan el lugar.
Iniciando el taller planteamos los diversos tipos de proyectos sobre los cuales las familias podrán escoger el que más les interese: meliponicultura o producción de miel de abejas nativas sin aguijón; cercas vivas que incluyen maderables, frutales y forrajeras; superalimentos para transformar y comercializar frutos del bosque, así como también agroforestales y viveros comunitarios, entre otras opciones.
Doña Carmenza, con marcados rasgos indígenas, es una de las personas interesadas en formular un proyecto agroforestal que se agrupan en torno a la mesa para empezar el ejercicio. Un sistema agroforestal es básicamente un proyecto de restauración productiva, idóneo para ser aplicado en la recuperación de áreas intervenidas al interior de la reserva forestal de Ley 2ª de la amazonía, donde está íntegramente localizada la vereda Peñas Rojas.
Al sentarme para facilitar el ejercicio con este grupo, doña Carmenza alza la voz y me pregunta si en esa mesa van a trabajar el “proyecto de comida”. “Yo quiero el de plátano”, menciona con insistencia.
Para doña Carmenza es la oportunidad de tener su propio proyecto de “comida”. Una vez terminamos de explicar los distintos tipos de proyectos que ellos pueden escoger para formularlo posteriormente e ir a un proceso de selección, las familias lo aterrizan a su lenguaje y lo que para nosotros es un sistema agroforestal que incluye el establecimiento de especies maderables, frutales y pancoger en un modelo con diseño espacial que recupera parte de la estructura y función de un ecosistema alterado, para doña Carmenza es “el proyecto de la comida”.
Fue el tipo de proyecto ideal para la gran mayoría. Más que transformar frutos del bosque en “superalimentos” como helados o yogures, e incluso más que la meliponicultura o producir miel de abejas nativas sin aguijón, que toma su tiempo. El problema es de comida. Pero para doña Carmenza hay algo más.
Una vez termina el ejercicio, doña Carmenza me busca de nuevo en el caserío, frente al alojamiento. Se me acerca y me pregunta mi profesión. Le respondo que soy biólogo y de su cara surge de repente una increíble sonrisa: es la profesión que quiere estudiar su hija Támara.
Támara ya ha venido un par de veces a echarle una mano a su mamá en la formulación del proyecto. Apoyó a construir objetivos y a hacer el presupuesto, mientras entraba y salía sudorosa de la balsa. Luego nos dimos cuenta que estaba al mismo tiempo participando de un partido de microfútbol femenino en la cancha de la vereda.
Doña Carmenza empezó a contar con su nueva sonrisa, cómo hace unos 3 ó 4 años, otros colegas de la Fundación* y del Field Museum (“unos gringos”) habían llegado también a la vereda a buscar animales y plantas. A hacer un inventario. Támara aprendió que eran biólogos y quedó tan entusiasmada con lo que vio, que le confesó a su mamá que ella también quería estudiar biología. Y ahora yo era parte de esa historia. Me preguntó de universidades, de cuánto duraba la carrera, de costos del estudio. Le dije que tal vez un solo semestre podría costar entre 5 y 8 millones de pesos. “Tengo unos ahorros”, me dijo… y volvió a sonreír.
Támara cursa grado 10, interna en el colegio del bajo Caguán que está en la vereda Monserrate, unas 4 horas aguas arriba en deslizador. Su casa materna está en Peñas Rojas pero no en el caserío, sino a dos horas de camino más al sur, a la orilla de la laguna El Limón, que según ella se puede visitar de un extremo a otro en un recorrido mágico de 45 minutos a remo. Quedé comprometido de ir a visitarla en su casa.
Allí, en El Limón, viven las esperanzas de Doña Carmenza y de su hija Támara. Por ahora concentradas en cómo un proyecto nuevo ayudará a mejorar su dieta y en cómo un biólogo venido de lejos le ayudará, al menos con las fechas y requisitos de exámenes en universidades públicas. La más cercana, a 9 horas en “deslizador”, en un recorrido que cuesta $180.000 solamente de ida, más luego 2 horas de bus a Florencia.
Ahí en Peñas Rojas hay muchas otras Carmenzas y Támaras. Colombianas que solo ven llegar de vez en cuando a su vereda una ayuda humanitaria de manos del Comité Internacional de la Cruz Roja. Y para quienes vivir en una reserva forestal es tan normal como para mí lo es vivir en Chapinero. Un sencillo proyecto agroforestal ayuda a abrir los ojos, a acercarse a la realidad de una familia y entender que estas mujeres no deberían estar abandonadas a su suerte, que la vida digna y los derechos humanos también son el sueño de la madre sonriente de una futura estudiante de biología en una reserva forestal.