Como si de la película Anchorman: the legend of Ron Burgundy se tratara, el presidente Iván Duque se ha empeñado en quitar el protagonismo televisivo a los clásicos de siempre. Qué tiemblen Yamid, José Gabriel, Juan Roberto y tantos otros. Su futuro como hombres de la televisión está llegando a su fin. El anchorman presidente ha llegado para quedarse, y cual niño chico, no creo que deje el juguete fácilmente. Seguro que ya está pensando, continuar esa labor cuando termine su mandato.
Así, de manera espontanea e inocente, empezaron otros. Las mañaneras de AMLO, el famoso ALO Presidente de Chávez, las interminables intervenciones de Correa, los Kirchner o Evo Morales. También las largas y duras apariciones de Donald Trump y tantos otros políticos, que se empeñan en invadir la casa de uno, con largas apariciones disfrazadas de mensajes transcendentes que no pueden esperar a una comunicación normalizada.
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¿Pero qué tienen en común y qué les lleva a esa manía persecutoria de adentrarse en los hogares y manipular la buena voluntad de la gente?
Todos los gobiernos tienen instrumentos mediáticos públicos, cuya misión es orientar sobre los servicios que el propio estado ofrece, ayudar en las necesidades puntuales que se presenten y dar un color cultural y local a la población, que por alguna razón no dispone de los recursos, para suscribir las sofisticadas y costosas ofertas audiovisuales.
Por otro lado, las empresas privadas invierten sus recursos en desarrollar plataformas tecnológicas de información, que ofrezcan a sus abonados o simplemente consumidores, el mejor entretenimiento y su capacidad a través de sus noticieros, de interpretar libremente lo que ocurre en el país y en el mundo.
Con estas dos premisas claramente definidas la pregunta es sencilla. ¿Qué hace el anchorman presidente utilizando diariamente los recursos de cientos de empresas públicas y privadas para su mayor gloria como mandatario público? ¿Qué le anima a pensar a él o a sus asesores para justificar semejante manipulación disfrazada de “comunicación gubernamental”? ¿Cuál es el fin último para que cientos de miles de personas tengan que seguir el autobombo diario de sus intervenciones?
Probablemente el fin justifica los medios. Pero a mí me parece más propaganda que comunicación. Algún estratega avezado ha convencido al anchorman presidente de la necesidad de utilizar mediáticamente la pandemia para crear una mejor imagen de la muy discutida labor de gobierno.
Pero seguro que nadie le ha explicado la famosa teoría demoscópica del “abrazo”, por el cual la población ante una catástrofe tiende a abrazar las instituciones y a quienes las lideran, mientras dura la misma, para luego abandonar a su suerte a quienes fueron encumbrados ilusoriamente por unos meses.
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Esa y no otra es la cruda realidad. El espejismo de ver como mejora en las encuestas (y no lo suficiente), con la vuelta a la normalidad, desaparece tan rápido como se creó. La gente demanda después las soluciones y el gobierno eficaz de cada día. La capacidad de olvido de la población es infinita.
¿Alguien piensa que el papel de padre regañón, legislando a espaldas del congreso y sometiendo a la población a la política de un paso para adelante y otros dos para atrás le va a ayudar a mejorar todos los complejos que tiene este gobierno?
Están muy equivocados los que le asesoran. La gente, cansada de estar en sus hogares, por más de tres meses, necesita soluciones e información clara y concisa, sobre su futuro. Necesita saber qué nivel de equipamiento van a lograr los hospitales. Necesitan saber cuál será el futuro inmediato de sus puestos de trabajo. Necesitan saber, si el Estado generoso se impondrá al Estado cicatero y ventajista de siempre. Necesitan saber cuándo podrán dar un abrazo a sus familiares más cercanos después de semejante nivel de improvisación sobre sus permanentes cuarentenas.
La mejor recomendación es bajar el diapasón mediático, tanto gubernamental como departamentos y alcaldías.
Salga de la pantalla, lleve el antibacterial y los Sharpies. Usted tiene la posibilidad del cuidado, la bioseguridad está con usted. La gente lo necesita y el gobierno también para saber qué esta pasando. Este es un buen momento para conocer el nivel de pobreza y falta de recursos, que existen en amplias zonas del país. La realidad en el terreno (como dijo el valiente gobernador de Sucre) es una, en los despachos, otra diferente.
Hasta mañana mis queridos televidentes, que Dios bendiga Colombia.
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