En el año 2017, hube de citar en una de mis columnas a la autora y psicóloga norteamericana, Sherry Turkle, a propósito de la temática nada despreciable, y por el contrario útil y educativo, del nivel deshumanizador del uso desmedido de las nuevas tecnologías electrónicas. Deseo recordar a mis lectores que Turkle, en su voluminoso como profundo libro “En defensa de la conversación”, prueba el daño que ha producido en la tertulia con nuestros congéneres y las relaciones sociales, el abuso desmedido de las aplicaciones de los teléfonos móviles, la era digital está acabando con esa exquisita y espiritual actividad que es la conversación humana. Grandes hombres ha tenido la historia que hicieron de la tertulia y la conversación uno de los más nobles y espirituales artes de la humanidad. En la Francia de siglos anteriores al nuestro las personas se reunían en elegantes salones parisinos donde practicaban uno de los más nobles oficios que pueda el ser ejercitar: el arte de hablar bien y comunicarse, polemizar y relacionarse con sus semejantes. Oscar Wilde tuvo fama de ser uno de los grandes tertuliadores de todos los tiempos. En Colombia, el envigadeño ilustre de Otraparte, Fernando González, era un extraordinario conversador consigo mismo, como lo demuestran sus famosos libros: Viaje a pie y El hermafrodita dormido. A pesar de su timidez y su desconfianza por la cultura de sus semejantes fue un gran artista de la palabra escrita y un excelso conversador. Fueron los dadaístas, encabezados por Gonzalo Arango, Darío Lemos, Eduardo Escobar y Jota Mario Arbeláez, sus devotos seguidores.
La extrema ansiedad que produce la desconexión de los ciberadictos a las redes sociales produce inexorablemente en éstos la apatía o la dejadez por la conversación. Son muchos los portadores de móviles hiperconectados a las redes sociales, vivos desadaptados para el diálogo o la conversación familiar o social, en suma, unos humanos en vía de extinción por cuanto el habla y la risa son cualidades que nos diferencian de los animales.
Las perturbaciones emocionales, intelectuales y espirituales que son producidos por la excesiva conexión a estos aparatos modernos electrónicos, sin duda prodigiosos en su capacidad para obtener información, pero lamentablemente desperdiciados y malograda su potencialidad educadora dados el abuso desmedido de sus aplicaciones, están encadenando a hombres y mujeres a una locura colectiva de insospechables consecuencias futuras. Hemos olvidado a nuestros semejantes y nos adentramos en cambio a manipular un objeto fetiche que poco aporta a esa preciosa actividad, necesaria además para la conservación de la especie y la cultura como lo es la conversación. El mítico cantante de ópera, Luciano Pavarotti, atinó a decir cuando le preguntaron en una ocasión sobre la educación y formación de sus hijos, que lo esencial era el tema de la conversación.
El trabajo, la familia, la amistad y la educación han sufrido detrimento a causa del uso incontrolado de la tecnología digital moderna. Desastrosas consecuencias psicológicas ha traído el inadecuado manejo de las redes sociales, lo que se nota no solo en los países industrializados, sino en aquellos tenidos como del tercer mundo. Es apara alarmarse y al mismo tiempo deplorar lo que se viene sabiendo hace mucho tiempo y que apenas empieza a inquietar al mundo referente al aislamiento e incomunicación al que ha llegado la humanidad en estos tiempos. Pongo de ejemplo la reciente crónica auspiciada por el diario La nación de Argentina y reproducida por el periódico El Tiempo, edición dominical de 1º de marzo de 2018, que describe la vida de muchos jóvenes en el Japón de hoy, particularmente en su capital, Tokio, en las que existen bares en los que muchas mujeres recurren a pagar a un tercero para que les hable y las entretenga. En decadencia está la figura de la Geisha, no tan cautivantes ya los clubes de streptease, los japoneses en general y las damas en particular, gastan una porción de sus sueldos en comprar compañía. De la nota periodística destaco un pasaje que refleja hasta dónde ha llegado la humanidad en el deterioro de su esencial condición: “En Kabukicho, donde todos los pecados están permitidos, se paga bien por el arte de una buena conversación”.