¿Pero cómo es que están en desacuerdo si están de acuerdo? En general todos: los manifestantes, los vecinos, los jóvenes y los adultos, los de derecha y los de izquierda, los del centro, los tibios, los de las bodegas y el ciudadano de pie pide un uso más eficiente de las arcas del estado, sabe que el diálogo es la herramienta para el trámite de conflictos, rechaza la violencia, entiende que hay que hacerle frente a la pobreza, insiste en el acceso a la educación y exige más empleo. Sin embargo, están a kilómetros de distancia unos de otros.
Jacques Rancière, filósofo francés y profesor de política escribió: “El desacuerdo no es el conflicto entre quien dice blanco y quien dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco, pero no entiende lo mismo o no entiende que el otro dice lo mismo con el nombre de la blancura”.
Y allí está la cuestión. El Gobierno dialoga, pero no entiende lo mismo que entienden los jóvenes por diálogo. El Comité del Paro representa, pero no entiende lo mismo que los puntos de resistencia entienden por representación. Las primeras líneas bloquean, pero no entienden lo mismo que los empresarios por bloqueo. La policía protege, pero no entiende lo mismo que los vecinos entienden por seguridad. Estamos perdidos en traducción. Somos una babel tropical.
En este punto se supone que debe enunciarse una posible salida, pero ya todos sabemos cuál es o por lo menos cuál no es: la violencia provenga de donde provenga. Nos obsesionamos con las consecuencias sin profundizar en las causas y eso tiene un precio, quedarnos sin mapa para las soluciones.
Así estamos: perdidos en la selva semántica dando vueltas. Estamos ante el posible nacimiento de un nuevo sujeto político postmoderno que es anti dualista, con referentes diferentes de autoridad, preocupado por el lenguaje y el sentido, que se organiza de manera elástica con altas dosis de cooperativismo y solidaridad que no cree en las fronteras. Jamás se nos pasó por la cabeza que promover la economía colaborativa, compartida o de intercambio con la desregularización de la relación entre patrón y empleado tendría una consecuencia sociocultural. Aunque era más que evidente.
Este nuevo sujeto político, si los escuchan atentamente, no pide soluciones; pide ser parte de la solución y esa es una diferencia importante. Los actores políticos tradicionales, entre ellos los medios, los políticos, los sindicatos y el empresariado, se quedan desconcertados ante el rechazo de las medidas que en teoría responderían a las exigencias de los manifestantes. En el fondo, el reclamo más agudo es dejar de ser una democracia representativa a una participativa. Algo que se supone ya somos desde la constitución del 91.
Sin embargo, a este malestar social, a esta forma difícil de encontrarnos en nuestras diferencias le respira en la nuca una vieja conocida que siempre nos aconseja mal: la violencia armada. Es perturbador que algunos vecinos todavía consideren que la defensa de su propiedad se hace por medio de las armas o que otros piensen que la mejor estrategia es el ataque. Abrimos de nuevo la puerta a la lógica amigo-enemigo y detrás de esa puerta está la deshumanización y la atrocidad. Ya pasamos por esto antes y lo volvemos a ver. El diálogo y la negociación toman tiempo, si los actores políticos tradicionales no se ponen la 10 de la comprensión y la inclusión a pesar de diferencias, al parecer, irreconciliables con este nuevo sujeto político, muy probablemente no solo lamentaremos la pérdida de 11 billones de pesos.