Nadie imaginó que el triunfo del NO contra el acuerdo de paz en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, fuera a tener efectos tan demoledores contra la paz, las instituciones, y la estabilidad del país.
Una ultraderecha monolítica, pensando las 24 horas del día sus acciones para imponer por todos los medios su ideología, ha logrado triunfos electorales a pesar de ser menos, puesto que las corrientes políticas de centro e izquierda han apostado de manera mezquina a sus proyectos políticos individuales, donde cada uno por su lado reclama el liderazgo absoluto, haciéndole juego al fanatismo.
El nuevo asalto a la paz es parte de una estrategia construida y sostenida desde el día en que se anunció el inicio de las conversaciones con las FARC en La Habana. De otro lado, el descomunal esfuerzo intelectual y humano del equipo negociador, y de la comunidad internacional, no fue respaldado por una actividad política igual de sagaz y de inteligente desde el gobierno de Santos, de los demás partidos políticos, de la juventud que no se levantó ese 2 de octubre, y la ciudadanía que vivió la barbarie se fue por la vía de la locura. La guerra mediática contra la paz, sobre la cual se apuntaló la estrategia de fake news contra el acuerdo, se impusieron – apoyados por los grandes medios -, con el cuento de la “otra paz”.
Derrotado el SÍ de manera pírrica y tramposa, el acuerdo de septiembre del 2016, firmado en Cartagena, fue modificado y más del 90% de las sugerencias del uribismo fueron acogidas, luego reforzadas en el congreso, y la Corte Constitucional cerró, con pelos y detalles, la constitucionalidad del sistema transicional de justicia y todos los contenidos del acuerdo, que deben ser acatados por los tres poderes del estado, por la ciudadanía, y por tres gobiernos nacionales de aquí al 2030.
Luego del plebiscito, Santos nunca convocó al SI, solo habló con el NO, así la paz quedó en manos del fanatismo delirante, atenuado por el Nobel de Paz, que fue la salvación internacional al proceso y al presidente. Sin embargo, ese saldo menor de sugerencias de la extrema derecha que no fueron incorporadas en el texto ajustado, quedaron al acecho para introducirlas cuando fuera el momento, porque hay intereses peores detrás de las seis objeciones: no devolver tierras, por eso tanto líder social asesinado, y para que terceros no digan nunca la verdad ni tampoco reparen, y para que la cúpula del fanatismo escape de los 10.000 falsos positivos, porque es triste decirlo, los demás tipos de crímenes cometidos por unos, otros y otros, ya estaban escritos en los libros de la barbarie de la humanidad, pero NO los falsos positivos, donde apunta la Corte Penal Internacional (CPI).
Trampa a la constitución
Sabemos que el santanderismo colombiano es tramposo y culpable de la degradación y del atraso institucional, porque ha construido un sistema de justicia que es un salpicón de escuelas, donde cabe todo tipo de interpretaciones y deformaciones, y dada la debilidad de las instituciones, termina a favor de intereses retorcidos. Han explicado en detalle juristas muy serios y los miembros del equipo negociador del acuerdo, que las seis objeciones fueron objeto de extensos debates en el congreso, y que la Corte Constitucional de manera exhaustiva definió sus alcances. Las objeciones de Duque van contra la Constitución pues van en contra de las decisiones de cierre de la Corte Constitucional y de decisiones previas de la Corte Suprema.
El fanatismo quiere un acuerdo y unas instancias funcionales 100% a su mezquindad y maldad. No hay para ellos paz, ni reparación, ni justicia, ni verdad, ni reconciliación, ni un futuro distinto para Colombia. Sus grandes debates no son las políticas de desarrollo, ni Colombia en el mundo, ni la sociedad del futuro, son la guerra, la impunidad y la perpetuidad del feudalismo del siglo XIX. No le importa los problemas estructurales del país, ni los cambios de largo plazo, ni una sociedad libre, pensante, creativa, innovadora, participante y pujante.
Colombia asiste a un proceso de contrarreforma del Estado, a la refundación de la nación y a la reescritura de la historia. Una especie de fin de la historia, del último día de la vida, porque los amaneceres son como tormenta y los días como si no existiera el sol. La ciudadanía que no camina por ese sendero – abandonada por una oposición política dividida y polarizada -, se ve asaltada en su buena fe e ingenuidad, y conducida a un debate estéril y a una confrontación innecesaria y destructiva.
Este nuevo embate contra al acuerdo de paz es también contra las instituciones, la constitución, las víctimas y la vida, conduce a una situación de mayor incertidumbre, desesperanza y confrontación desde cuando se inició el primer gobierno de Uribe. En ese entonces, hace 17 años, había un objetivo claro: enfrentar y derrotar a las FARC, ahora no, la guerra es contra la paz, contra las cortes Suprema y Constitucional, contra la reconciliación, y por tanto contra la constitución, porque la guerra cesó, la principal guerrilla se desmovilizó, y el estado de derecho que nos rige desde que somos república, ganó.
El propósito del fanatismo para acabar con el acuerdo de paz encontró disculpa en revivir las violencias de la guerrilla y no las violencias de los otros, algunas, las suyas, porque son sus violencias, y de las cuales no quieren hablar, ni reparar, ni que haya verdad y justicia. Los que queremos la paz y que se respeten los acuerdos, y se hagan las reformas de estado acordadas, pedimos que se respete y se cumplan el acuerdo, que todos vayan a la JEP, que todos digan la verdad, reparen y pidan perdón, porque todos fueron actores que decidieron destruir territorios, instituciones y vidas. No hay buenos y malos, son violentos que destruyeron lo que encontraron a su paso, desde el lugar donde ejercieron violencia: el combate militar, desde los escritorios y las reuniones donde salieron las peores ordenes, en el campo y las ciudades.
Aprobar sin objeciones la ley estatutaria de la JEP lleva a los del fanatismo a la justicia transicional, y eso no es lo que quieren. Quieren dilatar, acabar con lo construido, pues detrás de las seis objeciones caminan tres proyectos de reforma constitucional, que si pasan en el congreso, entierran el acuerdo de paz y con ello éste país se queda sin historia y sin futuro, es decir, sin memoria y sin ideas para el mañana.
Asombra que el grueso de los gremios empresariales apoye las objeciones del presidente, tal vez porque los terceros son agremiados, y asombra porque sin una paz cimentada es imposible desarrollar la economía, su productividad y competitividad, mejorar las capacidades de innovación, educación y emprendimiento, desarrollar la infraestructura y las regiones. Es decir, denota que están felices y conformes con un sostenido crecimiento mediocre de la economía, pues están protegidos por toneladas de subsidios escondidos en las reformas tributarias.
El conflicto perpetuo no deja pensar, distorsiona las ideas y las limita en sus alcances y ambiciones, porque el conocimiento, la cultura, la creatividad y la productividad no son la prioridad, la prioridad son las balas, la trampa, la mentira, la corrupción, y el corto plazo. Lo curioso, un presidente joven, con hijos en sus primeros años de vida, con una esposa también joven y valiosa, sea el que pretenda cercenar los sueños de vivir en un país feliz.
El Sí y el NO vuelven a los medios y a las calles. Que tristeza. El conflicto no ha terminado, tuvo un descanso, ahora continúa.