Debo decir, que me crie con más aires de música tropical orquestados, con fandangos y porros que, con vallenatos, mis teteros fueron con serenatas de Barros, con su Momposina o La Lorenza de Juancho Torres, un buen Carmen de Bolívar o Sal si puedes de Lucho Bermúdez, ni que decir de la María varilla de la banda de Chochó y de Laguneta con el Toro negro o el Mantero y con el himno familiar, La Estereofónica o Bola Candela, de Pedro “pello” Salcedo, compuesta en honor al matrimonio de mis abuelos maternos.
Esas mañanas de abuelos escuchando las melodías de la Pollera colorá, de sus paisanos Choperena y Madera, de pito atraveasaó de Toño Fernández, los hermanos Meza y la dinastía de los Domínguez de Morroa o los Caranganos de Corozal, mi padre traía sus salsitas y su Joe Arroyo, mi madre, abuela, tías, hermana y primas, todo ese ejército de mujeres que me antecedieron en el arte de bailar, fueron mis primeras parejas con los ritmos carnestolendos, con la inmortal voz de nuestro paisano y premio Grammy, Juan Piña, al son de La Luna de Barranquilla o la siempre deseada Tumba Catre.
Sin embargo, es indiscutible, es imposible decir que no conocí el mundo bajo los aires de las cumbias con música del acordeón de Landero con el grito lastimero, pero a la vez parrandero de su Eduardo Lora, jugué con Las Tapas de Lisandro, me monté y viajé en candentes y empolvadas vías en el 039 del gran Alejo, hasta me mecí en la Hamaca grande de Pacheco y empecé a conocer aquello del corazón con los ojos negros y verdes de Alfredo Gutiérrez y su inmortal leyenda de ser nuestro tri Rey Vallenato.
Inicié mi curso de bohemio en parrandas que asistían mis tíos maternos y primos mayores con Felipe Paternina y Jairo Serrano, lo hice con aventajada calificación en la muy importante tarea de servir el trago, tarea que me tocaba, por ser el menor de los hombres de la familia, sin poder siquiera derramar una gota y menos en mi boca, mi primera en esas lides, fue con unas cervezas costeñitas frías en medio del jolgorio del carnaval, a escondidas y en medio de ese fandango.
Pero mis primeros tragos, se dieron gracias a mi querido amigo, que ya está en el cielo, Francisco José Badel Mantilla, “Pacho Arroz”, quien me convenció, como buen hijo de político, que ese trago que repartía su papá en aquel día de elecciones, con hielo y manguito biche picao con sal y pimienta, nos iba a saber rico, que era algo como el whiskey, solo que más barato, y que le llamaban ñeque galeón.
Esa libada de elixir criollo de la sabana, lo hicimos al son de Diomedes Diaz, con sus temas el ahijado y la juntera, cabe destacar, que la pea fue monumental, así como la muenda en las respectivas casas de las respectivas abuelas y la definitiva purgada que nos dejó la cata de ñeque evito cualquier nueva experiencia hasta varios años después, en los 15 de mi hermana, pero esta vez con el famoso vino cariñoso, ah bellos tiempos de las cometas, como lo cantaba el jilguero de América.
Así que, una vez hecho ese encuentro con esos sones, merengues y paseos tan bellos y maravillosos y entrada la adolescencia, el folclor propio de la antigua provincia de padilla nos embrujó y nos hizo querer serenatear a cuanta sonrisa bella se nos cruzara, nos maravillaba el mito de francisco el hombre, la idea de poder vivir como las “almas felices” de Tobías Enrique o como el más grande entre los grandes, el maestro Escalona en una eterna juventud a punta de versos precisos, amores y amistades eternas.
Esa imagen de la parranda vallenata era y sigue siendo cautivante, esa posibilidad de cantarle y enamorar una Diosa Coronada como lo enseña Leandro, sigue siendo ensoñadora y poética como Rosendo Romero la describe en su noche sin luceros, o como en las mañanitas de invierno que Emilianito retrata.
Con ese ideal, miles, de miles, hemos ido al Festival de la Leyenda Vallenata y cada vez que voy, como Armando Zabaleta en Patillal, “yo me vengo muy agradecido” con su gente, sin embargo, el tiempo pasa, los dineros de costosas boletas y parqueaderos siguen entrando, pero el barrial para entrar al parque de la Leyenda sigue siendo el mismo y los asquerosos baños, siguen deteriorándose.
El vallenato como genero musical, o la música de acordeones, que es un término más amplio y genérico, ha sobrevivido el embate de los agresivos géneros extranjeros que gracias al comercio de directores y locutores radiales amancebados con productores que mezclan nuestra tradición con ritmos impropios de nuestras regiones lo han mermado, le han quitado cierto brillo de sus antiguos kilates, aun así, esa leyenda sigue llevando miles de millones a las arcas de la fundación.
Sin embargo, salvo los concursos de las modalidades infantil, juvenil y más o menos aficionado, donde aún se respira gran pasión por los 4 vientos y la mística del folklore, es terrible ver como en la categoría profesional, todo se maneja es con palanca, el talento sirve solo para las primeras rondas, pero solo con talento no se gana, se debe tener un extra, las relaciones y quizás unos buenos aliados, como los Gabos o los Lleras.
Influye mucho la política, los patrocinadores, en fin, parece ser que para ser leyenda hay que pagar un costoso peaje a una distinguida familia que se adueñó del sueño de Escalona, la Cacica, Myriam Pupo y López, pero, sobre todo, del ideal de millones de colombianos que queremos que gane el mejor, pero en franca lid.
Ciertamente se ha desdibujado mucho aquel ideal, en la plaza Alfonso López, el bullicio de los conjuntos estridentes y desafinados, no deja escuchar la competencia de los acordeonistas en tarima, el protagonista ya no es el compositor, ni el repentista, mucho menos el decimero o los conjuntos en competencia, ni el pueblo cultor del género musical de acordeones.
Ni siquiera el Rey Vallenato, quien se volvió un simple anuncio dentro de un programa de conciertos, poco aplaudido porque los asistentes ni entienden, ni notan la diferencia entre unos y otros, lo que deja en evidencia que el público ya no es vallenato. Aun así, volverán a sonar las cajas, guacharacas y los acordeones, seguramente volveremos, pero también seguramente, cada vez será más festival, pero menos de leyendas vallenatas.