Esta semana, después de un año se volvieron a escuchar voces proféticas y análisis de lo que debía ser –o no- el aumento salarial, nuevas versiones de ideas viejas y escandalosos porcentajes estarán sobre la mesa, mientras todo este debate socioeconómico y pandémico se empieza a dar, no puedo evitar pensar en esa segunda palabra del salario: mínimo.
Qué es lo mínimo para vivir, aunque como con muchas otras preguntas, la respuesta tiende a ser relativa, me sigue generando dudas ese interrogante, preguntar qué es lo mínimo para vivir en un país como este, azotado por la desigualdad e inseguridad, en el que las noticias nos hacen recordar historias de superación y de decepción política, unas veces tan cruel y desalmado, tan violento y frío, tan diverso y excluyente, otras sumamente alegre y jovial, y otras tantas tan particular e irreal.
En un primer pensamiento en este 2020 se podría decir que lo fundamental es la salud, lo mínimo que se necesita es eso, sin salud muchas veces no somos –o no podemos hacer- nada, no enfermarnos mucho y estar acobijados por un buen sistema de salud debería bastar. En esto recuerdo que ese derecho es relativo, depende especialmente del nivel de ingresos. Somos en salud lo que pagamos por ella.
Además, los llamados “carteles” y otras tantas etiquetas que se usan para hablar de casos de corrupción me hace recordar que la salud está en deuda acá desde hace bastante tiempo.
Quizá ese es otro punto importante, el de la corrupción, esta últimamente se ha centrado como uno de los grandes males del país, y no es que esta no existiera antes, no, antes se ignoraba más, cada vez se conocen más casos, y seguramente faltan muchos por descubrir, dineros de la salud, alimentación escolar e incluso de la paz se han visto comprometidos en actos ilícitos, qué falta de respeto con las instituciones y el país.
Eso será lo que se necesita, transparencia de parte de instituciones públicas y privadas, así los dineros y proyectos serían bien ejecutados. Aunque ver eso no es muy probable, después de todo tenemos a congresistas como Pulgar, investigado por intentar comprar un juez. Uno de los casos estrellas también es el de Gustavo Moreno, fiscal anticorrupción, involucrado precisamente en un caso del “cartel de la toga”, en el que se pagaban sumas millonarias para favorecer o entorpecer investigaciones de altos funcionarios. Dineros perdidos y pagos para cambiar el destino de las investigaciones son algunos de los ejemplos sobre el impacto del comportamiento corrupto de parte de algunos funcionarios
Las mujeres también han perdido –y siguen perdiendo- mucho en esta sociedad, casos de mujeres que un día simplemente dejaron de llegar a la casa son tomados como mitos sociales, acoso laboral, menor paga, parejas y exparejas violentas junto con acosadores es a lo que tienen que enfrentarse.
Uno de los dichos populares de los abuelos decía que a las mujeres no se les toca ni con el pétalo de una rosa, si superan algunos de ellos el trato que le dieron a Rosa Elvira Celi en el Parque Nacional, debido a ese caso se empezó a mirar los asesinatos con una mirada de género. Tuvo que morir Rosa para que naciera la Ley 1761 de 2015, la cual establece el feminicidio como un tipo de pena independiente. ¿Es eso lo que necesitaremos? Justicia y seguridad para nuestras las mujeres.
Una forma sencilla de evitar eso es pensar que así cómo usted acosa a una mujer, otra persona puede estar haciendo exactamente lo mismo con su mamá, hermana o una amiga. Concepto fácil pero aparentemente poco aplicado.
La justicia y seguridad parecieran conceptos abstractos acá debido a que muchas veces no se cumplen, en las ciudades nos quejamos – con justa razón- de la ausencia de las misma, pero es muy distinto hablar de seguridad en provincias y demás lugares azotados por el conflicto y olvidados, ignorados o mal cobijados por el Estado.
Escuchar pasos a mitad de la noche es –y debe ser- espeluznante, pero escucharlos en medio del campo, lejos de cualquier protección del Estado y con presencia de grupos armados en la zona, debe ser definitivamente aterrador. Las desapariciones forzadas también son un problema social que parece que nunca superaremos.
Ver cómo grupos delincuenciales amenazan, asesinan y desplazan a personas que lo único que hacen es trabajar la tierra o proteger los derechos humanos de quienes viven en esa región no es algo digno de ver en ningún país.
La seguridad, la protección, la transparencia e igualdad son algunos de esos elementos que conforman ese mínimo vital, que deben hacer parte de nuestra sociedad y diario vivir, unas veces más que otras parecen esfumarse por la puerta más cercana y otras las sentimos al lado de una forma muy real e infaltable. A veces, todos esos elementos necesarios, al igual que con las charlas sobre el aumento del salario mínimo, es mucho más lo que se habla que lo que se consigue.
Y todavía así estamos acá, viviendo, sobreviviendo, esperando y aportando a que ese mínimo vital se nos dé a todos.