El periodismo en Colombia se está muriendo, y lo hace a plena luz del día. Lo veo, lo escucho y lo vivo en cada redacción que se vacía, en cada mesa donde ya no se cuentan noticias sino se monta un show, en cada agenda donde las historias que importan pierden espacio.
La frase se repite como alarma y como duelo: se están yendo los periodistas, las verdaderas noticias, los reporteros de a pie. Y pareciera que a muchos les da igual.
Esta semana más de 80 periodistas salen de dos grandes medios. El estruendo sacude la opinión pública, pero no por lo que debería: algunos políticos usan el hecho para sembrar desprestigio o para subirse a una narrativa de persecución entre izquierda y derecha que raya en lo patético.
La irresponsabilidad política se dispara y el delirio de protagonismo se vuelve insoportable. El periodismo se respeta; no se usa como muleta para ganar puntos en una pelea que ni siquiera les pertenece.
Pido sensatez. Que la ideología no nos vuelva ciegos.
Que no caigamos en el infantilismo de creer que despedir a una periodista brillante responde a un odio contra la izquierda o la derecha. Esa conversación es un espejismo que nos aleja del colapso real: se está desmoronando el ecosistema que sostiene la democracia.
Los espacios se cierran, la esperanza se reduce y la posibilidad de ejercer este oficio se convierte en un privilegio improbable. Estamos llevados.
La democracia solo pide una cosa: que no desaparezcan los reporteros que salen a buscar la noticia, los que investigan, los que no descansan hasta encontrar la verdad. Pero avanzamos en la dirección contraria.
Ahora toma fuerza la peligrosa idea de poner famosos en la silla del periodista solo porque generan audiencia. Mientras tanto, quienes sí saben hacer el trabajo, quienes sí sudan la calle, quienes sí cuentan lo que otros quieren ocultar, hoy no tienen ni siquiera un salario asegurado.
Para completar el desastre, aparece la verdad incómoda: los medios están perdiendo dinero desde hace años. El periodismo es un oficio en vía de extinción porque dejó de ser rentable. Se recortan nóminas, se cierran programas, se reducen equipos.
¿Quién investiga cuando ya no hay presupuesto? ¿Quién vigila al poder cuando nadie paga por hacerlo? La crisis económica de los medios no es un dato contable: es una alerta roja para la democracia.
Y sí, lo digo sin adornos: perder el trabajo es una calamidad espantosa. Pero lo que viene es peor si no reaccionamos. No podemos esperar que los Influencers hagan ese periodismo, que manejen la agenda pública y la rigurosidad quede a un lado casi inexistente.
Ojalá este sea el punto de quiebre. Ojalá lo entendamos antes de que sea tarde.
Como dijo un colega: todo va a salir bien. Pero solo si defendemos el periodismo ahora, mientras aún respira.
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