Durante el Siglo XX el periodismo se catapultó como un agente activo en las transformaciones políticas, sociales y económicas. Los mass media son considerados el cuarto poder con su omnímoda influencia, presente en el destino de los pueblos mediante su vínculo estrecho con los gobiernos. No obstante, valdría la pena analizar si el periodismo es realmente un poder, o si se trata por el contrario de un contrapoder como ampulosamente lo predican los gurúes del periodismo contemporáneo, cuyas expresiones son verdad sabida y buena fe guardada en facultades de comunicación social y en redes sociales.
Para el filósofo francés Louis Althusser (1918-1990) seguidor de la tesis del poder hegemónico del periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937), el periodismo y en general los medios de comunicación eran instrumentos ideológicos del estado por medio de los cuales se podría direccionar la opinión ciudadana y la voluntad popular en favor de quien ostentaba el poder o de quien pretendía hacerse del mismo. Verbo y gracia, el alemán Joseph Goebbles (1897-1945) ministro para la Ilustración Pública y Propaganda durante el Tercer Reich, maestro siniestro en crear falsas noticias para azuzar el terror y lograr el fervor popular de sus conciudadanos durante la Segunda Guerra Mundial.
El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) definió el poder como “Cualquiera oportunidad en una relación social para imponer la voluntad de uno frente a la resistencia de otros, independientemente de qué dé origen a esa oportunidad”; en ese orden de ideas, a la tridivisión tradicional de las ramas del poder público se le podría agregar el poder de los medios periodísticos como instrumentos de control social y debilitamiento de las masas. Razón que sirve para justificar el hecho, que grupos de interés económico y tecnológico se preocupen por adquirir conglomerados de medios, y a su vez, éstos se ocupan en contribuir a mantener, o a buscar el poder político, según el caso.
Afirmar que el periodismo no es un poder sino un contrapoder, sería asignarle erróneamente un rol que no le corresponde, en desmedro de la imparcialidad y objetivad que se le exige a la labor periodística. El periodismo no puede ser concebido para controlar el poder, ni para ponerle cortapisas al poder; se correría el riesgo de terminar por ser lo que tanto se pretende contrarrestar: Un instrumento de poder. Informar debería ser una actividad libre, independiente, objetiva e imparcial. Cuando el periodismo se ejerce con fines de control político inmediatamente pierde la objetividad e independencia y se parcializa; deja de informar lo que es, para informar lo que considera que debería ser.
La razón de ser del periodismo es la de informar con imparcialidad, no con agenda justiciera, característica ésta que en el presente se ha vuelto permanente en la labor periodística. Los jueces han sido desplazados por medios de comunicación que en sus micrófonos, impresos y portales digitales actúan como fiscales, jueces y censores de la moral pública y privada, a tal punto que los jueces dejaron de pronunciarse en sentencias para informar el sentido de un fallo en una rueda o en un comunicado de prensa sin aún haber redactado y menos notificado la respectiva sentencia. Pareciera que los jueces aspiraran a ser periodistas y éstos, aquellos.
Ha caído en tal marasmo el ejercicio periodístico que los periodistas sustituyeron la objetividad e independencia por odios y amores. Qué mediocre favor le hacen al periodismo los comunicadores que de cien columnas periodística dedican ciento una a sentenciar a quien los jueces no han logrado condenar, o a absolver a quienes los jueces han sentenciado. Honestamente, ¿Se puede ser objetivo, imparcial e independiente cuando se ostenta la condición de periodista, de presidente de medio periodístico y de empresario de medios y se afirma a los cuatro vientos que el periodismo es contrapoder? Bien valdría la pena reformular la pregunta del expresidente colombiano Darío Echandía (1897-1989) ¿El contrapoder para qué?