Decir que no debería ser más fácil. Son dos letras, necesarias de pronunciar en la mayoría de los casos, que no dejan asomo a dudas, limitan o cierran acciones que se tenían previstas, ponen fin a un tiempo, concluyen una oferta o un plazo de seguimiento. Los que vivimos de gestionar relaciones y de “estar en la calle” vendiendo servicios o productos, hemos aprendido a fuerza, el valor de la palabra no.
Recibir un no es duro y nunca hay uno igual a otro, pero a la vez es una respuesta que ayuda a crear mucho valor. Presentada una entrevista, solicitado un favor, entregada una propuesta, son situaciones, entre muchas otras, en las que idealmente se espera una aceptación. Pero realmente lo mínimo que las personas tenemos como expectativa es recibir una respuesta. Muchas veces por miedo a incomodar, a cerrar la puerta de forma definitiva o a hacer sentir a alguien “mal”, no decimos nada y el monosílabo, que era sencillo de emplear, lo dejamos parqueado esperando a que pase el tiempo y que por inercia los demás entiendan que al final lo que queríamos decir era: NO.
Hay que desmitificar este concepto errado que tenemos en Colombia y en algunos mercados latinoamericanos, en donde nos hemos vendido (y comprado) la idea de que decir NO es casi una grosería y un acto de mala educación. Nos cuesta un trabajo impresionante decir que no y creemos que pronunciando esta palabra estaremos hiriendo, maltratando y pisoteando a quien espera una respuesta de nuestra parte.
Ahora bien, es claro que la popular frase de “no es lo que dices sino el ‘tonito’ que usas”, acá es fundamental. La forma de decir que no puede ser tan enfática y cortante que sin duda puede generar un rechazo mayor en quien lo recibe, pero eso es ya un detalle para otra conversación; decir que no para nada colinda con acciones de desprecio o maltrato. Decir que no es simplemente decir que no.
Cada NO independientemente del caso trae un coletazo diferente. Nadie quiere fallar y mucho menos perder, tanto en lo personal como en lo laboral, pero es claro que al recibir un no como respuesta las personas tienen la oportunidad de cerrar un ciclo para empezar un nuevo proceso, abrir un camino para entender por qué fueron rechazadas, qué faltó para ser aceptadas y lo más enriquecedor de todo, cómo se pueden hacer los ajustes necesarios para cambiar una futura respuesta de este estilo.
Los grandes éxitos sociales, empresariales y culturales, han venido de constantes no. Procesos que se creían imposibles, metas inalcanzables, objetivos que nunca nadie podría cumplir, todos sin lugar a dudas partieron de un no. La experiencia nos ha demostrado que recibir un no es el mejor pararrayos y a su vez la forma más rápida de corregir caminos, buscar foco, centrar proyectos, delimitar acciones de trabajo, intensificar recursos y concentrar objetivos. El primer paso que debemos tomar es sincerar nuestras respuestas y veremos que tenemos muchas enes y os sin pronunciar. Nos debemos a nosotros mismos varios no de tantas cosas que recibimos día a día y que están ahí esperando respuesta, pero que simplemente esperamos que se
resuelvan solas o que por arte de magia alguien interprete que en el fondo estamos desinteresados, son accesorias e irrelevantes, poco convenientes o sencillamente fuera de nuestros gustos.
Puede que la vida sea más de no que de sí, pero esto no quiere decir que sea trágica, deficiente o triste. Fallamos más cuando somos incapaces de decir que no pensando que con ello herimos o incomodamos, dejando de lado la sinceridad y fuerza que se abre al dar claridad.
Un mayor uso social y cultural del no evitaría en Colombia muchas situaciones incómodas, muchos lugares poco claros y ayudaría a que agilizáramos proyectos que se quedan parqueados esperando a que algún día alguien deduzca que ese era un no.