La gran paradoja de la humanidad es que entre más mecanismos, medios y canales creamos para comunicarnos, más complejo se convierte el ser efectivos en hacernos entender. A la comunicación se le ha otorgado el primer puesto en ser el problema más común y sensible en nuestra sociedad, afectando todos los aspectos de nuestra vida y generando, para muchos, distorsiones que impactan terriblemente la reputación de una persona o de una empresa.
El mal llamado defecto en la comunicación, que se ha convertido en la excusa para ocultar otros males, es en sí un desperfecto en su planeación. Errores en la capacidad de analizar el objetivo que se está persiguiendo; entender las personas u organizaciones que están siendo afectadas o pueden ser influenciadas por nuestras acciones; interpretar la calidad de las relaciones que tenemos hoy con ellas, los canales a nuestra disposición, así como la transparencia y coherencia de lo que deseamos dar a conocer y lo que hacemos. Es el momento de analizar si tenemos mecanismos abiertos para escuchar y para entablar diálogos, si vamos a contar con la disposición de responder e interactuar, o simplemente queremos difundir, pero no asumir.
En comunicación no existen soluciones mágicas y cada caso se debe analizar en detalle para entender qué se está haciendo y en dónde existen fallos, brechas y oportunidades para apalancar las acciones en función de lo que se desea conseguir: visibilidad, incrementar ventas, influenciar, movilizar a la opinión frente una situación, establecer nuevas relaciones, entre otros.
Todos estos puntos y otros tantos que hay que entrar a entender, hacen parte de un trabajo que le resta responsabilidad a la comunicación y se lo pasa a sus “ejecutores”, que lamentablemente se quedan en mensajeros, pero no en estrategas o conciliadores de unas acciones que deberían ser vivas y en constante evolución.
El surgimiento de canales no es otra cosa que la oportunidad para determinar si existen nuevas formas para que nuestros mensajes lleguen a quienes deseamos, pero no es una invitación irrefutable a estar presentes. El desaforado ritmo que llevamos nos hace creer que, si no estamos, no existimos y eso no es cierto, agregamos más valor entendiendo con mayor profundidad en dónde deberíamos estar y por qué es valioso ese espacio. Aportamos mucho si estudiamos a fondo lo que debemos decir, cómo y cuándo, más que estar afanados por salir, eso además de ser irresponsable, solo sirve para inflar egos o responder a personalidades narcisistas que no buscan efectividad sino aplausos vacíos.
La comunicación tampoco es culpable de la falta de buenos voceros, estamos apuntando los dedos al lugar equivocado. La comunicación está ahí para ser empleada pero antes de esto, estudiada a fondo según el caso. Una estrategia no se construye de la noche a la mañana y no se pueden esperar resultados milagrosos con dos diapositivas bonitas o una gráfica bien diseñada, porque hoy, más que nunca, nuestras intervenciones son efímeras y en constante puja por ser relevantes.
Jamás terminará de sorprenderme el poco valor que se le da a la comunicación, hasta que llega un problema y se pretende tapar el sol con un dedo. Quien no planea, prevé y prioriza, estará siempre buscando, a último minuto, caminos que serán callejones sin salida.
Dejemos de echarle la culpa a la comunicación, que no es ella la fuente del problema y asumamos nuestro papel, porque la comunicación es una divertida compañera que siempre trae consigo participantes que fortalecen y que suman, pero solamente, si se le invita con tiempo.
Alfonso Castro Cid
Managing Partnert
KREAB Colombia