El ‘qué’ y el ‘cómo’ en política

Que vivimos en una época de extremos no hace falta que se lo cuente. Que vivimos en tiempos de crispación y poca aceptación de la crítica política también es relativamente fácil de percibir. Si ese escenario de división lo llevamos a la contienda política colombiana pocos serán los que discutan que la cosa está bastante grave. De unos años a esta parte se disparan todas las alertas rojas cuando en una conversación de amigos sale el tema político. Lo que siempre se debatió en una sobremesa con una cerveza o un aguardiente ahora ya es más complejo y suele terminar en bronca. Los uribistas y antiuribistas, los petristas y los antipetristas, en el fondo, todo el país, han perdido la capacidad de raciocinio para elevar su argumentario político a la pura víscera, y con las vísceras no se puede razonar. Nos guste o no, particularmente a mí no me gusta, es la realidad que vivimos.

La cosa se agravó con el plebiscito, pero en las últimas semanas el termómetro político está que estalla y las familias o amigos evitan hablar de política con los adversarios para no terminar discutiendo. En este contexto tampoco se le puede pedir a los políticos racionalidad absoluta. Éstos, en campaña electoral, recurren a los argumentos más emocionales para sumar votos. y ahí radica el peligro. En la banalización de la política en la reducción del hecho a la anécdota. En el titular fácil, en la demagogia barata de usar y tirar. En qué si tú eres el más paramilitar del mundo o contigo Colombia irá a la descomposición venezolana.

Un gran maestro de comunicación política que tuve en la universidad me comentó una vez “que desconfiara de los políticos que eluden hablar del ‘cómo’ y solo se limitan a hablar del ‘qué'”. Y lo decía porque el ‘qué’ es una máquina de ganar votos, la promesa, el titular simplón que engancha con el electorado… pero amigo, lo complicado en política es el ‘cómo’ lo hago, el proyectar, ejecutar, hacer.

 

 

No tengo dudas de que todos quieren mejorar la vida de los ciudadanos, prestar buenos servicios, construir buenas infraestructuras, reducir la pobreza y la desigualdad… y así una serie de lugares que comunes que seguramente confluyen en todo. Sería muy mezquino pensar que un candidato no quiere eso, pero amigo… ¿Y el cómo lo hacemos?

En esta campaña electoral estamos escuchando muchas promesas: bajada de impuestos, explotación de recursos naturales, el futuro del agro colombiano. Pero el tono del mensaje empleado, en primer lugar, es demasiado superficial, y en segundo lugar es demasiado destructivo versus el contrario. La última polémica del fracking frente al aguacate no debe ser el foco de discusión política de un país serio, más bien podría ser un libreto del Chavo del ocho.

Lamentablemente, nuestros políticos se han dado cuenta que es más rentable insultar que proponer. Ese tipo de mensajes cala mejor en su electorado si emplean la palabra paramilitar o castrochavista. En este clima el nivel es tan bajo que es mejor desacreditar al adversario que proponer ideas de gobierno atractivas. Nuevamente volvemos al ‘qué’ y al ‘como’, lo único que les puedo decir es que desconfíen del candidato que les prometa el ‘paraíso’ a cambio de una frase políticamente correcta en Instagram. Esa frase ‘bienqueda’, sin un proyecto de fondo detrás, se aleja de la política seria que necesitamos y se alinea con el politiqueo y la mermelada de la que Colombia debe escapar para salir del pozo en el que estamos.