El sistema de salud colombiano ha sido el protagonista de un debate que pronto cumplirá casi tres décadas y hoy más que nunca es claro que necesita algunas reparaciones. En mi entrega de esta semana quiero señalar y proponer cuatro iniciativas desde las que podremos tener un mejor sistema de salud, el sistema de salud que necesitamos.
En los meses recientes la atención en salud del país tuvo que subir varias marchas para empezar a trabajar a toda máquina. El talento humano aceptó el reto y ha respondido con creces. 113.864 recuperados no me dejan mentir. Por ello, pese al cansancio físico, mental, y el crecimiento exponencial del problema, los profesionales de la salud han hecho todo lo que el sistema permite.
Sin embargo, muchos de los obstáculos que hoy enfrenta el país en salud no han visto su origen en la pandemia, todo lo contrario, son problemas pre existentes a los que no hemos podido encontrar soluciones satisfactorias.
En este sentido, el primer punto en el que quiero detenerme es devolver la autonomía a los pacientes. La hiperburocratización y la extrema tramitología han roto la relación entre los médicos y sus pacientes, debilitando significativamente la calidad del servicio. Tan es así, que muchas historias clínicas crecen más en los juzgados que en los consultorios.
El sistema debe fortalecer la agencia de los pacientes, al punto en que los procesos sean más ágiles y la atención no pase por un sin fin de autorizaciones dilatorias.
Como segundo punto quisiera detenerme en la sostenibilidad e independencia fiscal de las clínicas y hospitales, en las cuales recae toda la presión e intermediación de las EPS. Los dineros para el fortalecimiento de la infraestructura del sistema pasan por cientos de manos antes de llegar a destino: los centros que prestan los servicios.
Debemos atajar la innecesaria intermediación, que de manera simultánea debilita la infraestructura y supone un obstáculo para garantizar el empleo del personal de salud. La mejor manera de hacerlo es asegurando el giro directo de los recursos a clínicas y hospitales, con una vehemente vigilancia de la SuperSalud.
El tercer punto se concentra en el talento humano en salud (THS), en su mayoría contratado por ordenes de prestación de servicios, modelo que obliga a muchos profesionales a tomar dos y hasta tres empleos para lograr estabilidad económica.
Incontables son los casos en los que la absurda intermediación de la que adolece nuestro sistema ha generado que se la adeuden al equipo médico hasta seis meses de salarios (ojo, seis meses sin pandemia). La dignificación de las condiciones laborales del THS garantiza que haya suficiente personal calificado para atender a los pacientes, por eso es completamente necesario que el modelo de contratación vea un cambio hacia la contratación directa y el pago de las prestaciones de ley en busca de mayor seguridad laboral y económica.
Cada uno de los puntos anteriores, está enmarcado dentro de un sistema de salud cuyo objetivo es curar. El problema de esta aproximación es que da por sentado que los ciudadanos contraerán enfermedades, es decir, asume que será necesario invertir en infraestructura y tecnología suficiente que permita atender a los enfermos.
La presunción de esta inversión supone un costo muy alto, mucho más alto de lo que costaría evitar que los ciudadanos contraigan las afecciones. Por ejemplo, los tratamientos a largo plazo de pacientes con enfermedades crónicas no transmisibles (como diabetes, hipertensión, insuficiencia renal, etc.) equivalen a un gasto muy superior al que sería necesario para poner en marcha políticas públicas, tales como el impuesto a las bebidas azucaradas, al tabaco o a los alimentos ultra procesados, que eviten que contraigan estas enfermedades a lo largo de su vida.
Por tal razón, en el cuarto y último punto propongo volcar el sistema hacia la promoción de hábitos saludables y prevención de enfermedades, lo cual no solo generaría el ahorro de cientos de miles de millones de pesos, también generaría un impacto contundente en la salud pública y desde luego en la calidad de vida de los ciudadanos.
Para ello es necesario robustecer, al nivel de un ministerio, a un Instituto Nacional de Salud (como el que tenemos), que determine políticas públicas que apunten en esta dirección. Esto, en lugar de delegar la curación de los ciudadanos a empresas privadas que generan ganancias indistintamente de la prestación del servicio.
Estas mejoras al sistema de salud son totalmente posibles en el mediano plazo. A día de hoy proyectos de ley como el paquete de medidas saludables y el proyecto de salud digna trabajan en esta dirección, no obstante, es determinante que la ciudadanía salga de esta pandemia mucho más consciente de las necesidades de tener un sistema de salud que vele por la seguridad y la calidad de vida los ciudadanos y no exclusivamente por curarlos cada que sea necesario. Ese es el sistema de salud que necesitamos.