Entre las mejores del mundo

Ya es público el QS World University Rankings 2020, la clasificación universitaria más respetada del mundo. Como en años anteriores incluye las 1,000 universidades de mayor prestigio en el planeta. Reputación académica, resultados como empleadoras, proporción entre estudiantes y profesores, publicaciones arbitradas, profesores y estudiantes internacionales, son los ítems que en esta oportunidad se evaluaron con rigurosidad.

El Instituto Tecnológico de Massachussets, Stanford y Harvard encabezan la lista seguidas de la británica Oxford. La primera de América Latina es la Universidad de Buenos Aires y a continuación se ubican la Autónoma de México, São Paulo y la Pontificia Universidad Católica de Chile con la colombiana Los Andes muy cerca.

El Nacional de Venezuela reseñó destacadamente la información en su primera página del pasado 19 de junio titulando “La UCV es la mejor universidad de Venezuela” agregando en su nota que la USB, UCAB, LUZ, ULA, UC, Metropolitana, URBE y UNITEC también clasificaron.

Que el MIT lidere por encima de Harvard no es noticia porque la disputa entre ambas va para  décadas. Que la universidad de Leland y Jane Stanford, según la leyenda urbana una vez despreciados por un elitista decano de su ahora seguidora en el ranking, ocupe el segundo sí que lo es y una satisfacción para quienes creemos que no hay límites en la superación de los estándares en la academia. Que la lista de las 1,000 mejores este llena de universidades estadounidenses milmillonarias en dólares con unas cuantas europeas y asiáticas asimismo repletas de recursos y apoyos no debe sorprender a nadie. Que figuren unas pocas latinoamericanas y africanas, casi todas públicas, es lo habitual si bien muestran una de las razones fundamentales de las grandes diferencias entre el primer y tercer mundo, usando una denominación pasada de moda.

Pero que 9 universidades de Venezuela, que hace poco un amigo con el cual me disguste por lo peyorativo colocó “en el inframundo”, se ubiquen en el ranking de las mejores es poco menos que un milagro.

Con presupuestos que ni una de las muchas cafeterías del MIT maneja; con docentes que perciben salarios mensuales que un jardinero de Stanford gana por hora; con estudiantes que llegan a pie o van a clases en ayunas -nada de Porsche ni comida molecular en Harvard y no me lo cuentan porque yo lo he visto-; sin luz muchas veces, con internet a ratos, computadoras y equipos de laboratorio que Zuckerberb niño hubiese apartado por anacrónicos; con infraestructuras que avergüenzan, que 5 universidades públicas y 4 privadas -que por cierto perciben matrículas que un día dan risa y otro ganas de llorar- hayan sido listadas entre las mejores de la tierra casi como que merecen por lo menos ser propuestas para un Nobel, de literatura sugiero y en el orden del realismo mágico.

En lo que a UNITEC se refiere, de la que orgullosamente soy Rector, en las tantas veces que me han preguntado cuales son las razones de nuestro recurrente desempeño sobresaliente, a pesar de las dificilísimas circunstancias del entorno, no dudo en responder con una lista corta: el modelo que es de vanguardia; los docentes de una calidad y vocación excepcional, los estudiantes que desde el primer día son sometidos y se someten a duras pruebas, la visión común mucho más allá de los cercos y no quiero ser despectivo, del ruralismo local.

Cuando muchacho pase varios días en el desierto del Sahara y entre lo que me mostraron mis anfitriones saharauis nunca olvido una escuela en Dajla, provincia de Tinduf, a pocos kilómetros de Argelia. Piso de tierra pisada, paredes de bahareque, rústico techo, temperaturas de infierno, con docentes dedicados y estudiantes atentos. Allí me convencí que es la voluntad de enseñar y de aprender lo que verdaderamente importa en la educación. Las 9 universidades venezolanas en el ranking mundial lo muestran así.