El Estado argentino, en su rol de empresario, muestra números preocupantes. En 2021 sus 33 empresas mostraron un déficit operativo de 3.767 millones de dólares, un monto equivalente al 0,7% del PIB. La mayoría de las compañías tienen sus balances en rojo y los ingresos propios de la actividad que desarrollan no les alcanza para mantenerse en pie. Necesitan de los miles de millones de pesos que les gira el Tesoro. (Gustavo Bazzan, El Clarín 5 de julio, 2022)
Este es un síntoma más de la eterna crisis argentina, que vive nostálgicamente del pasado glorioso de hace 100 años, donde sus habitantes eran más ricos que los alemanes o los franceses, de orgullos nacionales como Messi o el Papa Francisco (¿de barro?), y que tiene al futbol como refugio de todas sus desgracias.
Argentina desde hace 40 años cambió su imagen de país próspero, por una nación en constante crisis y deuda, que tuvo su peor momento en el “corralito financiero” durante 2001, con la famosa imagen del presidente De la Rúa huyendo en helicóptero de la Casa Rosada. Esto se da porque desde Menem (en los 80s), los argentinos llevan cambiando de modelo económico más o menos cada 15 años.
Esto significa, que un presidente fomenta las exportaciones y abre el país al exterior, y el siguiente lo cierra, fomenta las importaciones, creando un mensaje confuso a los mercados, inversionistas y empresas, que no saben a qué atenerse con cada mandatario. Esto es muy diferente a lo sucedido en países como Chile, Colombia o México, que han mantenido una misma política económica por más de dos décadas, lo cual da estabilidad y da claridad a los mercados e inversionistas.
Pero no es solo un tema de apertura o no de la economía, al abrir o cerrarse al exterior entran en juego otras variables tan importantes como el régimen tributario, la estabilidad jurídica, la seguridad física o las negociaciones con sindicatos. Lo que abarca todo el aparato económico de un país.
Una de las consecuencias de esto es la desconfianza de los inversionistas en la economía argentina, que la pone en el 2do lugar en los países de América Latina que más desconfianza produce para invertir. ¡Solo después de Venezuela! Esto es demasiado, teniendo en cuenta el desastre económico que es el régimen de Maduro.
Aparte de los cambios macroeconómicos, Argentina sufre de la “restricción externa”, que significa que no hay suficientes dólares para sostener la economía. ¿Qué causa esto? El déficit (déficit en cuenta corriente). Ese país, en 30 de los últimos 40 años, ha gastado más en bienes y servicios de lo que recibe. El déficit fiscal argentino no es solo el más alto de nuestra región, sino es el más viejo. De los últimos 117 años, Argentina ha tenido déficit en 107 de estos. ¡Es como si la economía la manejara un comprador compulsivo!
Esto causa un desequilibrio que se convirtió en el panorama general argentino. Por lo cual, el dólar se ha convertido en la única ancla de estabilidad en el país. De ahí que los electrodomésticos, los carros y productos de lujo estén valorados en dólares, y los ahorros de los argentinos se hagan en esta misma moneda. Por ende, la actual subida de la divisa estadounidense tendrá un efecto directo en los ahorros de la población austral.
Según el curso de economía 101, existen 3 formas de trabajar en el déficit: a) darle imprimir a la máquina de billetes, corriendo el riesgo de tener una inflación incontrolable, b) pedir prestado, endeudarse, y arriesgarse a no poder pagar, justo como pasó en el 2001, continuando su adicción a los prestamos externos, y c) subir los impuestos, donde Argentina ya ocupa uno de los primeros puestos en carga tributaria (32.1%). Es difícil encontrarle una solución a este callejón de más de un siglo.
La cereza en el pastel es una inflación de 64% para junio de 2022.
¿Qué pasa con los políticos? Como cada nación latinoamericana, la política es una historia de relaciones complicadas, matrimonios indeseados, y variables nunca imaginadas. Por ejemplo, el peso que tienen los sindicatos en la política argentina es inigualable, la capacidad de lobby que tienen, y la presión que ejercen sobre el gobierno es de temer. De ahí, que los presidentes deban tener una relación estrecha con estos, porque si eso se rompe, el país para por días, y los manifestantes se toman las calles.
Pero más allá de las relaciones complejas con sindicatos, o la injerencia del futbol en la política (Macri fue presidente de Boca Juniors antes de ser presidente de Argentina), esto pasa por un tema de ego en los políticos, que no es propio de los argentinos. Cada presidente llega con un discurso de refundar la patria, creyendo que todo lo que hizo el gobierno anterior no sirve para nada, sin construir sobre lo construido. Todo lo contrario, destruir lo que se ha hecho.
Sumado a la actitud mesiánica de cada presidente, los presidentes argentinos, sean de derecha o de izquierda, añoran el peronismo de los 50s con nostalgia. Todos tratan de emular esa época, a pesar de que han pasado 70 años, y el país ha cambiado radicalmente. El Peronismo (hay de derecha y de izquierda) es ese fantasma por el cual todos pelean, pero en realidad es un zombi que devora parte por parte a ese país.
El problema económico de argentina pasa por la visión de país. No han logrado consolidar la dirección a la cual los australes quieren ir. Esa falta de decisión les ha costado su bonanza de la primera mitad del S XX, su liderazgo en América Latina y les está costando todos los cerebros fugados que están dejando la nación, comprometiendo su futuro.
El futuro argentino se ve aún más oscuro, con la recesión mundial que se avecina, y los políticos se ven sin ganas de cambiar. Ahí seguimos con la pelea entre el presidente Fernández y la Vicepresidente Cristina K.