Ya van más de seis meses desde el inicio de la invasión de Israel a Palestina, la cual ha dejado a la fecha más de 30.000 personas asesinadas de las cuales al menos el 70% corresponden a niños y mujeres. Estamos presenciando un genocido en vivo y en directo, pero parece reinar la indiferencia por sobre la indignación.
El uso del término genocidio no es una exageración. El Estatuto de Roma, el cual establece la Corte Penal Internacional, define en su artículo sexto al genocidio como cualquier acto realizado “con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”. Dentro de los actos que denotan el genocidio están, entre otros, la matanza de miembros del grupo y el sometimiento intencional a condiciones de existencia que acarreen la destrucción física del grupo.
Cómo no hablar del genocidio del pueblo palestino perpetrado a manos de Israel cuando, además de la desgarradora cifra de muertos se les está negando de forma intencional el acceso a la comida y el agua, generando de forma planificada una crisis humanitaria sin precedentes. De acuerdo a Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, es el mayor número de personas que se enfrentan al hambre catastrófica jamás registrado en cualquier lugar y en cualquier momento, siendo un desastre provocado por el hombre.
Las Relatoras Especiales sobre el territorio palestino ocupado de las Naciones Unidas, Francesca Albanese y Tlaleng Mofokeng, han dicho que “el mundo está siendo testigo del primer genocidio mostrado en tiempo real por sus víctimas”. La declaración se dio luego de la destrucción del hospital Al-Shifa por parte de las fuerzas militares israelíes, acto terminantemente prohibido por el derecho humanitario internacional el cual no parece tener mucha importancia para Israel. No es sólo el agua y la comida lo que niega Israel, es también la salud.
Las relatoras señalaron que las estrategias adoptadas por los líderes mundiales y los Estados han sido insuficientes para poner fin a “la violencia atroz y grotesca que no cesa”. Afirmación que parece llegar a oídos sordos, pues mientras desde la sociedad civil se pide el cese al fuego inmediato las potencias en el Consejo de Seguridad de la ONU no son capaces de aprobar ninguna acción que garantice un fin al conflicto.
Mientras más tiempo pasa más corremos el riesgo de que el sufrimiento del pueblo palestino se convierta en parte del paisaje, que la pérdida de una cultura pase a un segundo plano mientras los amantes de la guerra piden ansiosos que se escale el conflicto bélico en el medio oriente, con algunos locos incluso hablando de armas nucleares como si no viviéramos todos en un solo mundo.
Por eso hay que aplaudir que Colombia haya sido uno de los primeros países en condenar de frente las acciones de Israel, sin importar que haya quienes digan que se debería tener una respuesta más “neutral”. Ante la barbarie no existe lugar para posiciones “moderadas”, hay que tomar una postura decisiva y firme. Hay que dejarle claro al mundo que desde Colombia exigimos asegurar la vida del pueblo palestino.