Nicolás Gómez Dávila, nacido en Bogotá el 18 de mayo de 1913 y fallecido en la misma ciudad el 17 de mayo de 1994, se erige como el pensador colombiano más grande y universal. Su obra, por cierto, bastante desconocida en Colombia, es material de estudio en Universidades de Alemania e Italia. El profesor italiano Franco Volpi (1952-2009) le llamó el Nietzsche colombiano, y el poeta bogotano recientemente fallecido, Juan Gustavo Cobo Borda (1948-2022) refirió sobre la obra de Gómez Dávila: “(…) no sólo pulveriza las mentiras que nos rodean: la izquierda, la derecha, la política, la Iglesia, la educación, la técnica, sino que va más allá, mediante una cura radical de escepticismo, para depararnos la alegría de la inteligencia”, para unos, Gómez Dávila es el buen odioso, y para otros, es la versión colombiana del rumano filósofo Émile Cioran (1911-1995).
Gómez Dávila fue en gran medida un aristócrata bogotano que bien hubiese podido dedicarse a los negocios como lo demandaba su época para los jóvenes de su condición, prefirió el estudio y la lectura de los clásicos en su lengua original; hablaba francés, inglés, alemán, italiano y algo de ruso, además de leer en latín y griego, actividad que conjugó junto al comercio de paños en un céntrico local de Bogotá, además de ser cofundador de la Universidad de los Andes. Se dice que no tuvo educación universitaria y que su formación académica corrió por cuenta de tutores privados y su colegio benedictino en Francia, del cual se desconoce el nombre, país donde vivió desde los seis hasta los 23 años alternando con estancias veraniegas en Inglaterra. El resto de su vida, salvo un periplo semestral por Europa, transcurrió en la cachaca Bogotá.
Gómez Dávila fue un polímata y autodidacta, acérrimo crítico del boom latinoamericano. Su obra literaria no es prolífica en cantidad, pero sí en calidad. Escribió frases geniales como “Un escritor sin talento es un eunuco enamorado”. La obra Gómezdaviliana se hizo más conocida hacia el final de la vida del autor y especialmente en lo que va del Siglo XXI. La obra tiene una peculiaridad: Está edificada a partir del método aforístico, es decir, consiste en la compilación de aforismos cosechados por el autor a lo largo de su vida, en los que lanza profundas reflexiones filosóficas sobre todo lo habido y por haber. Crítico de la industrialización y la tecnología, de las revoluciones, de la política, de la Iglesia, del amor, entre variopintos temas. La obra escrita de Gómez Dávila se compone básicamente de Textos I, Notas (México 1954, obra no destinada a las librerías), Escolios a un texto implícito I, Escolios a un texto implícito II, Nuevos escolios a un texto implícito I, Nuevos escolios a un texto implícito II, y Sucesivos escolios a un texto implícito, obra completa que fuera publicada por Villegas Editores en 2005.
La palabra escolios viene del latín scholium, corresponde a las notas que se colocan al margen de un texto para explicarlo. Destacan cientos de aforismos gómezdavilianos de profunda raigambre filosófica como “El pensamiento reaccionario irrumpe en la historia como grito monitorio de la libertad concreta, como espasmo de angustia ante el despotismo ilimitado a que llega el que se embriaga de libertad abstracta.”; “Las ideas liberales son simpáticas. Sus consecuencias funestas.”; “El marxismo se desdibuja al reflejarse en la mente gelatinosa del izquierdista”; “La sociedad moderna se ha ido reduciendo progresivamente a remolinos de animales en celo”; “Las ideas tontas son inmortales. Cada generación las inventa nuevamente”; “Dios muere, el hombre se animaliza”; “Mientras más graves sean los problemas, mayor es el número de ineptos que la democracia llama a resolverlos”; “La democracia es el sistema para el cual lo justo y lo injusto, lo racional y lo absurdo, lo humano y lo bestial, se determinan no por la naturaleza de las cosas, sino por un proceso electoral”.
El escritor payanés Juan Esteban Constaín (1979) en su maravillosa obra sobre Álvaro Gómez Hurtado (1919-1995), menciona que en algún momento éste le propuso a Gómez Dávila ser vicepresidente de Colombia, recibió como respuesta un rotundo No. Sus razones tendrían, “Características del colombiano: imposibilidad de lo concreto; en sus manos todo se vuelve vago; falta de moralidad; la noción del deber es desconocida; la única regla es el miedo del gendarme o del diablo; en su alma ninguna estructura moral, ni intelectual, ni social; ignora toda tradición; sometido pasivamente a cualquier influencia, nada lo marca; nada fructifica, ni dura en ese suelo de contextura informe, movedizo, plástico e inconsistente”. A Gómez Dávila sólo le faltó corregir que, los colombianos ni a la Policía ni al Diablo temen, razón tenía Jorge Luis Borges (1899-1986) cuando escribiera que “(…) ser colombiano es un acto de fe”.