Este mes marca el cierre del año escolar en Colombia para la gran mayoría de alumnos del calendario A. Por su parte, los estudiantes de calendario B están recibiendo sus informes del primer semestre de estudio. En ambos casos se ha evidenciado lo que se creía sería el mayor reto que dejarían los cierres y la obligada educación a distancia: grandes vacíos académicos y comportamentales para los alumnos, e inmensos retos para las instituciones y los padres de familia.
Aunque se había advertido que habría serios vacíos educativos, nadie tenía claridad de cuál sería el resultado real de casi un año de intermitencia en la educación para niños de todos los grados y niveles socio-culturales del país. Lo que sí resultó evidente fue que la desigualdad en el acceso se incrementó y de acuerdo con los expertos, más de 150.000 jóvenes, niñas y niños vieron truncada la posibilidad de mantener sus estudios.
Se hablaba de un deterioro en las habilidades y conocimientos, así como rezagos significativos en la capacidad de socialización, que es una parte vital del proceso educativo. Pero es ahora cuando realmente se empiezan a evidenciar las grietas, y en donde claramente se hace necesario proyectar mejor el trabajo que viene, ya que requiere de mucho más acompañamiento del que estamos brindándole a nuestros jóvenes, precisamente en su desarrollo social y de convivencia.
Por un lado, los padres tenemos que aceptar que a nuestros hijos se les refundieron casi dos años en la construcción de relaciones personales; este simple hecho puede ser el de mayor relevancia e impone grandes desafíos para su desarrollo en comunidad. Se presenta como una inmensa barrera para construir una adecuada capacidad de generar empatía y de comprender al otro en medio de la pluralidad y la diferencia, habilidades necesarias para consolidar relaciones sólidas y basadas en la confianza.
De igual forma, para las instituciones educativas el reto es altamente significativo ya que deben enfrentarse con estudiantes nuevos, personas que crecieron en ambientes virtuales sin el acompañamiento que entrega la presencialidad y el trabajo del día a día. A esto se le tiene que sumar la presión de padres de familia que esperan, en muchos casos, que sean otros los que reemplacen su trabajo como principales educadores de los valores y principios que se tienen que entregar en casa.
En medio de las quejas de unos y los reclamos de otros, los niños y niñas se están quedando atascados en la mitad. Las rutinas y las discusiones deben ser distintas y debemos apoyar a los nuestros a que entiendan de mejor forma cómo se construyen las relaciones, cómo se habla para generar acuerdos y cómo tienen que cuidarse entre sí para salir adelante.
Estamos viendo las consecuencias, que estoy seguro podremos corregir con el tiempo, pero para ello necesitamos salirnos de nuestros esquemas tradicionales y trabajar unidos en favor de estos cientos de miles de pequeños a los que el mundo les impuso condiciones que, sin que ellos supieran, les entregó otra forma de entender su realidad y de construir sus relaciones.
Llega diciembre y es el espacio perfecto para meter en nuestra agenda pequeños elementos para ayudar a reconstruir el tiempo que nuestros hijos perdieron en pandemia, y que hoy detrás de las notas y las calificaciones, pasan a recordarnos que lo más importante se enseña en casa y se acompaña en los colegios.
Alfonso Castro Cid
Managing Partner
KREAB Colombia