Golpe a la ultraderecha

Jaime Acosta

Hace quince días escribí una columna en la cual no dudaba de la victoria de Biden. Sin embargo, nos encontramos con un sistema electoral que no tienen sentido en el siglo XXI. Este fue creado hace más de dos siglos cuando Estados Unidos era un inmenso país con un desarrollo tecnológico e industrial incipiente que le impedía adelantar elecciones de manera eficiente, rápida y oportuna. Pero no es entendible que un sistema político que se jacta de su democracia y siendo la mayor potencia tecnológica del globo, preserve un atrasado sistema que impide tener en horas resultados finales seguros.

Una crisis política le cayó encima y un personaje ambicioso de poder y enamorado de su ego como ningún otro ser humano en la tierra, aún no reconoce el triunfo de Biden, de pronto nunca lo hará, y con ello siempre dirá que hubo fraude para volver en el 2025.

La ultraderecha del siglo XXI

Se construye con base en discursos efectistas, sin mayor coherencia, estructura y contenido, pero poderoso en las comunicaciones y potente para penetrar débiles estructuras mentales generadas en erosionados (Brasil), agotados (Estados Unidos) o en débiles (Colombia) sistemas económicos, sociales y políticos. Un discurso que crea en la gente el imaginario de que hay alguien que dice verdades que son mentiras – fake news -, que da a los enemigos dimensiones que no tienen, caso de las FARC que si bien fueron poderosas nunca tuvieron capacidad para tomarse el poder, ni eran culpables de todas las desgracias que ocurrían porque Colombia es hoy peor que antes de su desmovilización.

De esta manera la coherencia, impactos positivos duraderos y la viabilidad estructural del discurso no interesa porque es parte del método para controlar a los sometidos. Sin embargo, eso le sirve a los poderosos que acompañan al autoritario pero perjudica al resto de la ciudadanía, por ello motivan cambios constitucionales para deformar y conducir las instituciones a sus intereses mezquinos, como Uribe contra la Justicia Especial de Paz JEP con el fin de esconder crímenes de lesa humanidad cometidos desde cuando fue gobernador de Antioquia hace más de 25 años. El discurso autoritario para el cambio institucional se acompaña de otros temas mal hilvanados que no configuran una propuesta coherente y consistente de un proyecto nacional de desarrollo de largo plazo.

Al populismo autoritario no le interesa una nación con bienestar y avanzada, por eso impulsan propuestas de gobierno como aquellas de la confianza inversionista (inversión extranjera pero no industria ni producción nacional), seguridad democrática (violencia indiscriminada para capturar tierras, rentas, bienes públicos y someter a la ciudadanía) y cohesión social (imposible con violencia, corrupción y sin un fuerte sistema productivo nacional que de oportunidades a todos). O como Trump que prometió la reindustrialización y no lo logró porque se metió en una guerra comercial con China sin impulsar una política industrial de nuevo tipo que le permitiera relocalizar plantas industriales para ampliar su base productiva, generar empleo y darle estabilidad a la población. O Bolsonaro, para destruir el proyecto nacional de desarrollo que venían construyendo Lula y Dilma, y arrasar selvas y dárselas a grandes latifundistas.

De esa manera, la ultraderecha de este siglo XXI inventa teorías conspirativas (socialismo, comunismo, castrochavismo), y atacan a medios de comunicación, periodistas y Ongs que la critican. Sus fines electorales son de corto plazo y no aceptan la argumentación porque no entienden otro discurso distinto al suyo (parecen autómatas limitados en sus funciones intelectuales y emocionales), ni las derrotas políticas (el acuerdo de paz en Colombia) y electorales (amenazan con desconocer resultados adversos), toman decisiones autoritarias dentro de sus partidos (el tirano decide los demás obedecen) y así también descalifican a los opositores políticos.

En síntesis, la ultraderecha es violenta, amenazante, mentirosa y manipuladora. Con ella no hay conversación ni acercamiento posible porque es lo que ellos dicen y nada más. Como estrategia política, como deseo, está bien bajarle la tensión al lenguaje político, a la agresión y la descalificación, pero es ingenuo pensar en diálogos con el discurso del autoritario porque su dogmatismo y fanatismo esquizofrénico bloquea capacidades intelectuales para discernir, acordar y aceptar al otro, porque solo les cabe su credo y ningún otro. La ultraderecha, como la ultra izquierda hasta hace treinta años, es una adoctrinada y energúmena masa humana fallida no reparable.

La ultraderecha, en su momento la ultra izquierda también, se convierte en peligrosa maquinaria mental que aprieta cerebros para lograr mirada corta en los incautos según el interés y objetivo del proyecto autoritario. Su impacto es letal (asesinatos, corrupción, control de las instituciones del estado con gente de su partido), y destructivo porque genera odio y polarización.

Estados Unidos cuatro años de ultraderecha

Al mundo le importaba la derrota de un proyecto político extremo que empujaba un neoliberalismo exacerbado, excluyente, inequitativo, ambientalmente destructivo, y políticamente anárquico, con una sofisticada y al mismo tiempo simple elaboración construida sobre debilidades de los partidos políticos y la desesperación de la gente ante tantas promesas incumplidas o situaciones no resueltas, o también por el simple deseo de la ciudadanía de tener algo distinto.

Eso fue lo que ocurrió con el triunfo de Trump porque Obama privilegió en la crisis del 2008 a los banqueros inescrupulosos y corruptos, llevándose por delante a los pequeños ahorradores que perdieron todo. Entonces, a pesar de Obama y de los errores de los demócratas en la campaña del 2016, ganó el frívolo y autoritario hotelero.

A diferencia de Colombia que lleva 25 años bajo la sombra de un autoritario hacendado, la ilusión despótica solo duró cuatro años, reconociendo que una gran cantidad de ciudadanos norteamericanos lo siguen pues obtuvo la segunda mayor votación de la historia de los Estados Unidos. Esos ciudadanos no son únicamente republicanos, pero sí cobijados por el partido, lo mismo que Trump, porque de lo contrario no tienen posibilidad política y jamás hubiera llegado a la presidencia porque allá solo puede haber demócratas y republicanos. Si por él fuera hubiera creado un partido como Uribe en Colombia y Bolsonaro en Brasil.

La asustadora aventura solo duró cuatro años, pero se tendrá que mirar si se conserva lo cual depende de que tanto la extrema derecha controle al partido republicano y que tan transformador sea Biden según la nueva realidad nacional y mundial.

Posiblemente ocurra igual en Brasil, porque Colombia tiene la maldición de un cuarto de siglo bajo la figura de un violento autoritarismo atravesado por el narcotráfico y por un feudalismo poco productivo pero si acaparador y arrasador, configurando un problema político e ideológico estructural, como si tuviera un covid multisistémico sin vacuna hasta el año 2022, cuya efectividad depende de una concertación nacional a partir de formatear la izquierda y el centro para liberarse de viejos discursos y de estúpidas peleas alimentadas por la ultraderecha.

@acostajaime