Juan Camilo Clavijo Martin

Caos, escandaloso, desastre, payaso, niños o desorden, son algunos de los calificativos que ha recibido no solo el debate presidencial, sino la actual campaña de Estados Unidos. Esta se ha caracterizado por ofensas de parte y parte, lo que ha llevado a una absoluta cacofonía de ataques, por lo que parece que se esta votando no por la mejor propuesta, sino por quien es menos peor ser humano o líder.

Pero estos ataques no son graves al analizar esta campaña en perspectiva, pues a pesar de las mentiras y ofensas de Donald Trump hacia sus opositores, entre ellos Joe Biden, lo realmente complicado de esta campaña es que Estados Unidos, la superpotencia, el modelo que siguen muchos de los países, el “líder del mundo libre”, se esté preguntando: ¿habrá una transición pacífica del poder?

Durante el debate de los candidatos a la presidencia, hubo un segmento de “integridad de elección” donde se hicieron preguntas acerca de cómo los candidatos mantendrían la legitimidad y la paz hasta el día de las elecciones. Lo cual ya es un escándalo, pues uno cree que ese país es una democracia absolutamente consolidada y fuerte. En esta parte, el periodista Chris Wallace (quien tuvo un deficiente desempeño) les preguntó a ambos: ¿están dispuestos a aceptar los resultados una vez la elección sea cerrada y certificada?

No voy a hablar de las respuestas, pues los que seguimos estas elecciones sabemos que dijeron. Me quiero centrar en el enorme impacto que tienen este tipo de preguntas, en un país con una economía que domina al planeta (que se debe en cierta medida a la fortaleza de sus instituciones), con una masa científica, intelectual y académica que cualquier otro país desarrollado envidiaría, con una tecnología avasalladora, y sobre todo, Estados Unidos es el ejemplo mundial de democracia, y es quien la defiende y exporta a cualquier lugar de la Tierra (también la exporta a cualquier precio).

Que este país se haga este tipo de preguntas tiene 5 consecuencias, tanto a nivel nacional como internacional:

1. En este ambiente donde se preguntan si estas elecciones van a guardar su integridad, donde no se sabe si va a haber una transición pacífica del poder, y sumado a las intervenciones absolutamente incendiarias de sus candidatos, Estados Unidos pierde toda autoridad moral para ejercer presión, exigir cambios, emitir sanciones económicas o siquiera sugerir que la democracia debe ser preservada en X o Y país.

2. El tener esta pregunta en el ambiente, da vía libre para que los ciudadanos que no están comprometidos con ninguna de las dos campañas, o que sean votantes de centro, pierdan cada vez más la confianza en las instituciones. Hasta el conteo de los votos se está poniendo en duda.

3. La incertidumbre si se aceptan los resultados pacíficamente, está abriendo la puerta para que grupos radicales estén pensando en como actuar si llegasen a perder las elecciones. Que acciones tomar, pues ellos están convencidos que, si Trump no gana la presidencia, fue por un fraude.

4. El Primer Ministro Canadiense, Justin Trudeau ya hizo declaraciones el viernes pasado, donde alertó a sus conciudadanos que se deben preparar para cualquier escenario que se presente en su vecino del sur, después del día de la elección. Ahora, ¿ustedes creen que Canadá es el único país preparándose o tomando medidas en caso de que estas elecciones no tengan un final pacifico? Esto demuestra lo paupérrimo que es el nivel de credibilidad a nivel internacional, pues ya ni sus aliados creen que es un socio confiable.

5. Ya vimos que desde la llegada de Trump al poder se ha convertido en el modelo a seguir en varios países: Bolsonaro en Brasil, Duterte en Filipinas, Jhonson en el Reino Unido, Orban en Hungría o Modi en India. Lo preocupante es que esta campaña (y si gana Trump será peor) estará dictando la nueva forma de hacer política y llevar una campaña presidencial. Los países más pequeños como Colombia dirán: ¿si lo hace el de arriba porque yo no puedo?

La duda sobre la transición pacífica del poder en Estados Unidos demuestra que este país ya no es lo que fue en la década de 1940 del siglo XX, donde entró a una guerra mundial en la cual inclinó la balanza hacia al lado de la victoria, no solo por su poderío militar, sino que su ejemplo y discurso de democracia hicieron creer a gran parte del mundo que ese era el camino.

La doctrina colombiana de respice polum (“Mirar hacia el norte”) del gobierno de Marco Fidel Suarez, según la cual el país debía orientar su política exterior hacia Estados Unidos, el “faro del norte”, finalmente ya no aplica, y debe ser llevada a su justa proporción. Es decir, el comercio y la economía con ese país son vitales, pero sus valores democráticos y su forma de hacer política no deben replicarse en nuestro país. Ya es suficiente con el clientelismo, la corrupción, y la mezcla entre narcotráfico y política.

Good-bye respice Polum.