En una entrevista laboral pregunté si podía saber cuál sería el principal consejo de la persona que me entrevistaba, para sobrevivir en esa empresa, él, un hombre que había entrado a la compañía en el mismo día y año en que yo había nacido, me dijo: “siempre habla primero y escribe después”. Este consejo me permitió cruzar la maraña corporativa en la que me subía y ha sido, desde entonces, una gran recomendación que aplico todavía cuando la velocidad de mensajes, chats y redes sociales, quieren imponer otro ritmo.
Me gusta conversar, para mí resulta importante saber si la otra persona me está prestando atención, poder sentir su voz, no solamente escucharla que es lo obvio, sino leerla. La entonación que emplea cuando pregunta, o el sentimiento que le imprime a sus respuestas pueden darme pistas sobre si realmente he logrado comunicarme adecuadamente con ella o debo reforzar algún punto, modular mi tono, fortalecer un concepto o precisar en alguna idea fuerza que no le he sabido transmitir adecuadamente.
Sucede mucho que hablo con equipos y personas en donde el término “conversar” les es equivalente a “chatear” o peor aún a enviar un correo electrónico. Esto es un tremendo error y coarta la habilidad de comunicarnos verbalmente y de forma directa, una de las principales características de la especie humana.
Cuando escribimos queremos comunicar una idea y empleamos nuestras mejores expresiones, pero la mayoría de las veces ese texto que enviamos no dice lo que realmente queremos expresar. Simplemente no lo puede transmitir porque carece de tono, de énfasis, de expresión y de personalidad. Tenemos que reconocer que la mayoría de las personas somos pésimos escritores y por ello cuando enviamos mensajes o correos electrónicos, lo que realmente queríamos decir nunca lo dijimos. O peor aún, decimos cosas que, como estamos jugando con la interpretación de nuestra contraparte, suenan totalmente contrarias a lo que realmente estábamos buscando transmitir.
La comunicación es subjetiva y por ello todos creemos que lo podríamos haber dicho, hecho, expresado, diseñado o transmitido de mejor forma que la persona que lo está haciendo. Entonces tenemos que reflexionar si sería mejor antes de escribir un mensaje, enviar un correo o iniciar una conversación por chat, que sabemos puede tener por lo menos un punto sensible; esperar para poder abrir una breve conversación que nos permita clarificar nuestros puntos, nivelar percepciones y entender si mi interlocutor está en la misma página que yo.
Lo que llamo “la pereza a conversar” debe ser deshabilitada y el ejemplo empieza por las cabezas de los equipos. Ellos están abocados a tener conversaciones con los individuos que conforman sus grupos de trabajo. Espacios preparados, estructurados, con ideas claras, sencillas y con propósito. Ayuda mucho preparar lo que se quiere decir, revisar la historia y de acuerdo con la relevancia, rebotarla primero con un tercero que nos ayude a verificar si se está entendiendo lo que queremos decir, si nuestro mensaje es sencillo pero potente.
Los grandes líderes deben estar atentos a sus colaboradores, preocuparse por entender sus intereses y expectativas, y dar ejemplo para que sus equipos fortalezcan una cultura en donde el conversar primero y el escribir después sea una realidad.
@alfonsocastrcid | Managing Partner – KREAB Colombia