Catorce días al año. Ese es el tiempo que estudiantes del norte de Bogotá están perdiendo atrapados en los trancones de la ciudad. Y no, no es una exageración ni mucho menos alarmismo. Es el resultado de un trabajo de campo que presenté en debate de control político al Distrito en el Concejo.
Esta realidad es inaceptable: la educación de miles de niños y adolescentes está siendo “secuestrada” por el colapso de la movilidad en una de las zonas de mayor crecimiento poblacional de la capital del país.
Cuando un niño pasa más de 105 minutos diarios dentro de una ruta escolar, sin contar los trayectos desde y hasta su casa, no solo está perdiendo clases, también horas de juego, descanso, socialización y bienestar emocional.
Está, literalmente, viendo cómo se le escapa la niñez por la ventana de un vehículo detenido. Las 350 horas anuales que pasan en el tráfico equivalen a dos semanas completas de su vida escolar, es decir, la duración de un periodo de vacaciones de un trabajador en Colombia.
Lo más preocupante es que esta situación no es nueva ni desconocida para los bogotanos. La congestión del corredor norte, que afecta Usaquén y Suba, además de los municipios cercanos de la Sabana, ha sido advertida por años; sin embargo, la respuesta institucional ha sido reactiva.
Ésta solo llega cuando se presentan emergencias, como por ejemplo las inundaciones del año pasado, cuando miles, entre esos niños y niñas, quedaron atrapados.
Apelando a la memoria y a información de hace una década, ante la problemática de movilidad en este sector de Bogotá, recordaremos que se habilitó el carril escolar preferencial, que buscaba ser una salida, reducir en un 18% los tiempos de viajes desde la calle 170 hasta la 198, y beneficiar a 21.000 niños. Sin embargo, hoy en día hay que admitir que esta medida se quedó corta, pues, actualmente, son cerca de 100.000 los menores de edad que transitan dicha zona.
Y es que las cifras hablan por sí solas, pues esta prometedora zona de Bogotá, cada vez crece más, tiene cerca de 304.000 estudiantes en el área, al menos 2.800 rutas escolares circulando a diario, y calles como la 222 repletas de huecos, sin andenes adecuados, en medio del caos del transporte intermunicipal desbordado. Y, para completar el cuadro, un sistema de videovigilancia a medias: solo 12 de las 19 cámaras del Borde Norte están operativas. ¿Dónde está la garantía de seguridad para quienes transitan la zona?
Lo que ocurre es una muestra más de cómo la planeación urbana y la inversión pública han fallado en anticiparse al crecimiento que se da a pasos agigantados. Lagos de Torca albergará cerca de 400.000 personas, que es casi el número de habitantes de una ciudad como Armenia.
Debo admitir que se trata de una de las pocas zonas de la ciudad que nació con una visión organizada en épocas de Peñalosa, pero que ha quedado sin apoyos suficientes por parte de las administraciones de turno, pese a que los privados le han apostado por una planificación urbana sostenible con el medio ambiente, aunque los radicales pretendan hacer parecer lo contrario. Si no fuera por esa planeación no existirían vías como la Santa Bárbara o El Polo, ad portas de ser inauguradas.
Entre tanto, la ciudadanía clama por obras como el proyecto Accesos Norte II, que sigue sin concretarse por culpa de la negligencia del gobierno nacional, que, como siempre, es el palo en la rueda para el desarrollo de Bogotá.
El falso populismo de la izquierda solo busca atacar a los privados con un discurso ambiental hipócrita, pues se rasgan las vestiduras selectivamente. Eso sí, guardan silencio cuando los terroristas atacan oleoductos y generan emergencias ambientales. Solo en este 2025 se han registrado más de 13 ataques a este tipo de infraestructura en todo el territorio nacional, afectando ecosistemas enteros.

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