Corría el año 2003, en un pueblo bello al norte de Boyacá llamado El Cocuy, muy conocido y visitado en esta época por su magistral sierra nevada que enciende y le da vida a la provincia de Gutiérrez. Aunque también, este municipio era un paso obligado a conectar Arauca, Santanderes y la frontera con Venezuela transitada por el frente 45 de las Farc y disputada con el ELN.
Este frente, recuerdo, que a muchas de las mujeres residentes se les prohibía algún tipo de relación con aquellos foráneos policías. Aquellas que se negaban a obedecer, se le citaba generalmente a una vereda en la que se establecían compromisos para no continuar con ellos, de hecho, ni lavarles la ropa, que era una manera honesta de recaudar algunos pesos… porque, aunque no lo crean, el ser policía en un lugar de estos es un privilegio económicamente hablando.
Recordaba esto, al ver el titular sobre los disidentes de las Farc que acorralaron a 12 policías en la estación de Policarpa, Nariño, y me preguntaba ¿Volvimos al pasado? ¿Hasta dónde podríamos ceder en la búsqueda de paz total? ¿Qué tiene que hacer el gobierno más allá de la voluntad para demostrar que es en serio?
Lo cierto es que la rentabilidad del negocio a sustituir es muy ambiciosa, más, cuando no se tiene la estructura real que nos permita ver el paso a paso. Pero; ¿Por qué se debería dejar el narcotráfico? ¿Qué garantiza que los dineros de este proceso sean invertidos en los que realmente se quiere concretar? ¿Hasta cuándo alcanza el bolsillo? ¿Quién vigila realmente que eso suceda?
Un reporte que la Oficina de Naciones Unidas para la droga y el delito (UNODC) publicado en junio de 2022, precisó que la producción mundial de cocaína fue de 1.982 toneladas en 2020 y de 1.723 toneladas en 2019. Para Fernando Carrión, historiador, urbanista y académico de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), menciono que: “En 2022, Colombia incrementó en un 25 por ciento la producción de cocaína. No los cultivos: la producción, la productividad”.
Ese crecimiento está vivo y sigue latente aun después de firmada la paz con las Farc. Acá nos centramos en la causa y no el alcance, en el anterior proceso no se tuvo la respuesta estatal de llegarle aquellos territorios que a hoy están con la misma miseria, miedo, hambre y con más incertidumbre al ver varios grupos insurgentes a quienes tendrán que manejar.
Al haber un cese al fuego sin todos los actores sobre la mesa, nadie garantiza la diferencia de un Eleno, clan del golfo o disidencias de las Farc en medio de un enfrentamiento, y más cuando se busca acaparar el territorio para generar mayor productividad. Ahí tendremos uno a uno señalándose de la culpabilidad y rompimiento del pacto, que al final, como el refrán “la culpa es de la vaca”.
Ojalá y no sea, que este proceso de paz sea responsabilizado a este mamífero artiodáctilo de la familia de los bóvidos.