Particularmente las mujeres, en su mayoría, afirman o afirmaban en otros tiempos menos materialistas y consumistas, que los hombres inteligentes son seductores, gustadores y apetecidos. Parece que las féminas de antes intuían o sabían de la gran importancia que en la vida significa el ejercicio profundo de la inteligencia. Pero ¿es solo inteligente el que acumula conocimiento, técnicas para su trabajo y el que pretende ser un distinguido sabelotodo y erudito? Parece que no. Todo indica que sin una inteligencia al servicio del buen vivir, no es posible tener a mujeres y hombres como seres intelectual y culturalmente superiores.
De nada sirve una inteligencia que no esté al servicio del supremo arte de la existencia. La misma Norteamérica, tan escasa en hombres inteligentes en el vivir, dió en el silo XIX a un hombre cuyo testimonio de vida quedó como un explorador de la vida; sus cartas revelan un ansia por vivir. Vida y solo vida nos legó Walt Whitman en sus poesías y cartas a los suyos y a sus amigos.
En este mundo moderno en el que reina la cantidad de dinero que se tenga, el número de mercancías que se vendan, las acciones multimillonarias que se negocian a diario en las bolsas, el producto interno bruto, las rentas y en el que los economistas parecen ser los dioses de esta sociedad del dinero, se cree equivocadamente que con la moneda se compra todo. Es evidente e innegable que sin dinero se vive mal, pero no lo es que con una cuenta abundante en dólares o euros se adquiere felicidad y buena vida. No es la cantidad monetaria la que nos proporciona bienestar, sino la calidad de cerebro de un individuo la que lleva a una existencia gozosa, serena y dichosa.
La historia de la humanidad demuestra que una trilogía de potencia ha gobernado el mundo: el espíritu, el dinero y la fuerza, en ese orden. Lo poco o mucho de lo bueno que hemos heredado de nuestros antepasados es eminentemente espiritual: obras de arte, poesía, literatura, música y preciosos monumentos hoy protegidos para la presente y futura humanidad, por parte de la ONU.
Lo negativo, lo triste, lo despreciable, que la humanidad ha legado es la fuerza a través de miles de guerras injustas, inhumanas y absurdas.
Cuando la inteligencia se alía con el espíritu la sociedad alcanza sus más destacadas posiciones en el mundo. Pericles en Grecia y los Médicis en Italia, utilizaron el dinero para el bien de la gente, de allí que épocas como las del gobernante griego o el renacimiento italiano son las mejores del género humano, en toda la existencia del hombre sobre la tierra. Dante Alighieri fue, con razón, duro crítico de los acumuladores de dinero: los llamó gente ciega, avarienta, envidiosa y altanera. Sin embargo, banqueros, artesanos e industriales italianos del siglo XV y XVI, supieron comprender lo importante que es utilizar el dinero en asuntos del espíritu, el alma y la cultura.
El amor de los florentinos por el arte, especialmente de las dos familias ricas de la bella ciudad capital de la toscana, los Médicis y los Sforza, hizo que Miguel Angel, Leonardo Da Vinci, Rafael Sanzio, Verrocchio, Girlandao, Brunelleschi y otros escultores y pintores, dejaran a la humanidad las bellezas y sublimes obras de arte que aún se conservan en Roma, Venecia y otras ciudades europeas.
Estados Unidos, nación joven y ambiciosa, siguió los lineamientos trazados por Benjamín Franklin y su teoría utilitarista del amor al trabajo, al dinero y al dios supremo de los gringos que es el dólar. El mundo entero, en estos últimos tiempos, se ha inclinado por el estilo de vida del norteamericano, egoísta, personalista y poco culto respecto de la concepción humanística de la vida. El gringo vive ensimismado en su país, en su hogar, poco le importa lo que pasa en otras naciones y desdeñan de lo artístico y lo cultural con demasiada indiferencia. Los norteamericanos no son intelectuales, espirituales ni cultos. Tecnología, ciencia y todo lo que les dé dinero les interesa.
No hay un país del mundo en el que, como los Estados Unidos de América, se patenticen tantos inventos. Los premios nobel de física y química abundan. El buen vivir, el vivir a través de los cinco sentidos, la sensualidad, el erotismo, el arte, el amor por la buena literatura, por la belleza, la arquitectura, la pintura y la música, ha sido preferencia de Europa, de sus naciones líderes en el arte de vivir inteligentemente; Grecia, Italia, Francia y España se alzan con las preseas en el sensualismo del buen vivir.
Ricos petroleros, hacendados y finqueros con dinero, millonarios excéntricos como Trump, son preferiblemente los gobernantes gringos. En Europa, suelen ser más cultivados mental, intelectual y culturalmente.
En Latinoamérica solemos copiar más a nuestros vecinos de continente que a los sabios asiáticos o cultos europeos.
En general, salvo escasas y honrosas excepciones, los políticos anglosajones y sus imitadores hispanoamericanos o africanos, carecen, como los ricos, de buen gusto y son refinados en el arte del buen vivir.
Felipe González, andaluz culto, sensual y buena vida, como son los del sur de España, lo dejó consignado en un libro sobre su vida. Pocos dirigentes políticos en el mundo han tenido la visión clara e inteligente de cómo se debe vivir. Ricos, nuevos ricos y gobernantes sin gusto y carentes de sensualidad deben avergonzarse de las atinadas palabras del expresidente de gobierno español: “la sociedad actual, considera como triunfador a la persona que, con éxito dedica su vida a acumular incesantemente riquezas, incluso a costa de no disfrutarlos. Esto, hace cuatro o diez siglos, se hubiera identificado con un vicio comúnmente conocido como la avaricia… Observación cómo el individuo que durante toda su existencia racional se dedica “exclusivamente” a esa tarea, allegando millones sin tiempo para ninguna otra cosa, a veces, sin capacidad ni sensibilidad para el arte, el amor, la música o la naturaleza, aparece a los ojos de la sociedad como un gran triunfador que se hizo millonario…”.