Por: Juan Camilo Clavijo
Los bandeirantes eran bandas de exploradores que vagaban por el interior de Brasil en busca de esclavos indígenas, cartografiando territorios desconocidos y exterminando a las comunidades que se encontraban ocasionalmente en el camino. El nombre “bandeirantes” provenía del abanderado que encabezaba las incursiones, una seña característica de las mismas. A lo largo de los ss. XVII y XVIII se sucedieron grupos de bandeirantes que partían desde São Paulo.
Actualmente, estos exploradores son Ídolos, donde se les reconoce como parte de la causa en la masiva expansión territorial que tuvo ese país, de 3 millones de kilómetros cuadrados que tenía por esos años, a 8 millones de kilómetros cuadrados que posee actualmente. Lo cara oculta de estas bandas, es la explotación a los indígenas donde llegaban y la violación de las fronteras acordadas en el Tratado Tordesillas (1494), firmado entre los Reino de Castilla y Aragón y Portugal, el cual delimitaba las zonas de navegación y conquista del Océano Atlántico y el Nuevo Mundo.
Estos fueron considerados como piratas terrestres, los cuales fueron corriendo los limites de Brasil y robando territorio a los distintos virreinatos de España. Existe un registro de su crueldad en Paraguay. Entre 1628 y 1631 devastaron la región del Guayrá, más de sesenta mil indígenas fueron capturados y vendidos como esclavos en ese periodo. El gobernador Hernandarias realizó gestiones ante las autoridades españolas para frenar los ataques de estos bandoleros, pero sin resultado.
Los métodos de los bandeirantes eran muy crueles. En San Antonio (Guayrá) que intentó resistir, fue destruida y quemada, degollados al pie del altar de su iglesia varios de sus habitantes y el resto, vendidos en los mercados de São Paulo y Río de Janeiro. Algunos jesuitas siguieron a sus feligreses al cautiverio para consolarlos y luego marcharon junto a ellos para protestar ante las autoridades por los maltratos.
Tal como la lógica bandeirante se convirtió en una amenaza para Sudamérica en los siglos XVII y XVIII, el presidente Bolsonaro lo repite en el siglo XXI. Su negación del Coronavirus y persistencia en la apertura de los mercados no solo afecta a las naciones que comparten frontera (10), incluso se ha convertido en el arquitecto de una muerte anunciada. Esta semana, el viernes 22 de mayo, se registraban 330.890 contagios y 21.048 muertes.
El presidente en medio de su egolatría, histrionismo y afán ha condenado a la región a convertirse en el foco mundial de la pandemia. Esto implica, la probable repetición de escenas que vimos en Italia o España, pero agudizadas por la falta recursos económicos, de infraestructura, de materiales necesarios para el cuidado de los pacientes y de personal de salud.
Así como el historiador portugués Jaime Cortesâo justifica el secuestro de indígenas reducidos en el Paraguay con “la sana intención de salvarles de la explotación de los hombres de Loyola (Jesuitas) y recuperarlos para el mundo civilizado”, Bolsonaro sustenta la apertura del país y la negación del Covid–19 con dilemas mentirosos de libertad individual vs. confinamiento o desempleo vs. cuarentena. Ideas que no son excluyentes y que, en algún momento, deberán convivir al mismo tiempo por las características de nuestras economías.
En nuestra región nunca hemos afrontado una amenaza a la vida como esta. No hemos vivido grandes conflictos entre nosotros, ni siquiera hemos liderado sanciones contra países del sub-continente (las sanciones de Venezuela las lidera Estados Unidos, Colombia solo aplaude). Es necesario que esto nos lleve a un entendimiento, más allá de los mecanismos de moda como UNASUR, ALBA, CELAC o la actual PROSUR, dejando egos ideológicos y falacias partidistas, para finalmente trabajar juntos para combatir la Coronacrisis.
Finalmente, esta pandemia es una oportunidad para que los sudamericanos finalmente nos unamos en torno a una causa, y dejemos de mirar hacia afuera antes de fortalecernos adentro.