La llamada industria del entretenimiento, por cierto, muy industriosa, mueve billones de dólares alrededor del mundo, se ha convertido en uno de los sectores más importantes de la sociedad; al punto que, la educación ha decaído frente a esta industria. Se estima que en Colombia por cada $100 pesos, los colombianos destinan el 20,8% para entretenimiento y bienestar, muy por encima de la educación, al cual destinan sólo el 4,5%, (Fuente: El Colombiano, 24VI2023). Entretener no es otra cosa diferente a mantener a alguien ocupado mientras pasa el tiempo, sin tener ningún beneficio a cambio. El entretenimiento va de la mano con lo que en esta época de hiperderechos se ha denominado derecho al ocio, en otras palabras, derecho a no hacer nada y a no estar obligado a hacer algo. El individuo se entretiene mientras llega el tiempo para hacer algo necesario o productivo. El entretenimiento, per se es innecesario, pero los actores económicos lo han vuelto necesario.
Si entretenerse es necesario, bien valdría la pena que en ese acto hubiese arte, gusto y mérito estimable. Preocupa el hecho de que hoy por hoy, el entretenimiento ha caído en la chabacanería, término definido por la RAE en su diccionario como “Falta de arte, gusto y mérito estimable”. Ser chabacán vende, factura, como diría la famosa cantante barranquillera, es motivo de halago y de exaltación. Para el caso colombiano, destaca un programa televisivo nacional, si bien es cierto, el emprendimiento privado es libre, al menos debería haber un mínimo de respeto por la inteligencia del televidente. Espectáculo horario triple A, en el que todas las noches desde hace un par de meses, por dos horas diarias, exhiben a un grupo de famosos, según el nombre del programa, mejor aún “famosos” a quienes sólo conocían unas cuantas personas en su parroquia, y su mayor mérito social es ser declarados “famosos” por un canal de televisión.
Estos “famosos” durante 24 horas diarias exhiben lo más chabacán, desde su conducta poco apropiada, sus valores, donde todo se vale, la ordinariez, lo ruin y lo vulgar como regla a expensas de publicidad y rating. Honestamente, ¿Qué responsabilidad ética recae sobre las directivas de la casa productora por la emisión de ese show televisivo? tan parecido a la antigua televisión peruana de antena parabólica de finales de los ochenta.
Alarma no sólo lo chabacán del contenido del programa que nada positivo aporta al televidente, también las decisiones del público que mediante votos define qué participante debe permanecer en el concurso según el nivel del morbo o de escándalo, o por lo menos, eso hacen pensar los realizadores del programa, empero, no se conoce certificado oficial de una firma auditora sobre la veracidad de los resultados de las votaciones que hacen los seguidores. Entre más grosero, vulgar, ordinario, mal hablado y soez sea el participante, tendrá más oportunidades de permanecer en el juego porque la chabacanería se ha malinterpretado como originalidad y autenticidad. No resulta difícil pronosticar quiénes llegarán a la final en ese concurso. Alarma también que ese contenido sea emitido todo el día vía streaming por la teleproductora, lo que permite pensar que hay consumo permanente de ese producto.
La iniciativa privada es un derecho, pero debe haber un límite ético, o al menos, debería exigirse que en la industria del entretenimiento hubiere un estándar mínimo educativo y ético. La ordinariez, el mal gusto y la chabacanería no pueden ser piedras de toque y modelos a seguir en una sociedad ávida de justicia y educación. No existe justificante válido para que personas sin formación para la convivencia pudieran ser referentes de “famosos” y modelo a seguir en la sociedad y, sobre todo, colocar a su servicio los medios de comunicación y hordas de televidentes con limitadas opciones televisivas. Mañana serán los likes que hoy eligen “famosos” los que mal elijan gobernantes y avalen políticas públicas. ¡Que la chabacanería no sea la regla y el patrón social, será mucho pedir, por favor!